27 mayo 2007

Racimos de muerte


400 millones de personas viven en medio de infinidad de bombas listas para explotar


América del Sur debe convertirse en una región libre de bombas de racimo, reclamó la estadounidense Jody Williams, Nobel de la Paz, quien participó en la conferencia internacional que se realizó en Lima para impulsar la prohibición de esas municiones. "Nos gustaría ver que América del Sur sea una región libre de bombas de racimo, y que se sume a América Central que fue la primera del mundo en declararse libre de minas", dijo Williams, quien integra la Coalición contra las Municiones de Racimo (CMC, por sus siglas en inglés). En la región sólo Argentina y Brasil producen bombas de racimo, en tanto que Chile rechazó versiones de las ONG de que continuaba fabricándolas. "Las bombas de racimo son bombas asesinas, son racimos de muerte", afirmó la activista Williams, galardonada por su lucha a favor de la prohibición de las minas en 1997.

JOSE LUIS MARTINEZ - La República (Montevideo)

Las bombas de racimo son disparadas desde tierra o lanzadas desde el aire y se abren para esparcir submuniciones explosivas sobre amplias superficies, provocando graves daños, especialmente a civiles.


La capital peruana reunió esta semana a delegados gubernamentales de 68 países involucrados en un proceso iniciado por 46 países en Oslo, en febrero 2007, destinado a concluir en el 2008 un tratado internacional que prohíba las bombas de racimo. El gobierno peruano del presidente Alan García propuso que América Latina y el Caribe se autodefina como una zona libre de bombas de racimo.
La iniciativa será evaluada en agosto en Costa Rica, según acordaron 13 países latinoamericanos participantes. Africa, representada por 15 países en la reunión, también mostró interés en activar un tratado internacional. Las delegaciones de Japón y el Reino Unido por su lado presionaron para lograr que el futuro tratado incorpore un período de transición en el que las armas de racimo prohibidas pudieran seguir siendo utilizadas. En el encuentro, que reunió además a 10 organismos internacionales y 30 organizaciones no gubernamentales, se manifestó la falta de consenso sobre la definición de qué tipo de bombas de racimo deben ser incluidas en un futuro tratado.
Pese al desacuerdo, impulsado por Francia, Polonia, Finlandia, Argentina y Australia, el viceministro peruano de Defensa, Fabián Novak, destacó durante la clausura el anuncio de Hungría y Suiza de sumarse de inmediato a la moratoria de bombas de racimo ya declarada el 2006 por Austria, Noruega y Bélgica.
Los participantes anunciaron que Viena será sede de la tercera conferencia, en diciembre próximo,
Entre los asistentes estuvieron países que almacenan municiones de racimo y que han usado y producido este tipo de armas: Reino Unido, Francia y Alemania. También intervinieron países afectados, como Líbano, Laos, Camboya y Afganistán. Otros, como China, Rusia y Estados Unidos, los mayores productores de estas municiones, rechazan la prohibición, y plantean soluciones técnicas que buscarían mejorar la eficiencia de las bombas, propuesta rechazada tajantemente, dijo Simona Beltrami, representante de la Ong Campaña Internacional para Eliminar las Bombas Antipersonal.

Argentina y Brasil

Argentina y Brasil son los únicos países fabricantes de las municiones de racimo (bombas, cohetes, artillería) en América Latina. Chile, que también las producía, negó ahora que los continúa fabricando como denuncian las Ong´s.
El coordinador de la CMC, Thomas Nash, deploró que Brasil no haya participado de la conferencia "lo que representa un notorio agujero por el peso de Brasil en la región", dijo.
No obstante, los gobiernos de Santiago y Buenos Aires firmaron la Declaración de Oslo, de febrero de este año, en que 47 países se pronuncian a favor de elaborar para 2008 un instrumento internacional vinculante que prohíba la producción, uso, transferencia y almacenamiento de las bombas de racimo.
Al menos 30 gobiernos se sumaron en Lima al compromiso de Oslo, dijo Nash. De esas nuevas naciones, una decena son productoras de bombas de racimo, entre ellas Alemania, Argentina, Canadá, Chile, España, Francia, Gran Bretaña e Italia.
La sociedad civil internacional se ha movilizado buscando la prohibición de las bombas de racimo. Bajo el paraguas de la CMC se encuentran Human Rights Watch, Landmine Action, Norwegian People's Aid, y Handicap International, entre otras Ong´s ligadas a la lucha contra las minas terrestres y la defensa de los derechos humanos.
Según Handicap International, 400 millones de personas viven en zonas contaminadas por dichas armas, sobre todo en el Medio Oriente, pero también en centroeuropa y en países del sudeste asiático, donde se utilizó masivamente en los años 70.

