29 junio 2008

EL ODIO DE ESTOS DÍAS


EL ODIO DE ESTOS DÍAS

Por José Pablo Feinmann

Uno de los mails que recibí durante estos días me pareció no sólo doloroso, sino revelador de un estado de espíritu que atraviesa la derechizada sociedad argentina de estos días. Esta derechización no tiene nada de extraño pues el mundo ha girado a la derecha y en los países ricos surgen el fascismo, el neonazismo, la violencia contra el diferente, la incapacidad del diálogo, el desprecio de la democracia. Estuve –por cuestiones literarias– unos quince días en Europa y la xenofobia, el racismo y la violencia que conllevan son moneda de todos los días. Todos piden que se expulse a los inmigrantes, que no se los deje entrar. Se levantan muros legales o muros reales, como el que levanta Bush contra los mexicanos. El mundo está entre la derecha occidental y el irracionalismo extremo del islamismo. Entre tanto, habían surgido algunos gobiernos tenuemente populistas en América latina, a los que se toleró durante un breve tiempo y sobre los cuales las embestidas son cada vez más feroces. Se trataría de quebrar algunas opciones de esos gobiernos: reemplazar el Mercosur por el ALCA, abjurar de todo gesto de intervencionismo estatal, eliminar cualquier intento de redistribución de la riqueza, concentrar definitivamente los medios de comunicación en el sistema comunicacional que establece hegemónicamente Estados Unidos (con matices, pero sin diferencias notables), desterrar todo lo que apeste a populismo. Si esto se hará democráticamente o no es difícil decirlo. A Chávez, entre la oposición política, los medios de comunicación y el apoyo de Estados Unidos, estuvieron por voltearlo. Lo que se nota en la Argentina es un factor que acaso (porque así es este país) se manifieste con más potencia que en cualquier otra parte: el odio. Sencilla, simplemente, poderosamente el odio. Si alguien pudo pintar: “Cristina vas a morir como Evita”, todo es posible. Si a Cristina se le endilgan insultos del calibre más bajo, más obsceno y si, para peor, son las mujeres las que principalmente lo hacen, uno se pregunta: ¿qué pasa? Supongamos que el gobierno de Cristina Fernández no le cae bien a un sector de la población, pero: ¿es para tanto? ¿Es para injuriarlo más que a Menem, que a De la Rúa? Sabiendo (y aceptando en alguna medida) que a otros gobiernos, sobre todo al militar, no se les dijo nada de esto.
Tomo un ejemplo. El cantante Ignacio Copani escribió una canción. Yo no conozco a Copani. Pero ése no es un problema de él, acaso sea un problema mío. Escucho música clásica desde joven y no he logrado moverme de ahí. Hay quienes intentan hacerme “entrar” en el rock, pero no lo logran. Lo siento. La cuestión es que Copani compuso una canción que lleva un título traslúcido. Se llama: “Cacerola de teflón”. Debe tratarse de una crítica al sector social pro-agrario que se manifiesta en las calles con los utensilios que tiene en su cocina según su pertenencia en la escala social. Las cacerolas que tiene son de teflón. Copani canta su letra. Dice lo que tiene que decir y ahí empieza la invasión mediática. El “foro”, en Internet, tiene un anonimato que facilita la agresión y hasta el insulto más soez. Facilita la expresión del odio. De este modo, Copani dice que, a raíz de su canción, recibió algunos mensajes afectuosos. Pero: “Pero he recibido también otro tipo de contactos llenos de reproches, cargados de odio, regados de violencia, intolerancia, agresión y con un espíritu inquisidor que no creí que anidara todavía en gente de mi comunidad. He sido amenazado, agraviado, insultado, difamado, calumniado y, peor aún, han sufrido ese tipo de atropello miembros de mi familia. No me refiero a los impunes foros de Internet sino a e-mails, cartas y llamados recibidos”. ¿Qué pasa? ¿Dónde estamos viviendo? ¿Esta es la ciudad de Buenos Aires? ¿Esta es la capital cultural de América latina? ¿De dónde salió esta tropa de asalto, organizada, feroz, violenta al extremo de estar a las puertas de la agresión física?
