07 mayo 2008

La última guerra y la próxima


Tom Engelhardt (Tom Dispatch)

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

La última guerra no quiere terminar, pero en el Pentágono ya discuten la próxima.
Comencemos con esa “última guerra” y veamos si podemos ver las cosas tal como son. Hace poco más de cinco años, soldados estadounidenses entraron en orden de batalla a Bagdad, derribaron el gobierno, dominado por suníes, del dictador Sadam Husein, y declararon “liberado” a Iraq. Después de la caída de la ciudad, después de saqueos generalizados, los nuevos administradores estadounidenses desmantelaron los restos del gobierno de Sadam en sus ministerios desbaratados, destruidos; desarticularon el Partido Baaz, dominado por suníes, que había gobernado Iraq desde los años sesenta, enviaron a casa a sus miembros con la noticia de que no habría retorno; desmantelaron el ejército de 400.000 hombres de Sadam, y comenzaron a desnacionalizar la economía. Una insurgencia de suníes indignados no tardó en luchar furiosamente contra la ocupación estadounidense.
Después de oponerse inicialmente a elecciones democráticas, los administradores de la ocupación estadounidense terminaron por ceder a la voluntad del principal clérigo chiií, el Gran Ayatolá Ali Sistani, y aceptaron patrocinarlas. En enero de 2005, estas llevaron al poder a partidos religiosos en representación de la mayoría chií, oprimida durante mucho tiempo, partidos que en gran parte habían estado años en el exilio en el vecino Irán chií.
Ahora, saltemos unos pocos años, y los soldados de EE.UU. han vuelto a entrar a Bagdad en orden de batalla. Esta vez, han estado penetrando el vasto “suburbio” pobre chií, Sáder City, al este de Bagdad, que posiblemente albergue a dos y medio millones de habitantes estrechamente apiñados. Esta vez, las fuerzas que enfrentan a los soldados estadounidenses no han dejado sus armas, no se han ido, ni partido a casa. Esta vez, nadie habla de “liberación,” o “libertad,” o “democracia.” De hecho, no hay quien diga gran cosa de nada.
Y EE.UU. ya no ataca a los suníes. Después de la ‘oleada’ 2007 del presidente, los militares de EE.UU. están ahora oficialmente aliados con 50.000 suníes del así llamado Movimiento Despertar, en su mayoría ex insurgentes, muchos de los cuales indudablemente estuvieron vinculados con el gobierno baazista que EE.UU. derrocó en 2003. Mientras tanto, los soldados estadounidenses combaten a la milicia chií de Muqtada al-Sáder, un clérigo que ahora parece estar viviendo en Irán, pero cuyo portavoz en Nayaf denunció amargamente hace poco a ese país por “tratar de compartir con EE.UU. la influencia sobre Iraq.” Y combaten al Ejército del Mahdi saderista en nombre de un gobierno iraquí dominado por otra milicia chií, el Cuerpo Badr del Consejo Supremo Islámico de Iraq, cuyos vínculos con Irán son aún más estrechos.
Diez mil miembros de la milicia Cuerpo Badr están siendo enlistados en el ejército iraquí (precisamente mientras el gobierno del primer ministro Nouri al-Maliki exigía que la milicia del Ejército del Mahdi se desarmara). Esta semana, una delegación oficial de ese gobierno, que sólo recientemente recibió con altos honores al presidente iraní Mahmud Ahmadineyad en Bagdad, partió a Teherán a pedido de EE.UU. para presentar “evidencia” de que los iraníes estarían armando a sus enemigos saderistas.
En el centro de esta lucha inter-sectaria puede estar el temor de que, en las próximas elecciones provinciales, los saderistas, crecientemente populares por su resistencia contra la ocupación estadounidense, podrían llegar a vencer. Durante las últimas semanas, soldados estadounidenses han estado penetrando más profundo en City Sáder, implantando las reticentes fuerzas de seguridad del gobierno de Maliki a entre 500 y 600 metros por delante de ellos. Esto se llama “ponerlos de pie,” “parte de una estrategia de edificar la capacidad de las fuerzas de seguridad iraquíes al permitirles que operen de modo semi-autónomo de las tropas estadounidenses.” Es evidente, sin embargo, que si los militares de Maliki estuvieran detrás de estas últimas, muchos podrían desaparecer. (Una serie ya ha abandonado sus armas, huido, o se han pasado a los saderistas.)
