05 junio 2007

Una guerra sin final


HOY se cumplen 40 años del estallido de una guerra que duró tan sólo seis días, pero cuyas consecuencias todavía perduran porque está en el origen de un problema que afecta a la estabilidad internacional. En menos de una semana, Israel ganó una guerra a sus vecinos árabes (Egipto, Siria y Jordania), consolidó el Estado nacido en 1948 y ocupó los territorios motivo de litigio permanente. Aquélla fue una guerra relámpago que sorprendió por su rapidez y prestigió al Tsahal, el ejército israelí, por su enorme eficacia. Pero también tuvo consecuencias negativas para Israel y el futuro de la región.

Después de unos meses de amenazadores movimientos de tropas árabes en las fronteras de Israel, que crearon un clima de inminente holocausto, Israel fue el primero en golpear. Tras eliminar las bases de la aviación egipcia y siria en el alba del día 5 de junio de 1967, los carros de combate y la infantería israelí ocuparon con una velocidad sorprendente el Sinaí, hasta Suez y Aqaba; tras durísima batalla por sus estrechas calles, tomaron Jerusalén Oriental, y penetraron en Cisjordania, ocupando Ramala, Belén y Jericó, y después de volar los puentes sobre el Jordán, penetraron en Siria hasta llegar a 60 kilómetros de Damasco. El espectacular balance significó la ocupación de 68.500 kilómetros cuadrados (Israel tenía entonces poco más de 20.000), que incluían la totalidad de la Palestina del antiguo mandato británico.

La causa sionista alcanzó su punto culminante, espoleada por las imágenes de los soldados israelíes, con los generales Moshe Dayan y Yitzhak Rabin a la cabeza, en espacios bíblicos como la tumba de los Patriarcas, en Hebrón, o el muro de las Lamentaciones, en la ciudad antigua de Jerusalén. La euforia llegó al paroxismo con anuncios turísticos que aconsejaban "visitar Israel para conocer las pirámides".

La presión de las Naciones Unidas, Estados Unidos y la Unión Soviética puso freno a la acometida militar y, en noviembre, el Consejo de Seguridad dictaba la resolución 242, que iba a estar en la base de la polémica territorial hasta la actualidad. Tras declarar inadmisible la adquisición de territorios por medio de la guerra y proclamar la necesidad de trabajar por una paz justa y duradera entre Israel y sus vecinos árabes, la resolución ordenaba el cese de toda beligerancia y el respeto a la soberanía, la integridad territorial y la independencia de los estados y a su derecho a vivir en paz. También ordenaban las Naciones Unidas la retirada de las fuerzas israelíes de los territorios ocupados. Una diferencia en las versiones en inglés y en francés de la resolución (de los territorios ocupados o de territorios ocupados) ha servido para defender posiciones radicalmente contrarias en el permanente contencioso territorial, que es el origen del problema.

La resolución 242 abogaba por una solución justa al problema de los refugiados, que es la otra gran cuestión. Tras la guerra de 1948, hasta 750.000 palestinos se refugiaron en los países vecinos. Otro tanto ocurrió tras la guerra de los Seis Días, que desplazó a otros 300.000 palestinos, dando origen al problema de los refugiados. En su mayor parte se hallan en Jordania y Líbano, donde protagonizarán guerras con los ejércitos de estos países. En Jordania, durante el llamado septiembre negro de 1970, y en Líbano en la guerra civil de 1975, sin contar las intervenciones de Israel en 1982 o en el 2006.

Pero la guerra de los Seis Días también supuso una carga negativa para Israel, que fue visto a partir de aquel momento, especialmente entre la izquierda europea, como una fuerza ocupante. La guerra alineó definitivamente a la Unión Soviética con la causa árabe y los países del Tercer Mundo decidieron los tres noes de la cumbre de Jartum de 1967: no al reconocimiento de Israel, no a la negociación con Israel y no a la paz con Israel. Todo ello dio alas a la intransigencia árabe y reforzó el nacionalismo palestino en torno a Arafat, con la aparición de grupos guerrilleros y el terrorismo.

Pero aquella guerra también alimentó las tesis anexionistas en el interior de Israel que preconizaban unas fronteras defendibles y que poco a poco irían ganando terreno hasta el fin de la hegemonía laborista y la primera victoria electoral del Likud, a mediados de los setenta.

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