Sigue Copani: “Aquellos que piensan que la Sra. Presidenta de mi país me paga por verso, recital u opinión, simplemente están expresando su propia escala de valores y asumiendo que ellos mismos podrían torcer sus convicciones a un precio determinado. Yo no”. Este es otro toque infaltable de este periodismo del odio. Afirma: todo aquel que se manifieste a favor de este gobierno lo hace por interés. En cambio, si “el campo” llena la Plaza ahí está la patria, la tierra, los valores centenarios, la clase rural que hizo la grandeza de la patria. Si la llena el Gobierno son todos gronchos traídos en los camiones de Moyano, o bandoleros de D’Elía, o desdichados que están ahí por un choripán. Y esto lo dicen periodistas con una trayectoria. Que de pronto se han erizado también de odio. Algunos de ellos cambiarán milagrosamente no bien el Gobierno arregle con sus patrones, con los grupos económicos para los que trabajan. La conversión ideológica del periodismo en los últimos tiempos ha sido vertiginosa. Incluso conozco mucha gente que lo detecta. “¿Viste? Fulano ahora ya no está en contra de Cristina”. “Y claro: si la empresa para la que labura arregló con el Gobierno.” Hay, sin embargo, un ingrediente genuino en este periodismo que acaso ni puedan variar, aunque el grupo mediático para el que trabajan les dé la contraorden: su antiperonismo. El odio gorila pocas veces penetró tanto en nuestra sociedad. Y peor aún: el odio a la generación del ’70. Lo peor que se le puede decir a alguien es setentista. Y al matrimonio presidencial se les dice sin más “la pareja montonera”, cuando jamás estuvieron en esa organización y no se ha discutido aún con claridad los dislates o no que ha cometido en nuestro país. Dice, en fin, Copani: “Nunca discuto una crítica, sea como sea y venga de quien venga. Pero en este caso no recibí opiniones sobre la conformación estética del tema, de su métrica, de sus rimas, de sus sonidos, de la destreza para ejecutarla, sino una violenta y censuradora mirada hacia el contenido de mis ideas y mi conducta, bien típico de tiempos de inquisición y dictaduras”.
Voy a citar ahora otro mail. Es de Hernán Nemi, que tiene 36 años, es profesor de Literatura en la Universidad de Morón, da clases en varios colegios secundarios y tiene un par de obras escritas para Teatro por la Identidad. (Esto lo torna muy sospechoso para la Argentina del odio y sus voceros comunicacionales. Porque la cosa también tiene este costado de destrucción fundamental: “¡Basta con esa cuestión de los derechos humanos! ¡Basta de juzgar a militares! ¡Basta de exhibir a Hebe de Bonafini en cada acto! ¡Ni a la Carlotto nos bancamos ya! ¡Eso terminó, es el pasado, hay que archivarlo!” O si no: “¡Hay que juzgar a los guerrilleros! ¿O no quedó alguno vivo?”.) Suscribo todo lo que dice Nemi, de modo que citarlo es hablar y decir por su medio, que es impecable, y exhibe una prosa inusual: “Se critica a Cristina por autoritaria: ¿qué otro presidente hubiera soportado cien días con rutas cortadas, desabastecimiento y amenazas constantes sin disparar un solo tiro ni reprimir en ninguno de los cientos de cortes de caminos que hubo? Entre el 19 y 20 de diciembre de 2001 murieron 31 personas en la represión del gobierno de De la Rúa a las manifestaciones populares. El matrimonio ‘montonero’ tuvo la actitud más tolerante y democrática frente a las protestas de la ciudadanía que se recuerde en toda la historia argentina”. Aquí sólo podríamos pulir la frase “toda la historia argentina”. Hubo otros gobiernos con tolerancia de democrática. Es cierto que, en este caso, el llamado “campo” ha paralizado el país y su abastecimiento. Se trata, sin más, de un acto de subversión absoluto que deteriora por completo el funcionamiento del país. Y a los piqueteros se los quería colgar por cortar una calle.