Cómo sobrevino – y desapareció – el recuento de cuerpos a la inversa
Los combates en los barrios pobres urbanos densamente poblados de Sáder City han sido feroces, asesinos, y destructores. Ha desaparecido la mayor parte del habla sobre la “reducción de las bajas” y de la “violencia” que fue la marca singular del año de la ‘oleada’ en Iraq. Aunque nunca se ha comentado al respecto, ese énfasis de todo un año en la cantidad en reducción permanente de la cantidad de cadáveres representó realmente el retorno, en una forma perversamente inversa, del “recuento de cuerpos” de la era de Vietnam.
En una situación de guerra de guerrillas en la que no había un territorio obvio que conquistar y ninguna forma clara de establecer lo que nuestro anterior Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, una vez llamó las “medidas” de la victoria o del éxito, era natural, como sucedió en Vietnam, que se comenzara a contar. Si no se podía conquistar una ciudad o un país, existía una cierta lógica en el pensamiento de que podría llegar la victoria si, uno por uno, se podía “obliterar” – para usar una palabra que repentinamente reapareció en las noticias – al enemigo.
A medida que se prolongaba el conflicto de Vietnam, sin embargo, continuó el recuento de cuerpos, nunca se materializó la victoria, y la guerra tomó el aspecto de una matanza, y el recuento de cuerpos (anunciado cada día en una conferencia de prensa militar en Saigón que los periodistas bautizaron “el espectáculo de las cinco de la tarde”) llegó a ser visto por cada vez más estadounidenses como una evidencia de atrocidad. Se convirtió en el símbolo del descenso a la locura en Indochina. No es sorprendente que el gobierno de Bush, que se imaginaba una vez más como conquistador de territorio, haya organizado su Guerra de Iraq de modo que careciera de tales recuentos oficiales. (El presidente describió posteriormente el proceso como sigue: “Hemos hecho un esfuerzo consciente por no ser un equipo de recuento de cuerpos.”)
Con la llegada de la estrategia de la ‘oleada’ en 2007, la frustración por la misión incumplida del presidente y su constante habla de victoria significó que había que establecer alguna otra “medida,” algún otro “parámetro,” de éxito, y resultó ser el recuento de cuerpos a la inversa. Durante el último año, de hecho, a penas la única medida de éxito pregonada regularmente en los medios dominantes ha sido la reducción del recuento de muertos. En forma inversa, sin embargo, seguía conteniendo algunos de los mismos peligros para el gobierno que su primo vietnamita.
Desde abril, los cuerpos, en cantidades en crecimiento permanente, estadounidenses e iraquíes, han estado imponiendo su retorno a las noticias como símbolos, no del éxito, sino del fracaso. Más de 1.000 iraquíes han muerto, según cálculos semi-oficiales, sólo en el último mes (y los expertos saben que esos monstruosos totales mensuales de muertos iraquíes son usualmente dramáticas subestimaciones). Se estima que cuatrocientos iraquíes, según se informa sólo en un 10% combatientes de las milicias, murieron en el ataque contra Sáder City.
También están muriendo en cantidades crecientes soldados estadounidenses en y alrededor de Bagdad. Portavoces militares de EE.UU. afirman que nada de esto representa un debilitamiento de la situación de seguridad posterior a la ‘oleada’. Como dijera el teniente general Carter Ham, director del Estado Mayor Conjunto para operaciones en el Pentágono: “Aunque es triste ver un aumento en las bajas, no pienso que sea necesariamente indicador de un cambio mayor en el entorno de operaciones. Cuando aumenta el nivel de los combates, lamentablemente la cantidad de bajas tiende a aumentar.” Esto es, desde luego, una estupidez total.