360 millones de bombas utilizadas

La organización presentó un informe que revela que hasta el momento se han utilizado en todo el mundo 360 millones de esas bombas que pueden liberar hasta 300 submuniciones, aunque entre el 5 y el 30% -entre 22 y 132 millones- no llegan a explotar, por lo que se convierten en un grave peligro para la población.
El informe "Círculo de impacto: la marca fatal de las bombas de racimo en las personas y sus comunidades" analiza el impacto socioeconómico en los 25 países y regiones en los que se han usado y que, oficialmente, ha causado 13.306 muertes aunque podrían llegar hasta las 100.000 a causa de la falta de información. Desde Laos, en la década de 1960, hasta Líbano el 2006, la mayoría (98%) de muertos o heridos por bombas de racimo han sido civiles y, entre éstos, los niños (35%), indicó un reporte de Handicap.
Las bombas de racimo son disparadas desde tierra o lanzadas desde el aire y se abren para esparcir submuniciones explosivas sobre amplias superficies, provocando graves daños, especialmente a civiles.
Al tocar el suelo estallan, pero muchas submuniciones quedan intactas y pueden mantenerse durante años como potenciales amenazas, detonando al menor contacto.
El responsable de Handicap Internacional, Stanislas Brabant, ha asegurado que la mayoría de las muertes se producen debido a las submuniciones no detonadas y una vez finalizado el conflicto, cuando la población regresa a sus hogares para retomar su vida y su trabajo, que es "cuando son más vulnerables".
Así sucedió en 1999 en Kosovo, donde el 53% de las muertes causadas por bombas de racimo se produjeron durante los dos primeros meses de paz, recuerda el documento.
El informe afirma que muchas de las víctimas son menores de edad, mientras que Brabant ha explicado que ello se debe a que "los niños se sienten atraídos por los artefactos porque tienen forma de pelota de tenis".
Asimismo, ha indicado que ese tipo de armamento suele utilizarse en países pobres y que el 43% de las víctimas son hombres en edad productiva por lo que, con la muerte de la principal fuente de ingresos, las economías familiares se ven seriamente afectadas en regiones devastada por los conflictos bélicos.
Algunos países o regiones en los que se ha utilizado ese armamento son Camboya, Sáhara Occidental, Afganistán, los países de la antigua Yugoslavia, Chechenia, Sudán, Etiopía y Líbano.
Los más afectados son Laos y Vietnam, donde fallecieron 5.000 personas entre 1965 y 1975, e Irak, cuyos muertos desde 1991 ascienden a 3.000, y donde Estados Unidos y Reino Unido han lanzado un millón de esos artefactos desde 2003.
La directora del Instituto de la ONU de Investigación sobre el Desarme (UNIDIR), Patricia Lewis, ha asegurado que existe un "sentimiento ambiguo" entre los ejércitos sobre el uso de las bombas de racimo porque conocen los efectos devastadores para la población.