Sigue Hernán Nemi: “¿Es éticamente correcto que la clase media y alta de Buenos Aires salgan a golpear cacerolas por las retenciones del campo cuando jamás las golpearon por las flacas jubilaciones que cobran nuestros viejos ni por los chicos que tienen hambre, ni por los sueldos docentes, ni por la carpa docente, ni por la privatización vergonzosa de nuestras empresas en los ’90?”. Y también: “¿Tiene autoridad moral la Sociedad Rural de pedir más institucionalidad cuando apoyó a cuanto gobierno de facto hubo en la Argentina? ¿Este campo hoy indignado es el mismo que aplaudió a Menem a lo largo de la década del 90? Sí, es el mismo”. Es siempre el mismo, Hernán: es el que recibió con atronadores aplausos a Juan Carlos Onganía cuando el dictador entró en el predio de la Sociedad Rural... ¡en carroza! El que abucheó a Alfonsín. El que respaldó a la patria financiera en el golpe de mercado. El que apoyó a Videla y negoció con Menem. Hoy, en esta Argentina del odio, es la clase heroica que representa los intereses de la patria. ¡Y con los periodistas progres a sus pies!
Y, por fin, escribe Hernán: “Quienes piensan –legítimamente– que los ruralistas tienen razón, ¿por qué lo expresan a través de mails o comentarios tan agresivos, tan cargados de odio, tan faltos de argumentos racionales?, ¿qué nos pasa a los argentinos (y argentinas) que nos cuesta tanto bancarnos a una mujer como presidenta? Muchos de los adjetivos de esos mails –muchos de ellos enviados por mujeres– muestran el peor machismo: se la llama a Cristina ‘puta’, ‘conchuda’, ‘turra’, ‘tilinga’... Y al mismo tiempo, los argumentos brillan por su ausencia”.
Es así, Hernán: pero eso de bancarse a una mujer como presidenta no nos pasa “a los argentinos”, sino a ciertos argentinos. Y si hiciera otra política le tirarían flores. No es que no se bancan a una mujer, no se bancan una política. El poder, en este país, es pragmático. Si hacés lo que yo te digo, lo que yo necesito, lo que llena mis arcas, estoy con vos y sos hermoso. No lo olviden: si el establishment argentino se bancó a Menem, se puede bancar a Drácula. Al sólo costo de que Drácula haga lo que ellos quieren.

LA MEMORIA COMUNISTA



MIGUEL MORA 28/06/2008


La luna como símbolo de lo inalcanzable ha fascinado a Pietro Ingrao desde niño. El político e intelectual italiano narra su vida, que es el espejo de la lucha y de la derrota del comunismo. Él no se rinde: "El capitalismo nos ha destruido, pero todavía no se ve".
Pietro Ingrao, 93 años, comunista y soñador. Ex dirigente del Partido Comunista Italiano, ex presidente de la Cámara de Diputados, ex periodista y director de L'Unità. Escritor y poeta. Hombre dulce y sencillo. Hoy vive en un modesto piso romano, ayudado por una encantadora asistenta congoleña. Una foto del Che preside el salón. Mientras tomamos un café, él se abraza a la taza y narra. Sigue siendo un hombre brillante, idealista y romántico. Asume que el comunismo falló, que el asalto al Palacio de Invierno fracasó. Pero no se rinde. Sus recuerdos, su peripecia personal y política, como testigo y protagonista del siglo XX, subrayan el anhelo de cumplir un sueño infantil: coger la luna, atraparla con los dedos, cambiar el mundo. Pedía la luna es el título de sus memorias, que en Italia publicó Einaudi en 2006 y que ahora llegan a España. Y éste es un resumen de una conversación-monólogo. El hombre que perdió tira del hilo de la memoria y no encuentra explicación. Y se despide con una frase inapelable: "El capitalismo nos ha destruido, pero todavía no se ve".

PREGUNTA. Así que quería la luna.