En abril, de las 51 muertes estadounidenses en Iraq , más de veinte tuvieron evidentemente lugar en la actual batalla por Sáder City o el gran Bagdad. Entre ellos había jóvenes de Portland, Mesquite, Buchanan Dam, y Fresno (Texas), Billings (Montana), Fountain (Colorado), Bakersfield (California), Mount Airy (North Carolina), y Zephyrhills (Florida) – todos a miles de kilómetros de casa. Y muchos de ellos han muerto en las circunstancias más temidas por los comandantes estadounidenses (y que durante un cierto tiempo habían pensado que habían sido evitadas) antes de la invasión de Iraq, en combates manzana por manzana, casa por casa, en la conejera de calles de una de las numerosas ciudades de tugurios de este planeta.
Para los iraquíes de Sáder City, por cierto, esto es un auténtico infierno. (“Sáder City es ahora mismo algo como una ciudad de fantasmas,” dijo Abu Haider al-Bahadili a Amit R. Paley del Washington Post. “De ser una ciudad, ha pasado a ser un campo de batalla.”) Como en todas las guerras coloniales, todas las guerras en las periferias, los “nativos” siempre mueren en cantidades enormemente mayores que las fuerzas mucho mejor armadas de ocupación o expedicionarias.
Esto es no menos verdad ahora, especialmente ya que los militares de EE.UU. han introducido sus tanques Abrams, sacado sus cohetes teleguiados de 100 kilos, y pedido mucho apoyo aéreo. Aviones, helicópteros, y aviones teleguiados Hellfire armados de misiles disparan ahora regularmente contra los vecindarios densamente poblados del barrio bajo del este de Bagdad. Como escribiera recientemente Tina Susman de Los Angeles Times: “Con muchas de las rutas principales de Sáder City salpicadas de bombas al borde de la ruta y con calles laterales demasiado estrechas para los tanques y otros vehículos pesados de EE.UU., las fuerzas estadounidenses han pasado a pedir a menudo ataques aéreos o a utilizar cohetes teleguiados para alcanzar sus objetivos.”
Enterrados bajo una cantidad de noticias de Sáder City hay informes de que ataques contra “insurgentes,” “criminales,” o “elementos criminales conocidos” (ahora chiíes, no suníes) destruyen edificios enteros, incluso hileras de edificios, y en un caso dañaron recientemente un hospital y destruyeron ambulancias. Cada día ahora, mueren civiles y extraen niños de los escombros. Es ciertamente brutal.
Y ya no tiene ningún sentido en particular, incluso según los estándares del gobierno de Bush; ni siquiera en la atmósfera posterior a la ‘oleada’, hay quien trate de encontrarle algún sentido. Ese creciente recuento de cuerpos ha eliminado, después de todo, la última medida por la cual se podía medir el “éxito” en Iraq. Incluso las pequeñas explicaciones (y, estos días, son aproximadamente las únicas que quedan) parecen cada vez más extrañas. Tomemos, por ejemplo, la retorcida explicación de quien es exactamente responsable por la devastación de Sáder City. Lo que sigue es la explicación reciente del portavoz militar, teniente coronel Steve Stover:
“’El solo peso de la responsabilidad yace sobre las espaldas de los militantes a los que no les importa nada el pueblo iraquí...’ Dijo que los milicianos atacan intencionalmente desde edificios y callejuelas de áreas densamente pobladas, esperando protegerse al ocultarse entre civiles. ‘¿Qué dice eso sobre el enemigo?... Es desalmado y malo.’”
Hay que tomar en cuenta que esto proviene del representante de unas fuerzas armadas que ahora afirman que comprenden la verdadera naturaleza de la guerra de contrainsurgencia (y, por lo tanto, de una guerra de guerrillas); y estamos habando de una milicia que en su mayor parte es de Sáder City, que libra “una guerra de supervivencia” por sus propias familias, su propia gente, contra soldados extranjeros que han saltado por sobre continentes para atacarlos. Los milicianos saderistas defienden sus hogares y, por cierto, con aviones teledirigidos Predator y helicópteros estadounidenses constantemente por sobre sus vecindarios, es bastante obvio lo que les sucedería si “salieran y combatieran” como si fueran ingenuos típicos. Simplemente los harían volar por los aires. (Por pura curiosidad, ¿qué adjetivos descriptivos utilizaría el teniente coronel Stover para capturar el estilo de combate de los pilotos de Predator que “vuelan” sus aviones teledirigidos desde una base aérea en las afueras de Las Vegas?)
