15 septiembre 2007

la masacre de palestinos en Sabra y Chatila

Entre 800 y 2.000 muertos civiles tras la intervención israelí en el Líbano
Recuerdan la masacre de palestinos en Sabra y Chatila
Hace 25 años, el mundo se horrorizó con las imágenes de centenares de cadáveres de niños, mujeres y ancianos asesinados y mutilados en Sabra y Chatila, en la periferia sur de la capital de Líbano, donde hoy sigue vivo el recuerdo de aquella masacre.


BEIRUT, AFP

Palestinos muertos en los campos de refugiados. La protección de los campos de refugiados palestinos, donde el ejército libanés se abstiene de entrar, sigue siendo un problema actual.

Así lo demostraron los hechos de Nahr al Bared (norte del Líbano), donde se atrincheró el grupo islamista Fatah al Islam, que el 2 de septiembre fue destruido por las tropas de Beirut tras cuatro meses de enfrentamientos.

El primer ministro Fuad Siniora anunció que Nah al Bared pasará bajo la exclusiva autoridad libanesa, en un gesto preconizador de que Líbano tiene intención de hacerse cargo de la seguridad en los campos de refugiados palestinos.

En cuanto a Sabra y Chatila, el desencadenante fue el asesinato el 14 de setiembre de 1982 del presidente libanés, Béchir Gemayel, ex jefe de las Fuerzas Libanesas (FL), la milicia cristiana de derecha.

Gemayel había sido elegido jefe del Estado en agosto por presión de Israel, que invadió Líbano dos meses antes, y fue asesinado en un atentado con bomba reivindicado por un partido prosirio.

Amparándose en ese asesinato el ejército israelí entró en Beirut oeste, contrariamente al acuerdo sobre la evacuación de los combatientes de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yasser Arafat, firmado a finales de agosto bajo mediación estadounidense.

Israel afirmó querer "impedir un baño de sangre" y luchar contra "2.000 terroristas" escondidos en esa zona.

El 16 de setiembre por la noche las milicias cristianas proisraelíes, ayudadas por el ejército israelí, entraron en Sabra y Chatila.

Durante tres días en la más total impunidad perpetraron una masacre sin que intervinieran las tropas israelíes desplegadas alrededor de ambos campos, donde vivían unos 8.000 refugiados palestinos.

El 19 de setiembre la opinión pública mundial descubrió horrorizada las imágenes de una matanza que se cobró entre 800 y 2.000 muertos civiles.

Con el paso de los años Sabra se ha convertido en un barrio popular donde viven miles de obreros extranjeros y libaneses chiitas. En Chatila siguen viviendo unos 8.300 refugiados, según la agencia de la ONU para la ayuda a los refugiados palestinos (Unrwa).

Desde hace varios años Chatila conmemora el aniversario de la masacre en presencia de decenas de militantes internacionales pro-derechos humanos.

La comisión de investigación oficial israelí, presidida por el juez Kahan, atribuyó en 1983 a Ariel Sharon, por aquel entonces ministro de Defensa, la "responsabilidad personal" aunque "indirecta" de la matanza, afirmando que ni la previó, ni la impidió.

Sharon se vio obligado así a dimitir en febrero de 1983, aunque volvió al gobierno como ministro sin cartera.

La comisión atribuyó la responsabilidad directa a Elie Hobeika, jefe de los servicios secretos de las FL, que fue asesinado el 24 de enero de 2002.

Numerosos sobrevivientes de la matanza señalaron la participación del Ejército de Líbano Libre, una milicia creada por Israel en el sur de Líbano. *

09 septiembre 2007

¿CAMBIO DE LEYES SOBRE NATALIDAD EN CHINA?

Carlos Benítez Villodres
Málaga (España)



