23 junio 2007

Voces Sofocadas

Abraham Burg

"Aún quedan esperanzas. La gente pregunta, discute, busca respuestas". Abrahm Burg responde a la enorme ola de reacciones que causó la entrevista con él, aparecida en el suplemento del diario Haaretz.


Un solo toque despertó en mí y en nosotros una inmensa ola de clamores. Una demostración del dolor de Israel, y su pedido de auxilio. Sólo que en estos días no hay una guía de los perplejos en Israel; se desdibujaron los valores, la solidaridad se desmenuzó y desquebrajó, el camino político está bloqueado y cabizbajo: externamente amenazan Irán, Gaza y la demografía, y el debate público sobre el futuro del país desesperado, casi no existe. El sistema político está extenuado y no coopera con el diálogo que puntualiza incógnitas fundamentales de nuestra vida y la búsqueda de nuevas respuestas; entre ellas:

Un Estado Judío

El que cree, igual que yo, en la separación entre la religión y el Estado, no puede apoyar el concepto de “Judío-Democrático”. Un Estado que tiene una definición tan significativa y pesada de la religión, nunca podrá contemplar en su haber la democracia de manera total. Entre “judío” y “democrático”, la teocracia judía triunfará. Es un hecho, lo “judío” nuestro se fortalece y se encierra, y en cambio, lo “democrático” de la liberación, la igualdad, los derechos y el humanismo, se debilita y retrocede.
La fijación de que en todas las circunstancias el Estado será siempre “judío” y, sea el precio de la coerción que fuere, es el comienzo del camino hacia un Estado de preceptos israelíes. ¿Cuál es la alternativa? El cambio de la definición de Israel como “Estado judío” a la definición de un “Estado para los judíos”.
No es el Estado el que define la identidad, sino sus ciudadanos. El hombre es el responsable de los modelos de la sociedad y sus valores, de salvaguardar sus características culturales y espirituales, de su legajo histórico y de la memoria particular y colectiva.
Las incógnitas básicas se dilucidarán sólo de manera plenamente democrática.
He aquí, que la diáspora, en contra de las amenazas de una aleación, resguarda y renueva una identidad judía moderna, excepcional; escuelas, instituciones de beneficencia, organizaciones comunitarias y una preocupación honesta por el prójimo y por el “otro”. Yo propongo propulsar a Israel hacia el judaísmo abierto del mundo y no descuidar nuestra identidad en manos de fanáticos nacionalistas y religiosos locales.
El Estado del pueblo judío en todos sus matices - sí. Un Estado judío-religioso - no.

¿Y el pasaporte?

Leí en el diario que mi familia y yo, abandonamos el país. Lo lamento, pero no le daré a nadie ese placer. Yo no quiero vivir allí, sólo aquí.
Acá se imponen mis obligaciones: impuestos, leyes, servicios y preocupaciones referentes al temor por las posibilidades y supervivencia de nuestro único Estado. Podría presentarles la lista de personajes israelíes públicos, en finanzas, comunicación, política, academia, artes, deportes, periodismo, etc., que poseen pasaportes extranjeros, ellos y sus familiares. También podría refugiarme tras el difundido aforismo que “es el instinto judío que poseemos”. Sólo que mis motivos son otros: una de mis obligaciones como israelí y como judío es clamar y alarmar: “Los peligros están aquí a la entrada”, y contra ellos deseo intensificar nuestro israelismo en disminución.
Yo, que vivo en hebreo, pertenezco a más de un solo mundo. Para mí, ciudadanía mundial es una metáfora de mi existencia y no sólo como israelí sino como hijo de “pueblo del mundo”. Cuando hace varios años surgió la proposición de permitir a los “iordim” (emigrantes) israelíes votar en las elecciones parlamentarias del país, apoyé la propuesta con la condición de que también todo judío del mundo pudiese votar e influir.
Así como anhelo ver a todo el pueblo judío mezclado en mi vida, así quiero involucrarme en la vida del mundo todo.
Cuando Bush declara una guerra que quizás marque mi destino, así debo defenderme abiertamente en su contra y en contra de las manipulaciones del cabildeo israelí que estimula la duplicación de lealtades. Cuando en Francia utilizan la fuerza para evitar el diálogo primordial con los hijos de los inmigrantes, eso también me incumbe. Existen países que permiten un doble voto y hay otros que no. Y cuando tengo la oportunidad de influir, lo intento. Porque ese es también mi judaísmo.