RESPUESTA. A veces parece que se pueda atrapar. Sobre todo en mi pueblo [nació en 1915 en Lenola, región del Lazio] en verano y primavera, en las grandes noches estrelladas, cuando sale entre las montañas. De pequeño la quería coger, lo conté en un libro. Una noche, a la hora de irme a la cama, quién sabe por qué no quería hacer pis, que hacía siempre, y mi madre un poco desesperada llamó a mi padre, él vino y me dijo bromeando: "¿Qué quieres de regalo si haces pis?". Tengo la imagen como si fuera ahora. Mirando por la ventana hacia el valle y las montañas, vi la luna brillando sugestiva, y le dije: "Quiero la luna". Mi padre se echó a reír y dijo: "Hijo, no consigo cogerla". Así, la luna se convirtió en un símbolo de algo muy bonito que no se consigue coger.
P. Y en una metáfora de su lucha política.
R. Después establecí en mi fantasía una especie de ecuación entre la luna y las esperanzas que iban creciendo mientras Europa se destruía. La luna acabó representando la imagen de ese mundo nuevo que buscaba en la mitad de los años treinta y que después se precipitó en la catástrofe mundial.
P. ¿Vivió la guerra como partisano?
R. No disparé un solo tiro, no estuve en las brigadas sino en la actividad clandestina, haciendo de correo. Los jóvenes de la pequeña burguesía romana montamos una organización que luego amplió sus contactos con figuras singulares como Visconti. En su primera película, Obsesión (1942), moderna y con intención política, metió un personaje que representaba a un clandestino que había entrado ilegalmente en Italia. Él pertenecía a una familia aristócrata de Milán, y había ido a Francia a colaborar con Renoir, que había reunido a algunos italianos que conspiraban contra el régimen fascista.
P. Con el que usted simpatizó al principio al principio.
R. Sí, hice amistad con los jóvenes fascistas en la Universidad de Roma, participé en el movimiento de los Littoriali, y escribí una loa a Mussolini. Pero un amigo, Gianni Buzzini, me llevó al Centro de Experimentación de la Cinematografía instaurado por el fascismo. Allí estaba Alida Valli, la bellísima. Aunque no filmé un metro de película, conocí a los cineastas rusos, viajé a Capri con Giuseppe de Santis (el director de Arroz amargo), conocí a Visconti... Cuando empezaron los arrestos, me escapé a Milán y me hice clandestino.
P. ¿Cómo era aquella Italia?
R. Un país oscuro. La gente emigraba en busca de pan. Había muchísima hambre. El régimen estaba en crisis y las tiendas estaban cerradas. Un día entré en una pastelería abierta que tenía dulces. Compré uno y lo tuve que escupir, era repugnante. Estuve también escondido en Calabria, durmiendo en una cabaña de paja, luchando contra un enemigo, los ratones. Había docenas. Por la noche hacía un fuego para que el humo los ahuyentara. Apagaba el fuego, me dormía y sólo se subían al catre cuando estaba dormido. Ah, aquel sueño de la juventud...
P. ¿Había tiempo para el amor?
R. Sí. Mi futura mujer, Laura, también participaba en la conspiración. La conocí en Roma, era hermana de Lucio Lombardo, que estaba preso en la cárcel de Civitavecchia; ella era el correo entre nosotros. Nos enamoramos y nos casamos ya cuando los aliados entraron en Roma.
P. ¿Recuerda el día de la liberación?
R. Estaba en Milán con unos compañeros sicilianos. Tengo un recuerdo nítido de la noche del 25 de abril. Cenamos algo, nos acostamos, y de repente se abre la puerta y entra Salvatore di Benedetto, abre la ventana y empieza a gritar: "Ha muerto Il Duce", "abajo Mussolini", "viva la libertad", "fascistas carroña". Pensamos que se había vuelto loco. Nos contó la noticia, salimos a las calles, que estaban inundadas de gente, asaltamos las sedes fascistas, estuvimos toda la noche quemando papeles y por la mañana fuimos a liberar a los prisioneros de la cárcel. Luego hicimos un mitin, hice un discursillo, y fui a casa de Elio Vittorini para preparar el número de L'Unità.