A propósito, la última vez que se ha visto un combate callejero semejante, en los primeros seis meses de 2007, los militares de EE.UU. estaban expulsando a insurgentes ("al-Qaeda") de vecindarios suníes de la capital que luego fueron limpiados étnicamente aún más por milicias chiíes (incluyendo a los saderistas).
Así que, para resumir, quiero ver si tengo las cosas claras: El gobierno de Bush liberó Iraq a fin de enviar soldados de EE.UU. contra una milicia variopinta que no tiene nada que ver con el antiguo gobierno de Sadam Husein (y muchos de cuyos miembros eran, en los hechos, oprimidos por éste, como lo fueron sus dirigentes) en nombre de otro grupo de iraquíes, que han sido apoyados desde hace mucho tiempo por Irán, y... ‘uf!...
¡Um!, dejadme probar de nuevo... o, como el gobierno de Bush, pretendamos que lo hicimos.
Mientras tanto, los militares de EE.UU. han tratado de “sellar” parcialmente Sáder City y, en los vecindarios que han ocupado parcialmente con sus tropas iraquíes acompañantes, están construyendo los acostumbrados muros de hormigón, acordonando el área. Esto es realizado, según portavoces estadounidenses, para excluir a los combatientes de la milicia saderista y para despejar el camino para proyectos de “reconstrucción” de mentes y corazones del gobierno que cada cual sabe es improbable que tengan lugar.
En su momento, si se aplica el modelo previo en los vecindarios suníes, ellos y / o sus cómplices iraquíes comenzarán a ir de puerta a puerta buscando armas. Como resultado, las prisiones estadounidenses e iraquíes que supuestamente están siendo sustancialmente vaciadas – como parte de un programa de “reconciliación nacional” – de gran parte de las decenas de miles de prisioneros suníes recogidos en redadas en sus vecindarios, serán probablemente vueltas a llenar con prisioneros chiíes recogidos de un modo semejante. Una triste ironía – o una pesadilla sin sentido de la cual nadie puede despertar. Pero por favor no afirmen que tenga mucho sentido.
Como en Vietnam, cuatro décadas después, estamos contemplando una caída en gran escala hacia la locura e, indudablemente, hacia la atrocidad. En 2003, los soldados estadounidenses iban hacia Bagdad. Pensaban que tenían un objetivo, una ciudad que tomar. Ahora, no van a ninguna parte, hacia el corazón de una ciudad tugurio que no pueden retener en una guerra de guerrillas en la que la toma de territorio y la ocupación de vecindarios no tienen esencialmente nada que ver. Van hacia el olvido, mientras tratan de ganar corazones y mentes disparando misiles contra casas y encerrando a la gente tras gigantescos muros que despedazan familias y comunidades, mientras destruyen sus medios de subsistencia.
Oh, y ya que estamos, bienvenida sea “la próxima guerra,” la guerra en las ciudades de tugurios del planeta.
“No hay estrategias de salida”
¿Recordáis como el policía imperial del globo, su Nueva Roma, iba a blandir su poder militar no superado yendo de país en país, utilizando ataques relámpago y tácticas de pavor-y-choque? Hablamos del pasado, ahora inimaginablemente distante, de tal vez 2002 y 2003. Afganistán había sido “liberado” en cosa de semanas; el “cambio de régimen” en Iraq iba a ser un “paseo,” y después se procedería a reordenar aquello
que los neoconservadores gustaban de llamar “el Gran Oriente Próximo.” Ninguna persona de importancia hablaba de una prolongada guerra de guerrillas; tampoco se decía nada sobre contrainsurgencia (ni, como en la Doctrina Powell, de salidas). Los militares de EE.UU. iban a entrar en Iraq rápido y duro, triunfar en poco tiempo, y luego, desde luego, a quedarse. En realidad, nativos eternamente agradecidos los saludarían con los brazos abiertos y prácticamente implorarían que les sirvieran de guarnición.
