por Andrés Aldao
Israel y los israelíes tienen un flamante juego, un solaz extravagante que ocupa las horás útiles e inútiles de los fariseos del desierto: el chusmerío.
“El ejército israelí se está preparando para la guerra con Siria. Los sirios se están preparando para reconquistar el Golán. El presidente de Siria ofrece negociaciones de paz con israel. Olmert no cree en la sinceridad de los sirios. El primer ministro de Israel no descarta hacer la paz con los sirios.”.
Aunque en Israel están muy ocupados con el 40ª aniversario de la guerra de los seis días. Todo vuelve hacia los orígenes... La borrachera del triunfo de hace 40 años: las canciones, las anécdotas, los yacimientos de nuevas interpretaciones y la repetición de viejas canzonetas de victoria. Nada nuevo: el pueblo de israel va de jolgorio en jolgorio, los responsables de los 170 israelíes caídos en la aventura del Líbano y el millar caído en ese país no cuentan. Ya están muertos y el señor primer ministro ha vociferado, desde el estrado de la Kneset, que volvería a tomar las mismas medidas que el 12 de julio de 2006. La Comisión Winograd, las declaraciones de militares con cabeza sobre los hombros (y no entre los hombros, como Jalutz y Cía.) condenan la incapacidad de los generales de la derrota, pero la realidad no funciona para nada. Vivimos en el país de los juegos o, mejor aún, en el país de las maravillas. Como la Alicia de Lewis Carroll.
Pero seamos realistas y objetivos: hay veces en que el señor Olmert pareciera querer imitar a Bonaparte el tío, cuando en realidad es mucho menos que el sobrino, Luis Bonaparte, el malabarista que ensamblaba a varios grupos de poder y vivió sirviendo los intereses de una minoría corrompida. El mismo Omert es el jefe vergonzoso de los corruptos que medran en Kadima y su entorno. Todos los ladrones de cuello blanco se han agrupado alrededor del primer ministro, acusado de hacer negocios ilícitos, favorecer a sus amigos en licitaciones públicas, ventas de empresas, percepción de coimas y otras bellezas por el estilo. Los dirigentes laboristas, entretanto, están guerreando entre sí por ocupar la jefatura del partido. Día y noche. El ejército, como el toro que embiste a ciegas al torero, ha vuelto al ruedo de Gaza, la sangre se desplaza por los guetos y la ciudad de Gaza, y el mundo culto, democrático, que almuerza con la servilleta al cuello y el espectacular empleo de los cubiertos (hasta para pelar uvas con cuchillo y tenedor), mastica los bifes de chorizo de 300 gramos mientras cambia impresiones sobre lo que ocurre entre palestinos e israelíes. En el interín, Bagdad es algo semejante a los antiguos mataderos de Chicago o a los frigoríficos Swift o la Negra.
Nadie atina a nada. Las chicas musulmanas van con el velo y vestidas hasta los tobillos; los muchachos palestinos disparan sus kalachnicov al aire; los soldados israelíes, guiados por los buchones al servicio del shabac israelí, juegan al tiro al niño con sanguinolentas muecas de bienestar. El planeta tierra, circuncidado por el smog, bosteza de cansancio existencial e Israel sigue soñando con ser el país de las maravillas. Hasta que despierte y se encuentre con la realidad concreta. Hasta entonces, hagan juego, caballeros, que hay que vender armas, comprar armas, fabricar armas. El negocio más remunerador del planeta.
Andrés Aldao
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