P. ¿Quiénes hacían el periódico?
R. Durante esos años lo hicimos con Gillo Pontecorvo, el director de La batalla de Argel. Tenía sólo dos páginas, y metíamos también sucesos. Cuando llegaron los aliados, me mandaron a Roma, primero fui redactor jefe, y luego ya director. Recuerdo que tras la liberación poníamos alguna foto de mujeres con poca ropa y los soviéticos nos lo reprochaban mucho.
P. ¿Lo controlaban todo?
R. Había una relación continua. Ellos eran la guía, la gran guía, daban las órdenes y las directrices. Aunque Togliatti intentó buscar una relativa autonomía, ellos financiaban el partido. Fui a Moscú varias veces con Togliatti. Iban los comunistas de Europa y América Latina, eran unas reuniones aburridísimas.
P. ¿Allí conoció a Carrillo?
R. Nos vimos a menudo. En Moscú y en Francia. Era el líder con el que tuve una relación más estrecha. La Pasionaria era un gran símbolo, pero la relación de alianza y de acción común era con Carrillo. Fuimos muy amigos, nos vimos muchas veces. Incluso, acabada la guerra española, intentamos apoyar su lucha antifranquista y acreditar a la resistencia española, que no tenía mucha fuerza. Los italianos teníamos mejor relación con ellos, los franceses estaban celosos y les ayudaban poco.
P. ¿Los comunistas italianos siempre fueron distintos?
R. Durante la guerra fría vivimos una crisis compleja. Gracias al prestigio de Togliatti, y a la inteligencia de su relación con Stalin para garantizar un modo italiano, éramos más autónomos. Moscú siempre nos consideró heréticos e indisciplinados, los franceses eran más disciplinados y nos atacaban. Tenían celos de nuestra fuerza, y los soviéticos no nos apoyaban. Rompimos con los soviéticos en tiempos de la invasión de Afganistán, pero antes ya estábamos mal, con la defenestración de Dubcek, con quien teníamos una relación muy estrecha. Ponomariov, que era nuestro contacto en el aparato soviético, era un pedante y un aburrido insoportable, que siempre nos daba lecciones morales y controlaba la ortodoxia más estúpida. La burocracia soviética era un verdadero desastre. Distanciarnos fue una segunda liberación.
P. Pero supuso la división del partido. Y las purgas.
R. Muerto Togliatti, se abrió la lucha interna. Una parte de derecha liderada por Giorgio Amendola, y una de izquierda liderada por mí, que intentaba introducir el debate interno, la práctica de la duda, una discusión más democrática. Ganaron ellos. Y fuimos todos purgados. Nos castigaron. Pero el sindicato más cercano a mi pensamiento obtuvo una gran victoria y me propusieron para presidir la Cámara de Diputados. Me convertí en un personaje estatal, y tuve mucha relación con Fanfani, que era el presidente del Senado. Ahí, el partido dio vía libre a la propuesta de Berlinguer y se abrió a Occidente. Ésa fue una gran crisis. Primero rompimos con Mao, y luego vino el error fatal de la guerra de Afganistán que supuso el equivocado e infeliz fin del leninismo. Ahí murió el gran proyecto comenzado en 1917, no sólo el estalinismo.
P. ¿Cómo juzga ahora la apertura de Berlinguer?
R. Yo no estaba de acuerdo. Era un intento de pacto con la burguesía y con el mundo católico. Hacía falta garbo. Por un lado, yo era laico; por otro, tenía una relación mejor que nadie con el clero toscano, que tenía mucho prestigio pero poco poder. Berlinguer se acercó a Aldo Moro, ésa fue su gran operación. Moro era una de las personas más inteligentes y cualificadas del país, pero sólo aceptó el compromiso histórico con mucha prudencia porque no estaba seguro de su entorno. Una parte de la Democracia Cristina se mordió los labios. No querían. Nosotros estábamos muy fuertes, gobernábamos en muchas ciudades y teníamos prisa, queríamos gobernar el país. Moro respondió que necesitaba tiempo. No se lo dieron. Lo asesinaron.
