05 junio 2007

Israel sigue dividido por el triunfo del ’67


Este artículo publicado en Página12 describe la situación, señala las consecuencias por boca del Prof. Laor, aunque de hecho es como arrojar semillas de trigo en el desierto. Lamentablemente, incluso vivir en israel no le enseña nada a los israelíes exorcizados por el delirio de la superioridad, por la repetición metódica de consignas de la época del judío errante y perseguido. Israel se ha transformado en una potencia militar que puede "derrotar" a los palestinos con sus helicópteros,la artillería y los grupos terroristas denominados "mitzarabin", que es una especie de grupo de paramilitares que se disfrazan de palestinos y detienen o asesinan a milicianos y civiles indefensos... Aunque cuando se enfrenta a los milicianos libaneses de Jizhballa muerden la cicuta de la derrota...
Esta es la realidad en Palestina e Israel en junio 2007, a 40 años del "triunfo" que embriagó a los judíos israelíes y a los judíos sionistas del resto del mundo.
Andrés Aldao


En 1967 el ejército israelí ocupó Gaza, Cisjordania, la península de Sinaí y las Alturas del Golán. La disputa perdura.

Por Sergio Rotbart / Tel Aviv

Un cinco de junio, hace 40 años, Israel iniciaba el operativo militar más deslumbrante de su historia. En apenas seis días su ejército logró conquistar la península del Sinaí, Cisjordania (incluida la parte oriental de Jerusalén) y las Alturas del Golán, derrotando a las fuerzas armadas de Egipto, Jordania y Siria. En contraste con el apabullante logro militar y territorial, la corta guerra, considerada con los años la principal divisoria de aguas en la historia del país, se convirtió en el foco de las más agudas y amargas disputas que nutren al debate político local. De un lado, se encuentran los que ven en la victoria de 1967 el único reaseguro para sobrevivir en un medio hostil y, además, quienes le imprimen el halo de verdadero segundo génesis de la redención nacional, que vino a completar lo iniciado en su primera edición de 1948, con la creación del estado judío, extendiéndolo a una buena parte de la “Tierra de Israel” de la época bíblica. Del otro lado, están quienes la consideran como el “pecado original” que no pudo ser corregido, corrompiendo a un pequeño e idealizado estado que hasta 1967 había brindado una buena cuota de seguridad y bienestar a sus ciudadanos judíos (los árabes estuvieron bajo gobierno militar hasta fines de 1966) gracias a su capacidad de desarrollarse dentro de las fronteras de 1949, reconocidas por la comunidad internacional.

Durante los años inmediatamente posteriores a la contienda de 1967, sin embargo, tanto la derecha nacionalista como los gobiernos laboristas inpulsaron la colonizacón de Cisjordania y Gaza mediante la creación progresiva de asentamientos judíos. Eran los tiempos de la “ocupación civilizada”: los palestinos trabajaban en las ramas menos calificadas de la economía israelí, mientras que los israelíes iban de compras al mercado de Ramalá o de Belén, incorporadas a la red de suministro de la empresa eléctrica de Israel. Pocos osaban, entonces, criticar el expansionismo territorial-colonial y alertar sobre sus implicancias éticas, políticas y sociales. Esa actitud opositora era esgrimida solamente por los militantes de la izquierda radical y unos pocos intelectuales. Uno de ellos, Yeshayahu Leibowitz, profetizó en 1968: “El estado que surgirá, con un millón y medio de árabes en su interior, será un estado controlado por el servicio de seguridad, con todo lo que esto significa con respecto a la educación y la libertad de expresión”.
La “integración” –por cierto, completamente dependiente y desigual– entre el centro israelí y la periferia palestina duró veinte años, hasta que la primera Intifada (1987-1990) la redujo a un viejo espejismo. En 1990 se produjo un giro fundamental en la relación entre el estado israelí y los territorios palestinos ocupados. En reacción a la ola de asesinatos a puñaladas de transeúntes israelíes perpetrados por jóvenes palestinos, que a su vez vengaban a los 17 creyentes musulmanes asesinados en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad israelíes en la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, Israel impuso el cierre del paso de Gaza y Cisjordania al interior de su territorio. Así comenzó a implementarse la estrategia de la separación y el aislamiento forzado de la población palestina, cuya lógica perdura hasta hoy. Los palestinos dispuestos a matar y a morir empuñando un puñal fueron adoptados como mártires por el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas), creado en 1988, al fragor de la Intifada, como alternativa al nacionalismo laico representado por la OLP. Durante las décadas de 1970 y 1980 las autoridades israelíes apoyaron a las instituciones y dirigentes de la corriente islamista, con la intención de contrarrestar a la OLP y a las agrupaciones de izquierda, dado que éstas participaban activamente en la oposición a la ocupación israelí, mientras que la primera estaba abocada a la actividad religiosa.
La primera Intifada volvió a instalar en la conciencia de los israelíes los límites previos al estallido de la guerra de 1967, la llamada “Línea Verde”. En esa misma época, los movimientos pacifistas comenzaron a trasladar el discurso contra el régimen de ocupación de los márgenes al centro del debate público. El colapso de los acuerdos de Oslo y la segunda Intifada, cuya arma principal ya no eran las piedras ni los cuchillos sino los atentados suicidas, trajeron aparejada la deslegitimación de la oposición política e ideológica a la continuidad, no obstante la retirada unilateral de Gaza, de la dominación colonial de la población palestina. Actualmente, cuando el gobierno de Hamas y los ataques con cohetes Qassam ocupan el lugar principal del escenario mediático, las diversas estrategias de control, separación y encierro de alrededor de 3,5 millones de palestinos, así como la expropiación de más tierras de Cisjordania, pasan a ser el decorado invisible de la tragedia, cuyos protagonistas exclusivos son los terroristas y los defensores de la seguridad nacional. Pese a ello, el poeta y escritor Yitzhak Laor, un veterano y consecuente desmitificador del nacionalismo israelí, cree oportuno realizar un balance crítico del propio discurso pacifista. “A veces –explica– pareciera que el propio uso de la palabra ‘ocupación’, luego de que durante muchos años fuera considerada ‘subversiva’, hace todo el trabajo. Si el profesor radical dice ante su curso ‘ocupación’ y sus estudiantes anotan la palabra, ya quedaron liberados de la tarea de la explicación histórica o sociológica. ¿Cuál es el significado de la ocupación israelí de los territorios palestinos tras cuarenta años de gobierno salvaje, ilimitado, cuyos defensores gustan decir que es ‘más civilizado que cualquier otra ocupación’?” Laor sostiene que, para no quedarse en el lugar común, es necesario entender “cómo ha sido eliminada la entidad política y social de los palestinos y cómo ha sido despedazada la última parcela que les ha quedado para construir en ella su estado”. Y agrega: “Es muy simple decir: ‘dos estados para dos pueblos’. Incluso Bush lo dijo. ¿Pero dónde empieza exactamente el estado palestino? ¿Cómo fue que el pueblo palestino ha desaparecido como entidad nacional? El muro de separación construido en el interior de las tierras palestinas, so pretexto de la seguridad de los israelíes, es sólo un síntoma de algo mucho más amplio. 1967 no fue la herida sino la pus de la herida no tratada, y el sexto día de esa guerra se ha prolongado como un estado de coma durante cuarenta años”.

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