El propio Zhang Weiqing, ministro chino de Población Nacional y de la Comisión de Planificación Familiar, declaró en su día, con jactancia y sarcasmo, que las restrictivas políticas antinatalistas de los últimos Gobiernos chinos, incluido el suyo, lograron para la ciudadanía de este país un nivel económico más elevado, un bienestar social bastante aceptable, un avance sumamente significativo en todas las actividades humanas… Ello es debido a los 650 millones de nacimientos, según fuentes occidentales, que no llegaron a producirse en los últimos 30 años (400 millones, según el ministro). “El objetivo de asegurar al pueblo chino una vida relativamente confortable, manifestó Zhang Weiqing, no hubiera sido posible si tuviéramos hoy 400 millones de personas más”.
Esta práctica ya está prohibida (?), pero se espera que las nuevas reglas establezcan sanciones específicas tanto para padres como para doctores.
Actualmente el gobierno chino prepara un proyecto de ley (?) para hacer frente al creciente desequilibrio de género causado por el aborto generalizado de fetos de sexo femenino. Obviamente los actuales regidores chinos no admiten lo de los crímenes generalizados de bebés de sexo femenino. ¡Cómo lo van a admitir!
La Asociación de Planificación Familiar de China anunció que la magnitud del desequilibrio es tal que una ciudad hay 20 niños por cada 5 niñas.
Los expertos temen que el fenómeno podría tener consecuencias sociales impredecibles. Algunos creen que con millones de hombres que no logran encontrar una esposa, podría haber riesgos de un incremento en la conducta violenta y antisocial, incluso una revolución del pueblo chino contra sus máximos dirigentes. Recientemente se anunció que la ciudad de Lianyugang, en el este del país, tiene un importante desequilibrio. Entre la población menor de cuatro años hay 564 niños por cada 100 niñas.
Zhang Weiqing dice, ahora, que podrían pasar 15 años para que el desequilibrio de género en el país se resuelva. Si continúan las tendencias actuales, podría haber más de 30 millones de hombres en edad de casarse pero sin pareja para el año 2020. Weiqing, ministro de Hu Jintao, presidente de la República Popular de China, reconoció que el desequilibrio está relacionado con la política china de tener sólo un hijo, pero negó que esa sea la razón principal.
Con toda su desvergüenza y palabrería, Zhang dijo que el problema está vinculado, además, a la visión tradicional de China que favorece a los varones. “Hay muchas razones para este desequilibrio de género y la primera es la existencia por miles de años de una tradición profundamente arraigada en que los hombres valen más que las mujeres”.
En 2005, 418 niños nacieron por cada 100 niñas. China es la nación más poblada en el mundo, con más de 1,3 billones de habitantes. Zhang señaló que el gobierno podría tomar algunas medidas para elevar la situación de las mujeres en la sociedad y proteger a las niñas. Según Hu Jintao, el grave problema se está resolviendo. Un problema ocasionado por las políticas antinatalistas de los mandatarios chinos, causas que Hu Jintao no reconoce, ya que éstas son generadas por el terrorismo de Estado practicado por distintos Gobiernos chinos, incluso por el suyo.
Escoger el sexo del bebé se ha vuelto una práctica común, a medida que los futuros padres en las ciudades -quienes enfrentan multas financieras y estigma social si tienen más de un hijo- frecuentemente optan por el aborto, coaccionados por las leyes, cuando la prueba demuestra que será niña.
Asimismo, se pretende acabar con las pruebas ilegales para elegir el género del bebé y los abortos de fetos femeninos, los cuales serán castigados severamente por el gobierno (?).
Por otra parte, un diario británico desveló que el Reino Unido importa productos de belleza chinos fabricados con la piel de prisioneros ejecutados, de asesinatos de bebés de sexo femenino, de embriones obligatoriamente abortados… Es decir, estas políticas antinatalistas, aprobadas y apoyadas por la ONU, de los distintos gobiernos chinos tienen sus raíces en asesinatos de bebés, incluidos los abortos, las esterilizaciones forzosas y permanentes y las multas a las familias que superan la cuota de un solo hijo generalmente varón.
Estas actividades contaron, no obstante, con el visto bueno del Fondo de Población de las Naciones Unidas, como ya he referido, el cual participó en el programa de control de la natalidad chino. Este hecho llevó al Gobierno de Estados Unidos, bajo la actual Administración Bush, a recortar sustancialmente sus aportaciones al Fondo.
Junto a estos asesinatos masivos, China tiene el “honor” de ser el país que aplica a más personas la pena de muerte. El año pasado, según Amnistía Internacional, fueron ejecutados en el país 3.400 prisioneros.
De nuevo asoma aquí una mentalidad utilitarista. Hace unos meses, varios grupos de derechos humanos denunciaron que las autoridades chinas están utilizando los órganos de las personas ejecutadas para trasplantes dentro y fuera de China.
En un sinnúmero de ocasiones se ha acusado también a China de utilizar la piel de estos cuerpos (piel de bebés asesinados, de fetos abortados y de prisioneros ejecutados en China) para el negocio a nivel mundial de cosméticos.
Esta última acusación parece estar confirmándose en el Reino Unido, donde una compañía china, cuyo nombre no ha sido desvelado, está siendo investigada por utilizar en sus productos la piel de prisioneros ejecutados, embriones abortados… Se trata de un colágeno para aumentar el volumen de los labios y para tratamientos antiarrugas.
Según el diario “The Guardian”, un representante de la empresa afirma que ésta es una práctica “tradicional”. “En China es una práctica muy normal y me ha sorprendido que se haga un escándalo de esto en Occidente”.
Para la investigación y desarrollo de nuevos productos, el representante de la compañía reconoce que se utiliza “material sobrante” de las empresas de biotecnología radicadas en la provincia de Heilongjiang. Se trata, fundamentalmente, de cadáveres de embriones procedentes de abortos. ¿Nada más?
Ésta ha sido también una de las denuncias más reiteradas por parte de los grupos pro vida, y no se refieren únicamente a China, sino también a otros países de Asia y África.
Por lo tanto, lo que investiga el Reino Unido es si, efectivamente, los productos de la compañía china contienen restos de embriones, de prisioneros ejecutados, de personas asesinadas en especial niñas… Además de una preocupación de tipo ético, existiría, en este caso, un considerable riesgo para la salud.
Así se encuentran los temas de los fetos de sexo femenino y de la natalidad de niñas, de la pena de muerte y del tráfico de personas y de órganos humanos… en la República Popular de China. Si no se resuelven, con presteza, estos gravísimos problemas sociales, una revolución popular contra el Gobierno actual y su posterior derrocamiento se palpa en China.