Cada una de esas suposiciones sobre el nuevo modo de guerra estadounidense era absurda, incluso en aquel entonces. Por lo menos, el problema debería haber sido obvio una vez que los generales estadounidenses llegaron a Bagdad y se sentaron ante una mesa de mármol en uno de los palacios súper-ornamentados de Sadam Husein, sonriendo para una instantánea victoriosa – sin ninguna evidencia de un enemigo derrotado al otro lado de la mesa para firmar un conjunto de documentos de rendición. Si hubiese sido una campaña normal y un obvio triunfo imperial, ¿dónde estaba el otro lado? ¿Dónde estaban los que habían derrotado? Lo próximo que se supo es que los estadounidenses estaban imprimiendo paquetes de naipes con las caras de la mayoría de los compinches desaparecidos de Sadam.
Bueno, eso fue entonces. Ahora, feroces versiones de una guerra de guerrillas han migrado a las estrechas calles de los distritos más pobres de Bagdad y, en Afganistán, se acercan cada vez más a la capital afgana, Kabul. E incluso a pesar de que “la última guerra” en Iraq no tiene fin (para que las tropas puedan ser transferidas a una guerra aún más antigua en Afganistán que, ahora, se sale de control), algunos en el Pentágono piensan no en como salirse, sino en como entrar. Están meditando sobre “la próxima guerra.”
Pensando en eso, el Secretario de Defensa Robert Gates hizo recientemente dos discursos punzantes: uno en la Base Maxwell-Gunter de la Fuerza Aérea, el otro en West Point, expresando en cada uno su frustración por la lentitud con la que las fuerzas armadas se adaptan a un planeta de contrainsurgencia y a la planificación para la próxima guerra.
Ahora bien, no hay absolutamente nada ilógico si los militares de un país se preparan para futuras guerras. Para eso existen y cada país tiene derecho a defenderse. Pero es algo distinto si se preparan para futuras “guerras por decisión propia” (las que solían ser llamadas guerras de agresión) – para la(s) próxima(s) guerra(s) en lo que el Secretario de Defensa de EE.UU. ahora llama “el patrimonio común global del Siglo XXI.” Con eso, quiere decir no sólo el planeta Tierra en su totalidad, sino también “el espacio y el ciberespacio.” Resulta que para los militares estadounidenses, la planificación para una futura “defensa” de EE.UU. significa planificar una contrainsurgencia planetaria que llega más allá del horizonte. Ciertamente será una versión mejorada, con unas fuerzas armadas que, como dice Gates, ya no serán una “versión menor de la fuerza de la Brecha del Fulda,” una planicie alemana que los militares de EE.UU. esperaban en esos días que serviría para una batalla en gran escala contra las fuerzas soviéticas que invadirían Europa.
Por lo tanto, el secretario de defensa pide más capacitación en idiomas extranjeros, una mejor “cultura expedicionaria,” y más edificación de la nación – todo esa historia de “corazones y mentes.” En esencia, acepta que el futuro de la guerra estadounidense estará, ciertamente en las ciudades Sáder y en las aldeas afganas del planeta; o, como dice, que “los campos de batalla asimétricos del Siglo XXI” serán “el entorno de combate dominante en las décadas por venir.” Y la reacción de EE.UU. será por cierto la alta tecnología – todos esos vehículos aéreos sin piloto de los que no para de hablar.
Gates describe nuestro futuro bélico como sigue: “Lo que ha sido llamado la ‘Guerra Prolongada’ [es decir la Guerra contra el Terror de Bush, incluyendo las guerras en Afganistán e Iraq] significará probablemente muchos años de combate persistente, comprometido, en todo el mundo en diferentes grados de tamaño e intensidad. No es posible apartar con el pensamiento esta campaña generacional o colocarla en un itinerario. No hay estrategias de salida.”