¿Y la entrevista?

Durante varios años escribí el libro “Vencer a Hitler” que contempla numerosos temas, ora dolorosos, ora optimistas. Posteriormente fui entrevistado varios días y no estoy dispuesto a responder a los titulares superficiales de escasas palabras. De todo lo aparecido en la entrevista me decepcionó especialmente lo que se omitió. No se describió el libro ni sus objeciones. No aparecieron en absoluto las alternativas que presenté. No le dieron cabida a mis esperanzas, a la nueva humanidad, al judaísmo que se renueva, a los murmullos de confianza menos traumáticos con el mundo. Se ocultaron mis posturas y mis propuestas de formas para salir del trauma nacional y convertir la debilidad en fortaleza, sobre el cambio en los programas de estudio y contenidos, sobre otros caminos más judíos para enfatizar la destrucción del judaísmo europeo.
No se mencionó la función que considero le toca a Israel como hacedora del gran proceso de paz mundial, porque toda nuestra existencia debe estar movida de permanente responsabilidad por la paz del mundo.
Estuvo ausente en la entrevista mi empeño por un pueblo judío que dice "nunca más" no sólo para nosotros, judíos, sino para toda víctima que sufre hoy en el mundo, que goce del apoyo y la defensa de los judíos, víctimas en el pasado y que vencieron a Hitler.

¿Derecha o izquierda?

Estas cuestiones difieren del clásico derecha o izquierda. Hasta el presente la derecha no tiene nada que ofrecer, que no sea la espada y el Mesías, y al día siguiente de la paz, la izquierda clásica no tendrá nada que ofrecer como nuevo contenido espiritual al público liberado de la energía de la guerra. En mi libro y mis declaraciones, me acoplo a las voces ahogadas israelíes que intentan diseñar las marcas del próximo paisaje israelí. Incorporar humanidad y universalismo a las viejas comparaciones y nuevas dimensiones del contenido de valores y existencia nacional. Una vida de confianza y no una realidad toda traumática, que no tiene fin.
Todos aquellos dispuestos a formular preguntas difíciles, aunque nuestras respuestas sean en la práctica, diferentes, y aquellos que con una mano en el corazón confiesan “tenemos miedo” - son mis socios. Y somos muchos.

¿Y qué diría su padre?

En la mayoría de los temas, estaría de acuerdo y sobre lo que disentía (especialmente lo que se refiere a su apoyo a la característica religiosa del Estado) solía discutir conmigo como judío y no como israelí. El israelí levanta su mano en mi contra con violencia y me reprende “¿porqué, quién crees que eres?”. Y dado que no sirvo, prefiere ignorar mis preguntas. El judío talmúdico, tratará de entender. “¿A tu entender, qué opinas?”. Él intentará ahondar junto conmigo, comprenderá y decidirá si adopta mis ideas y cambia de opinión o sostiene su posición. Siempre dejará vigente la opinión de la minoría, documentada y respetada, con la convicción de que la opinión de la minoría de hoy, quizás se convierta en la postura de la mayoría del mañana; ora por un cambio de circunstancias, ora por fortalecimiento de la enfermedad.

Mientras tanto, le diría a mi padre, protagonista del libro: Aún quedan esperanzas. La gente pregunta, discute, busca respuestas. Y yo junto con ellos busco el consuelo y las alternativas a la actual frustración israelí. Así venceremos a Hitler.

Fuente: Haaretz, 21.6.07