Parecen juguetes

Las municiones de racimo, suelen tener apariencia de juguetes que matan indiscriminadamente a niños, denunciaron delegados de Camboya y Líbano.
En el caso del Líbano, estos explosivos quedaron regados en campos, jardines, calles, cerca de escuelas y con un potencial monstruoso, declaró Gebran Michel Soufan, representante permanente de Líbano ante las Naciones Unidas en Ginebra.
"Para los niños estas bombas pueden parecer juguetes y en algunos casos parecen botellas de perfume", explicó el diplomático en la conferencia.
"Se calcula que hay 1.2 millones de municiones de racimo sin explotar en el sur del Líbano, una región que está devastada", tras el conflicto entre Israel y el grupo fundamentalistas islámico Hezbolá puntualizó.
Un panorama parecido presentó Sam Sotha, asesor del primer ministro de Camboya, quien dijo que su país vive un drama permanente por numerosas bombas de racimo que no explotaron cuando Estados Unidos las lanzó en los años 70 durante la guerra de Vietnam y que involucró a Camboya y Laos.
"Muchos niños se ven atraídos por los colores brillantes y llamativos de estas bombas, las que, muchas veces, poseen formas interesantes y semejan juguetes", lamentó el funcionario quien precisó que es por eso que hay una alta tasa de muertes infantiles, como principales víctimas de la población civil.
Veinte millones de municiones de racimo fueron lanzadas sobre territorio camboyano, reveló al precisar que estos explosivos arrojados desde aire o tierra se abren antes de tocar suelo y liberan cientos de submuniciones que se dispersan sobre extensas áreas, más allá de su objetivo, abarcando un área de varias canchas de fútbol.
Muchas de esas municiones -añadió- no estallan y entonces se convierten en minas antipersonales que quedan sembradas por décadas hasta que personas, en su mayoría civiles, las activan resultando heridas o muertas.
El serbio Branislav Kapetanovic, sobreviviente de las bombas de racimo, quien perdió brazos y piernas cuando desactivaba una de estas municiones en Kosovo, también reclamó su eliminación.
Kapetanovic, de la Ong Coalición contra las Bombas de Racimo, trabajaba como desactivador hasta que en mayo de 1999 una submunición estalló y le provocó graves daños. "Me hicieron veinte operaciones y estuve cuatro años en un hospital de Belgrado", relató a los asistentes en Lima desde su silla de ruedas.
De acuerdo con la CMC, 34 países continúan produciendo los explosivos, otros 25 los han usado en varios conflictos y 75 almacenan cantidades que representan una amenaza para la humanidad.

Un negocio millonario

Los seis mayores fabricantes de estas armas -Lockheed Martin, EADS, Thales, GenCorp, Textron y Raytheon-, obtuvieron unos 12.600 millones de dólares de seis grupos financieros entre 2003 y 2006, de acuerdo con la organización no gubernamental belga Netwerk Vlaanderen.
Según el informe "Inversiones explosivas: Las instituciones que financian las bombas de racimo", elaborado por Netwerk Vlaanderen, 68 financieras y bancos internacionales destinan fondos a esta "industria de la muerte", dice otro de los informes sobre el tema.
La estadounidense Textron, cuyas bombas CBU-105 fueron utilizadas por el ejército estadounidense en Irak, recibió en 2005 créditos por 1.250 millones de dólares reunidos por Citigroup y JPMorgan Chase. Estas dos compañías financieras aportaron 120 millones cada una, y les siguieron, con 90 millones de dólares por cabeza, Bank of America, el británico Barclays, el alemán Deutsche Bank y el suizo UBS, entre otros.
Para el autor del estudio, Christophe Scheire, estos bancos "niegan la realidad", al pretender que la financiación "es una actividad neutral".
Según Scheir, el BBVA participó con 35 millones de dólares en un crédito sindicado en 2005 entre trece bancos a la empresa Raytheon, por un valor total de 2.200 millones. Este banco también habría participado, junto al Santander y otras 34 entidades de crédito, en una financiación de 3.650 millones a la empresa EADS. Desde el Santander confirmaron que se participó en esta operación, aunque se aclaró que "EADS es un consorcio de aviación europea que tan sólo dedica una porción de su volumen de negocio a la industria militar" y que "también participa" en esta compañía el gobierno español, junto al francés y alemán.
"La Convención de Ottawa (Sobre la Prohibición del Empleo, Almacenamiento, Producción y Transferencia de Minas Antipersonal) suponía cortar de facto la inversión de las fábricas. Pero parece que eso no sucede así, porque hay bancos que invierten en las empresas fabricantes, aunque pertenecen a países que han prohibido las minas", señalan los activistas.
"Bélgica no sólo ha prohibido la producción de bombas, sino que también ha puesto en vigor una ley en marzo que impide a sus bancos y financieras invertir en las compañías fabricantes. Todos los países deben imitar a Bélgica", sustuvo Nash. *

Municiones

Son municiones de racimo aquellas bombas que contienen submuniciones con explosivos. Son armas que se lanzan y están diseñadas para detonar en el momento del impacto con una distribución estadística en un área predefinida.
La proyección de municiones de racimo incluye municiones de artillería, de misiles o lanzadas desde aviones.
Las municiones de racimo se caracterizan por una falta de capacidad de detección de objetivos autónomos y, frecuentemente, por la existencia de un elevado número de peligrosos artefactos sin explotar que suponen serias amenazas humanitarias después de su uso.
El término "municiones de racimo" no cubre municiones de fuego directo, munición de llamarada y humo, munición equipada con sensores y capacidad de detección de objetivos autónomos, submunición sin explosivos y minas antipersona.