P. ¿Quién?
R. Ése es el gran misterio. No sé quién lo organizó. Pero, desde luego, no fue lo que dijo la versión oficial.
P. ¿El partido comunista pudo hacer más por salvarlo?
R. Las Brigadas Rojas no aceptaban ninguna influencia del partido, marcaban claramente la distancia y la diferencia. Dentro de la Democracia Cristiana hubo una fuerte y pesada resistencia al plan de Moro. Él no tenía fuerza suficiente. La pulpa de la DC seguía siendo anticomunista, y la apertura de Moro no escondía ese rencor. Ésa fue la estrategia que les permitió tener Italia bajo sus manos tanto tiempo. Matan a Moro, muere Berlinguer, y todo acaba.
P. Esas muertes anticipan, en realidad, la muerte del PCI.
R. El partido se divide otra vez y todo se precipita. Yo estaba en España, en un viaje precioso por Córdoba y Sevilla. Vuelvo a Madrid y me encuentro con dos noticias pésimas. La muerte de La Pasionaria, y el error fatal del discurso de Occhetto en el Congreso de la Bolognina. Inspirado en las ideas liberales del entorno de hombres como Scalfari, anuncia que rompe con el pasado. Volviendo de ese viaje encantador, muere Dolores y los periodistas italianos me preguntan qué me parece la liquidación del signo comunista. Asisto en noviembre de 1989 al funeral emocionantísimo de aquella mujer alta y simbólica, comemos con Carrillo en una tasca, tardísimo como siempre en su país, tenemos una larga charla sobre España, hablo con Occhetto y me pide que no diga nada antes de que me explique. Vuelvo a Roma, en el avión veo los periódicos, entiendo mejor, cuando bajo hay dos compañeros esperándome. Voy a Botteghe Oscure, me repite lo que yo ya sabía y me pide que me calle. Yo me niego, voy a Montecitorio y hago la declaración de disenso y crítica. Comienza un curso nuevo, otros grupos rompen con el partido, y todo acaba en que el partido se deshace.
P. Es la derrota final.
R. Hace falta decirlo así. La URSS pierde en Afganistán, el PCI se hace trizas, y enseguida cae el muro de Berlín y Moscú no aguanta más. Yo aquí tiendo a aplicar un razonamiento: ahí acaba la gran parábola de 1917, muere la gran invención del asalto al Palacio de Invierno. Durante 50 años fue un sueño, el comunismo se convirtió en un gran actor mundial, tuvo un poder real con América como antagonista. Pero llega la derrota de Lenin, el sueño se derrumba. Y las ideologías, y los símbolos, y los nombres, y las palabras míticas.
P. Y la luna.
R. La luna no la cogimos, pero estuvimos cerca. Acercamos las manos; mejor dicho, la mirada. Pareció que la atrapábamos, pero no fue así. No llegamos al Palacio de Invierno.
P. ¿La tercera victoria de Berlusconi supone que fue una derrota total?
R. No. Eso querría decir que la partida se acabó y yo no quiero decirlo. Fue derrotado el leninismo en el que creí, eso sí. Fallamos. Perdimos incluso la relación con ese error. El asalto era una parte, un momento. Pero había otros componentes. No contamos con la complejidad de la partida. Dimos demasiada importancia a Europa occidental y poca a la oriental, por ejemplo. Pero hicimos cosas extraordinarias. Conquistamos ciudades y las gobernamos, construimos un sindicato rico de invenciones, dialogamos incluso con la religión. Pero no cambiamos el país, no llegamos a ocupar el poder, el asalto fracasó. Era una idea limitada del cambio.
P. ¿Marx sobrevive?
R. Llega muy lejos. Hizo mucha lectura de clase y creó movimientos de insurrección y liberación. Todos nos equivocamos, deberíamos indagar qué nos faltó. Pero si equiparo esa derrota a la bajeza de Berlusconi, lo nuestro fueron eventos extraordinarios. Los problemas no se han resuelto. El capitalismo nos ha destruido pero todavía no se ve.
-
Traducción de Helena Aguilà Ruzola. Península. Madrid, 2008. 416 páginas. 23,90 euros.
Pietro Ingrao. Pedía la luna.