“No hay estrategias de salida.” Es una línea que hay que saborear un poco. Es un modo fino de decir que es probable que los militares de EE.UU. estén en una, dos, muchas, Sáder Cities durante mucho tiempo por venir. Es la genial visión de Gates como secretario de defensa, y su reacción es instar a los militares a planificar para más y mejor de lo mismo. Para esto le damos al Pentágono casi un billón de dólares al año.
La ironía es que, en ambos discursos, Gates elogia el pensamiento lateral en las fuerzas armadas, y las llama a “pensar inconvencionalmente.” Sin embargo, sus propios pensamientos no podrían ser más convencionales, imperiales, o potencialmente desastrosos. En pocas palabras: Si la misión es orientarse hacia la locura, hay que redoblar la misión. Introducir aún más aviones teledirigidos cuyos misiles ya son tan populares en Sáder City. Es un pensamiento brillantemente prosaico, basado en la suposición de que el “patrimonio común global” debiera ser de EE.UU. y que la “próxima guerra” será de EE.UU., y la que venga después, y suma y sigue.
Pero yo no apostaría a que sea así. John McCain fue bastante atacado por decir que, en cuanto a su persona, los soldados estadounidenses debieran quedarse en Iraq “durante 100 años... mientras estadounidenses no sean heridos, dañados o muertos.” Nuestro actual secretario de defensa, un “realista” en un gobierno de estrafalarios soñadores y jugadores ineptos, acaba de votar por más y mejores Sáder Cities. En una versión del Pentágono de una vieja consigna maoísta: ¡Que florezcan cien luchas de guerrillas en los barrios bajos!
Es una receta para empantanarse en semejantes guerras durante 100 años – con pilas cada vez más altas de muertos. No es sorprendente que algunos de los máximos mandamases militares, a los que Gates critica por su inercia burocrática, se hayan mostrado poco entusiastas. No quieren pasar el resto de sus carreras librando guerras desesperanzadas en Sáder City o su equivalente. ¿A quién le gustaría?
El resto de nosotros debiera sentirse de la misma manera. Cada vez que se escucha la frase “la próxima guerra” – y los periodistas ya la adoran – habría que sobresaltarse. Significa guerra interminable, guerra eterna, y es el camino hacia la locura.
Vietnam… Iraq… Afganistán… ¿No bastan ya los ejemplos de operaciones estadounidenses de contrainsurgencia en nuestro haber? Evidentemente es lo que piensa el pueblo estadounidense. Desde hace un cierto tiempo, importantes mayorías han querido que salgamos de Bagdad, salgamos de Iraq. Totalmente. En un importante sondeo que acaba de ser publicado por la influyente revista Foreign Affairs, mayorías similares han “votado,” esencialmente, por la desmilitarización de la política exterior de EE.UU. En sus respuestas, presentan un enfoque bastante diferente de cómo EE.UU. debería operar en el mundo. Según el periodista Jim Lobe, un 69% de los encuestados cree que “el gobierno de EE.UU. debiera poner más énfasis en los instrumentos diplomáticos y económicos de política exterior en la lucha contra el terrorismo,” no en “esfuerzos militares.” (Un sesenta y cinco por ciento cree que EE.UU. debería retirar todas sus tropas de Iraq “de inmediato” o “durante los próximos doce meses.”) Pero, desde luego, ninguna persona importante los escucha.
Y. sin embargo, hasta un imperialista debiera desear el abandono del camino a Sáder City. Es el camino al infierno y está pavimentado con las peores intenciones.
-----
Tom Engelhardt dirige “Nation Institute’s Tomdispatch.com, es el cofundador del American Empire Project (http://www.americanempireproject.com/). Ha actualizado su libro: “The End of Victory Culture” (University of Massachussetts Press) y hay una nueva edición que aborda la victoria de la cultura de la guerra de tierra quemada y sus secuelas en Iraq.
[Nota de gracias: Ensayos como éste son sólo posibles porque puedo utilizar el trabajo preliminar de otros sitios en la Red, especialmente, en este caso (como en muchos otros), de Informed Comment de Juan Cole, Antiwar.com, The War in Context de Paul Woodward, y Cursor.org.]Copyright 2008 Tom Engelhardt