Para nostálgicos: "Mi padre, el camarada Carlos"

Una generación marxista se educó con los libros comprados en la Editorial Problemas, que a mis 15 años estaba situada en la calle Sarmiento al 1700 de Buenos Aires. Conocí a Carlos Dujovne en la casa de Juan José Real luego del famoso XX Congreso del PCUS (1956).Ya entonces era todo nostalgias y recuerdos. Decepcionado, vivía la etapa del "raconto" de su vida. Dujovne era un hombre inteligente pero nada brillante. Mi impresión, luego de conversar largamente con él, fue que cumplía y baja directivas. Y allí se quedó... Como tantos otros. (A.A.)

La autora cuenta la génesis de su nuevo libro, El camarada Carlos. Itinerario de un enviado secreto (Aguilar). La escritora investigó en los archivos de la Internacional Comunista de Moscú, para escribir la biografía de su padre

En noviembre de 2005 me hallé en el bar de un hotel de San Petersburgo, junto a los profesores Lazar y Victor Jeifets, autores del diccionario biográfico La Internacional Comunista en América Latina que contenía datos sobre mi padre, Carlos Dujovne. Acababan de traer a la mesa una jarra de buen tamaño, llena de un líquido incoloro que no resultó agua sino vodka. "Su padre fue un agente secreto", me repetían con marcada insistencia los dos historiadores. Vasitos después me animé a preguntarles: "¿Ustedes quieren decir... un espía?". "No -sonrieron con el típico ademán de espantarse una mosca-. Su padre no podía pertenecer al espionaje porque era un idealista, un puro. Queremos decir un enviado secreto o clandestino, destinado a la agitación sindical." Aunque la aclaración me serenó, decidí evitar en el subtítulo de este libro la palabra "agente", que se prestaba a confusiones, y me quedé con "enviado", que era precisamente la utilizada por Carlos en las raras ocasiones en que mentaba el tema.

Con respecto al título mismo, también, en cierto modo, me fue dictado. Cuando consulté a Olga Uliánova, la investigadora ruso-chilena de cierto episodio bastante desconocido que se llamó la República Socialista de Chile de 1932, sobre la participación de Carlos Dujovne en ese breve ensayo revolucionario, ella exclamó como ante el esclarecimiento de un misterio: "¡Ah! ¿Entonces el camarada Carlos, del que poseo documentos secretos, había sido su padre?".

Durante toda mi vida soñé con averiguar la verdad. Por "toda mi vida" deberá entenderse la parte en la que Carlos ya no estuvo presente. Sucede en las mejores familias, dejar morir al que pudo contar el cuento y preocuparse por reconstruirlo a posteriori . En dos de mis relatos de "autoficción ", El árbol de la gitana y Las perlas rojas, yo había esbozado su tumultuosa historia, a partir de la narración de mi madre, la escritora Alicia Ortiz, que la había obtenido de sus labios cuando al ex comunista todavía le quedaban ganas de hablar. Pero en septiembre de 2005, una beca del Ministerio de Relaciones Exteriores francés, llamada Mission Stendhal, reservada paraescritores franceses y absurdamente concedida a una escritora argentina medio francófona que deseaba rastrear la trayectoria familiar y aseguraba ser de origen, o de medio origen, judeo moldavo, me permitió subirme a un avioncito húngaro y aterrizar en Kishinev.