Carlos Benítez Villodres
Escritor, poeta, periodista, crítico literario
Málaga (España)

Parque de la memoria

Por José Pablo Feinmann


Es un parque. Un espacio que se recorta en el espacio y recupera en esa interioridad un sentido. Lo recupera porque ese sentido suele extraviarse, perderse en las zonas protectoras del olvido. Es un parque contra el olvido. Una sociedad vacila –siempre– entre la memoria y el olvido. Sobre todo si el terror la hirió y de esa herida quiere salir. Del terror que nos reclama desde el pasado se sale mal y se sale bien. Mal, cuando la sociedad elige olvidar, hundir en algún recoveco de la conciencia todo cuanto reniega, eso de lo que no quiere hacerse cargo. Lo que se olvida pasa a segundo o a tercer término. O no tiene término: cae en un socavón oscuro que, algunos suelen llamar inconsciente colectivo. El olvido es –sin embargo– persistente. Todo lo negado persiste en la conciencia, persevera. Lo negado engendra peste. Una patología devastadora que enferma a los pueblos. Hay una frase que se utiliza en estos casos y dice que los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo. La frase exige a los pueblos recordar lo malo para no sufrirlo otra vez. Es una frase-advertencia. Pero los pueblos no creen en las advertencias. Las advertencias advierten sobre el futuro y los pueblos –que son las personas, cada uno de los desvalidos seres que habitan este cascote que llamamos “mundo”– quieren habitar el presente, dado que el pasado quieren olvidarlo y el futuro los asusta. Nada más cómodo que olvidar. Hagamos una prueba. Usted, que lee estas líneas, no sabe aún de qué tratan. Supongamos que ahora, sin aviso ni preparación previa, yo le arrojo una cita de un libro de Pilar Calveiro: “Muchos militantes murieron por efecto de la ‘pastilla’. Sin embargo, ya en 1977, el personal de algunos campos sabía cómo neutralizar el efecto del cianuro y podía revivir a una persona ‘empastillada’. Obviamente pasaba del médico al torturador; sacar a alguien del envenenamiento ya había insumido un tiempo importante, por lo que la tortura se ‘debía’ aplicar de inmediato e intensivamente para obtener información” (Pilar Calveiro, Política y violencia. Una aproximación a la guerrilla de los años ’70, Norma, Buenos Aires, 2006, p. 181). Algunos dirán: yo no quería saber esto. Otros: si leo este diario me lo tengo que bancar. Otros: yo no leo más, bastante tengo con mis problemas de hoy. Aun el mejor intencionado, el más abierto a los temas de los derechos humanos sentirá un horror inocultable: ¿no bastaba con tomar “la pastilla” para salvarse del horror de la tortura? No. La búsqueda de información (a la que, recuperando la instrumentalidad, la racionalidad del terror nazi, se llamó acción “de inteligencia”) bloqueó esa salida al militante (armado o no, clandestino o de superficie) que buscara ese último refugio: morir. Hubo médicos que estudiaron cómo limpiar a los “empastillados”. Porque para esa tarea se necesita a un médico. Un médico certero, eficaz. Que no estudió para eso pero que ahora pone ese saber al servicio de la búsqueda de información. “Tráiganlo, póngalo ahí, lo limpio y se los entrego.” Acaso con cierto alivio habíamos pensado que para muchos la pastilla entregó la posibilidad de eludir el tormento. Tal vez usted, que lee este horror desatinado que me permito arrojarle, tenía un amigo y le dijeron que había tomado la pastilla. Ahora no sabe si el saber del terror planificado e instrumental lo limpió y lo entregó a los torturadores. Seguramente no tolera imaginar (porque es inimaginable) el padecimiento de un ser que despierta y descubre que no, que no murió, que su pastilla fue conjurada y que le espera todavía lo peor.