¿Por qué Kishinev? Buena pregunta. Mi padre, nacido en 1903 en las colonias entrerrianas del Barón de Hirsch, tenía una manera oscilante de identificar la cuna de los suyos. Movía la mano con gesto de "más o menos" y dudaba : "Bueno, eran de Besarabia, o de Moldavia, o de Rumania, o de Ucrania, o de Rusia". Y ante mi propio gesto interrogante, ése de origen italiano, agregaba: "Es que a todo el territorio se lo llamaba Besarabia, que a veces era rusa y a veces, rumana. Pero la ciudad cabecera siempre fue Kishinev". Necesité varios días en esa capital moldava para advertir mi error: Kurilovich, el pueblito natal de mis abuelos Sara y Samuel que, a fines del siglo XIX, viajaron a la Argentina para escapar de los pogroms , no quedaba en Moldavia sino en Ucrania, cerca de Moguilev-Podolski. Un ómnibus destartalado, atestado de gitanos que me miraban la cartera como si el cuero transparentara la beca francesa, me condujo entonces hasta el lindero entre los dos países.

Me acompañaba una joven intérprete moldava. La travesía nocturna del puente sobre el Dniéster, a pie y bajo la lluvia, quedará para siempre en la memoria de dos guardias fronterizos que se rascaron la cabeza al ver mi pasaporte, preguntando con aire de sospecha: "¿Qué es Mercosur?". Deduje que el pasaje no formaba parte del circuito habitual para turistas argentinos.

Ya en Moguilev nos esperaba Abraham Kaplan, director del diminuto y desgarrador Museo del Holocausto, que me mostró el mapa del gueto de la ciudad, donde él estuvo de chico y donde sus padres murieron junto con unos diecinueve mil judíos, en 1942.

Abraham Kaplan me llevó a Kurilovich. Por el camino me fue explicando el modo en que los alemanes fusilaron en masa a todos los judíos de esas lindas aldeas, en enero y agosto de ese año, comenzando por balear a los niños ante la vista de sus padres. ¿Cabía la posibilidad de que los parientes que mi padre había visitado en 1925, y de los que yo conservaba una foto donde todos aparecían agobiados por una vieja o premonitoria pesadumbre, se hubieran salvado? El señor Kaplan negó con la cabeza. Al salir de los plácidos bosques otoñales que sirven hasta hoy de tumba colectiva, apareció el pueblito, en cuya municipalidad me sacaron a relucir partidas de nacimiento y defunción de unos cuantos Dujovnes, fallecidos en condiciones que permitieran anotarlo en un libro. Pero lo que a mí me interesaba, aparte de los desaparecidos parientes, era la ruta del adiós: ver el lugar preciso por donde los míos se fueron de su tierra para siempre, inaugurando una modalidad desarraigada que en varios de sus descendientes aún perdura.

El paso por Kurilovich apenas fue un desvío, antes de mi visita a Moscú. En 1920, mi padre había formado parte del grupo fundador del Partido Comunista argentino. Y en 1923, confiado en que su primo, Ben Sión Dujovne, entonces presidente del Banco Central de Moscú, podría recibirlo en su casa, viajó a la URSS. Ochenta y dos años después, yo le seguía los pasos, dispuesta a sumergirme en los archivos de la Comintern, o Internacional Comunista, a la que el flamante doctor en diplomacia soviética, recibido en la Primera Universidad Estatal de Moscú, había pertenecido, por lo que yo sabía, a partir de 1928. Para desarrollar mis búsquedas contaba con un intérprete ruso, enorme, hosco y eternamente resfriado, y con el recuerdo del relato materno, cada uno de cuyos puntos se fue revelando verídico.

Los archivos de la Comintern quedan en la calle Bólchaia Dmítrovka. A partir de la apertura dispuesta por Boris Yeltsin, la condición de miembro de la familia del personaje buscado da derecho a consultarlos. Pero mentiría si dijera que los archivistas se deshicieron en sonrisas al aportarme la carpeta con el nombre de Carlos. En términos generales, la balalaika que siempre llevé en el corazón sufrió un rudo golpazo durante mi permanencia en Moscú.

La carpeta contenía, entre otras cosas, un juramento de guardar silencio acerca de todas las actividades y documentos que se le confiaran al abajo firmante, juramento escrito en cirílico y suscrito por el camarada en 1927; su designación como acompañante de Henri Barbusse, el autor de El fuego , a quien Carlos sirvió de intérprete ante Stalin; el célebre cuestionario autobiográfico que todo comunista debía llenar al asumir un cargo (método estaliniano utilizado para que los servicios de inteligencia recabaran, acerca de cada uno, la información suficiente para utilizarla en su contra); una opinión sobre mi padre, bastante atravesada, vertida en 1937 por la notoria soplona búlgara Stella Blagóeva, cuyas denuncias mandaron al sótano de la Lubianka a centenares de camaradas que terminaron con un balazo en la nuca (aviesa opinión expresada en el peor momento de las Purgas, dentro del proceso a otro pobre desdichado, fusilado poco después); y, para terminar, un sobre celeste donde un ganchito oxidado sostenía la foto desconocida de un Carlos veinteañero.

Sin dudarlo un instante y aprovechando una distracción del resfriado, me la metí en la cartera. ¿Qué podía importarles a los archivistas la imagen de un argentino muerto en 1973? Pero les importaba. "Me han llamado a armarme un escándalo", tartamudeó al día siguiente mi traductor, secándose la gota. Con la fotografía salvada en mi computadora, nada me costó devolver el tesoro, sin bajar la mirada ante los frenéticos defensores de una memoria tan suya como mía.

La carpeta amarillenta contenía otro dato: la dirección y el número de teléfono del departamento donde Ben Sión Dujovne había alojado al primo venido del Sur. Como el resfrío se le había transformado en gripe, cambié a mi enorme traductor por una pequeña rusita que sabía francés. Con ella emprendí la peregrinación a la morada familiar. El elegante edificio de Nikitzky Boulevard estaba en reparaciones. La rusita, animosa, me incitó a tomar un arruinado ascensor, buscando el departamento 119 mencionado en la carpeta. No estaba: el último era el 90. Yo no ignoraba que la policía había ido a arrestar al pariente de mi padre durante el Gran Terror, arrojando a la calle en pleno invierno a su mujer y a su hijo mientras el banquero comunista se enmohecía en la Lubianka. De allí a imaginar pisos condenados con polvorientos esqueletos, no había más que un paso.

Era el momento de enfrentar una segunda carpeta: la del primo Ben Sión. No la busqué en los archivos de la Internacional, sino del Banco de Estado. El día de la expedición cayó una impresionante nevada. Titubeábamos con la rusita en medio de la tormenta, cuando sufrí un ataque de risa que retrasó la marcha. "Es que era urgente -repetía tragando nieve-. Había que venir corriendo justo hoy para buscar a un tío ejecutado en los años 30."

La carpeta existía. Contenía una lista de los puestos ocupados por Ben Sión desde 1917, con sus respectivos salarios, y la fecha de su expulsión. "Para conocer el tipo de proceso al que tuvo derecho, tiene que ir al Memorial de las víctimas de la guerra y del estalinismo", me informaron unas archivistas menos hurañas que las otras.

El Memorial cuenta con una excelente computadora donde me enteré de que Ben Sión había sido juzgado por un auténtico tribunal, no por una troika cualquiera. Eso significaba que el preso no era fusilado hasta no confesar sus presuntas fechorías, a fin de conservar la declaración en el archivo de la KGB. Ben Sión aguantó cuatro meses antes de terminar declarando: "Bueno, sí, he cometido actos de terrorismo contra la Unión Soviética". Cuatro meses de torturas físicas y morales, entre las que siempre se contaba la más convincente: la fidelidad al Partido. Si el Partido pedía que se confesara un crimen no cometido, era difícil que el militante se negara a cumplir. Sobre el paradero de la mujer y del hijo sólo encontré una pista insegura. En cambio, al seguir la de mi padre en la URSS, he logrado averiguar que todos sus jefes, camaradas y novias de nacionalidad rusa terminaron fusilados igual que Ben Sión.

En 1928, Lozovsky, el patrón del Profintern o Internacional Sindical Roja (que también, naturalmente, acabó en la Lubianka), envió a mi padre a Montevideo para trabajar en el Buró Sudamericano de ese organismo sindical. Rastrear al "emisario secreto" en la capital uruguaya resultó más arduo que escudriñarlo en Moscú: no hay ninguna computadora que dé testimonio de que Montevideo funcionó, durante aquellos años, como un centro soviético. Sin embargo, así fue. Gracias a una maravillosa biblioteca porteña, la del Cedinci, dirigida por Horacio Tarcus, pude enterarme de que Carlos participó en la publicación de la revista quincenal montevideana El Trabajador Latinoamericano y en la organización de la Conferencia Sindical Latinoamericana que tuvo lugar allí en 1929. Un año más tarde fue enviado a "monitorear" huelgas en Bolivia y Perú, y luego a Chile donde intervino en el efímero gobierno, soi disant socialista, de Marmaduke Grove. Socialista o no, los comunistas chilenos, asesorados por dos "instructores clandestinos" llamados Dujovne y Mariansky, aprovecharon para crear los soviets en la Universidad y en barrios de Santiago. El tema de estos soviets desencadenó una feroz polémica en el seno de la Internacional, al cabo de la cual todos los rusos, adversarios o partidarios de fundarlos, finalizaron en Moscú con el balazo en la nuca.

Carlos Dujovne tuvo la inteligencia de no volver a Rusia y de escaparse a caballo por la Cordillera para reintegrarse a su país. Le debo a esa inteligencia el hecho de haber nacido. A partir de ese instante, se desligó de la Internacional para convertirse en un comunista argentino mostrable y no secreto. Pasarían varios años, sin embargo, antes de completar el "blanqueo": cuando en 1935 conoció a Alicia Ortiz en una reunión de la Aiape -Asociación de intelectuales antifascistas-, todavía se presentaba bajo su nombre de guerra: Carlos Fuentes. Al mes de casado, conoció también su primera cárcel con pateaduras y picana incluidas (eran los tiempos de la Sección Especial y de la campaña "anti-judeo-bolchevique"). En 1939, ya como Carlos Dujovne, fundó la Editorial Problemas, especializada en temas marxistas. Yo recuerdo el día de junio de 1943 en que la policía clausuró la editorial y quemó los libros por orden del GOU (Grupo de Oficiales Unidos). También recuerdo la visita que mi madre y yo le hicimos a Carlos en la prisión de Neuquén, donde pasó dos años junto con decenas de comunistas, amontonados allí con la intención expresa de matarlos de frío.

Volvió a casa con más reumatismos y menos dientes, pero también con ideas de conciliación que no se condecían con la "línea" del comunismo argentino, ni con la del ruso. En la cárcel pensó, rumió, ató cabos y, en 1947, nueve años antes del XX Congreso donde Khruschev denunció los crímenes de Stalin, renunció al Partido. Desde ese momentose convirtió en lo que la jerga partidaria denomina un "muerto civil" y se sumió en la más completa soledad hasta el fin de sus días, excepción hecha de un período, en los años cincuenta, cuando el entonces presidente de Bolivia, Hernán Siles Suazo, lo invitó a colaborar con la revolución del MNR.

No he escrito este libro a partir de mi devoción filial. Aunque el cariño resulte perceptible, éste es un trabajo repleto de documentos no necesariamente aburridos, donde sólo me permito la primera persona para narrar viajes, búsquedas y esos hallazgos inesperados que surgen de repente, como guiados por una inteligencia benévola que nos diera una mano. Un día, por ejemplo, en Buenos Aires, un conocido historiador me preguntó qué estaba escribiendo. Se lo dije. "¡Ah! -me contestó con ojitos traviesos-. ¿No querés que te pase la ficha del FBI sobre tu padre y tu madre?". No creo ni en el destino ni en el azar, sino en una combinación de los dos, acaso generada por la energía que desplegamos para lograr un fin. Tampoco diría que me he lanzado a indagar en esta historia para aliviarme yo misma de una carga pesada. La existencia del camarada Carlos estuvo ligada a una de las mayores tragedias del siglo XX, que él vivió de modo absoluto, en la esperanza y en la desilusión. La he investigado por ella misma y no por mí, cerrando el círculo de un sentido que no debía permanecer abierto.

Por Alicia Dujovne Ortiz

El pasado persigue a Fujimori


La justicia de Chile se pronunciará en breve sobre la entrega a Perú del ex presidente golpista

Juan Jesús Aznárez 27/05/2007 - El País

La fiscalía chilena se pronunciará próximamente sobre la extradición a Perú del ex presidente de este país, Alberto Fujimori, reclamado por acusaciones de corrupción masiva y crímenes de lesa humanidad. El hombre que gobernó en Perú desde 1990 hasta 2000 tiene ahora 68 años, presenta un aspecto saludable, juega al golf en las estribaciones de la cordillera de Santiago y devora cebiche y mariscos en los restaurantes caros de la capital de Chile.
Fujimori no parece angustiado. El proceso de extradición sufrió "un retroceso" desde que Alan García asumió la presidencia de Perú, en julio de 2006, según denunció Gisela Ortiz, portavoz de una asociación de víctimas. Algunos analistas atribuyen el supuesto "desinterés" de García a que necesita el apoyo político de los cargos electos leales a la disciplina de Fujimori.
El reo, prófugo de la justicia peruana desde su huida en el año 2000 a Japón, aguarda la decisión de la fiscal chilena Mónica Maldonado, que habrá de ser tenida en cuenta por la Corte Suprema de Chile para la sentencia definitiva sobre la extradición. El ex gobernante llegó inesperadamente a Chile el 6 de noviembre de 2005, en un avión privado, con la descarada intención de participar en las elecciones generales peruanas del año 2006, ganadas por Alan García. El hombre conocido por el apelativo de El Chino, procedía de Tokio, cuyo Gobierno le amparó contra la persecución judicial peruana mediante la concesión de la nacionalidad nipona.
"Espero que Chile actúe de acuerdo con la ley y envíe el fuerte mensaje a la comunidad internacional de que la corrupción y las violaciones de los derechos humanos no son tolerables", pidió Alejandro Toledo, que presidió Perú entre 2001 y 2006.
Fujimori, ingeniero agrónomo, gobernó en Perú con una presidencia golpista desde el año 1992; una liberalización económicamente prometedora, pero plagada de corrupción; y unos cuerpos de seguridad con licencia para matar. En suma: con ausencia del Estado de derecho en una sociedad afectada por la débil adscripción a los principios de la democracia. Los escuadrones de la muerte mataron a muchas personas, pero algunos asesinatos fueron especialmente escandalosos: 15 personas murieron acribilladas en 1991, en el barrio limeño de Barrios Altos, y un profesor y 10 estudiantes de la Universidad de la Cantuta, al año siguiente. Todos, acusados falsamente de ser terroristas de Sendero Luminoso.
En su momento, el fiscal Anticorrupción de Perú, Carlos Briceño, pidió a Chile que procediera a la detención de Fujimori para evitar una nueva fuga durante los trámites de la extradición. El ex presidente peruano permaneció detenido seis meses en Santiago, pero fue puesto en libertad a la espera de sentencia. El largo proceso contra el advenedizo que derrotó al escritor Mario Vargas Llosa en la segunda vuelta de las elecciones generales de 1990 -gracias al apoyo a Fujimori del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), a la que pertenece el actual presidente, Alan García- es atentamente seguido por tres países: Chile y Perú, cuyas disputas territoriales les llevaron a la guerra en el siglo XIX; y Japón, nada interesado en la entrega del ex mandatario a Perú, donde su figura cuenta con un número de adeptos nada desdeñable.
La justicia peruana prometió respetar el fallo chileno. Pero dado el simbolismo del caso Fujimori, la decisión "creará olas, no importa cuál sea la que tome La Moneda" (sede del Gobierno chileno), señaló el analista peruano Mirko Lauer.

"No sabía nada"

Alberto Fujimori afirmó ante un juez que "no sabía nada" sobre las barbaridades cometidas por el Ejército y sus escuadrones de la muerte. El que fuera su jefe de las Fuerzas Armadas, Nicolás Hermoza, testificó, sin embargo, que Fujimori estuvo al tanto de la guerra sucia de los matones policiales o castrenses.
Si el ex gobernante fuera extraditado, se toparía en prisión con su principal cómplice: Vladimiro Montesinos, ex jefe del Servicio de Inteligencia y del grupo paramilitar Colina, y ejecutor, con el general Hermoza, del golpe del 5 de abril de 1992. Ese cuartelazo disolvió los poderes ejecutivo y judicial de Perú para sustituirlos por una forma institucional a la medida de la autocracia en construcción.
La prioridad del tridente al mando fue acabar con Sendero Luminoso, liderado por Abimael Guzmán, detenido en 1992. Para ello, Fujimori ignoró todo límite y autorizó una política de aniquilación del sospechoso: la tortura, el asesinato, la ejecución sumaria y el encarcelamiento masivo -siempre según los cargos que pesan sobre él- con juicios presididos por magistrados que ocultaban su identidad: los denominados jueces sin rostro. Más de 5.000 personas fueron condenadas a severas penas en vistas sin garantías procesales.