Así murieron muchos. Y tenemos la obligación de recordar ese horror. No porque si lo recordamos no volverá a repetirse sino porque recordarlo es aún nuestra posibilidad de habitar sanamente en este país y hasta en este mundo. Una moral es posible: la de no olvidar el horror y la de pensarlo sin claudicaciones. El Estado argentino llegó a los extremos de la abyección para pelear una “guerra” que consideró parte de otra: la de Occidente contra el comunismo, la “Guerra Fría”. Esa guerra fue “fría” entre las potencias que encarnaban cada uno de los dos bloques. Pero fue caliente en los países del Tercer Mundo: en Vietnam y en América latina. Aquí, en el patio trasero del Imperio, había que aniquilar cualquier foco de resistencia. Otra Cuba, jamás. De este modo, “ni el socialismo democrático de Allende, ni un peronismo de raíz nacional-popular con influencia de sectores radicalizados, ni la alianza política de la izquierda uruguaya con fuerte presencia del comunismo, a pesar de sus diferencias ostensibles, resultaban ‘tolerables’ para un proyecto de apertura y penetración profunda de las economías, las sociedades y los sistemas políticos que no admitía freno ni contraparte” (ibid., p. 189). Ese “peronismo de raíz nacional-popular con influencia de sectores radicalizados” (que se identificaban también como peronistas o como trotskistas) fue el masacrado en los campos de la dictadura. Su suerte ha sido tan turbia que –además de morir tan malamente– todavía es cuestionado por una izquierda “anti-populista” o “social-demócrata” que jamás inquietó al Estado desaparecedor y que pudo permanecer casi intocada. Algunos demoran demasiado en entender la explosividad que esa mezcla de marxismo, populismo, nacionalismo hegeliano, “negrada peronista” y hasta ese líder, Perón, que siempre se le atragantó a los Estados Unidos (hiciera o no “buena letra”) representaba para los sectores dominantes de la Argentina y para el Imperio transnacional, el que dio la orden para la matanza por medio de su más eficiente y vigoroso criminal de guerra, Henry Kissinger: “Mátenlos, pero que sea antes de Navidad”.
Ahora camino por el Parque de la Memoria junto a Marcelo Brodsky, que empuja el proyecto desde la Asociación Civil Buena Memoria. Es la mañana de un sábado y el río perdió la línea del horizonte porque una niebla intempestiva lo sofoca. Raro, pensamos. Cuando salimos desde el centro de la ciudad hacia la costa del Río de la Plata el sol nos sorprendió y hasta nos dijimos que al fin aflojaba este invierno duro. Aquí, en la costa, no. Está húmedo y el río se ve gris y la niebla semeja –lo sé: es una metáfora previsible, pero no la puedo evitar porque así ocurrió, porque la realidad es, a veces, evidente, lineal pero siempre temible pues revela lo oculto por ausencia o por presencia excesiva– un sudario, una mortaja: ahí los tiraron, algunos ya estaban muertos; otros, demasiados, no. El Parque de la Memoria exhibe, para quienes entren en él, para quienes quieran recordar, el Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado. Son unos muros largos con nombres, nombres, tantos nombres como infinito fue el terror. Uno no puede evitar estremecerse por las edades de las víctimas: veinte años, dieciséis, veinticinco, dieciocho, veintitrés, catorce. Hay, también, “veteranos”, “hombres de edad”: treinta y dos años, veintinueve, treinta y uno, treinta y tres. Los torturaron, los mataron y los tiraron a ese río en que el monumento desemboca con una coherencia escalofriante: cuando terminamos de leer los nombres (que están ordenados por años: los desaparecidos en el setenta y cinco, en el setenta y seis, en el setenta y siete y así hasta el ochenta y tres) estamos, nosotros, frente al río.
Alguien se acerca a Marcelo. No sé quién es. Juro que no lo conozco, pero pareciera pertenecer a los que han participado en el proyecto. O no: por lo que pregunta, digo. Porque su pregunta dice: “No sabía que iban a estar también los nombres de los muertos en combate”. Marcelo no duda: “Por supuesto”, dice. Marcelo tiene un hermano desaparecido. No “en combate”, pero sí “desaparecido”. Como todos. Porque todos están desaparecidos. Porque no hay desaparecidos buenos y desaparecidos malos. No hay desaparecidos “inocentes” y desaparecidos “culpables”. El monumento no es para los que desaparecieron aunque “no tenían nada que ver”. O sólo eran “inocentes perejiles”. El Monumento es para las Víctimas del Terrorismo de Estado. Es, también (seamos rotundamente claros), para Roberto Santucho, que organizó el nefasto ataque a Monte Chingolo y le hizo más fácil todavía el golpe a Videla además de llevar a la muerte a demasiados militantes que creyeron en su delirante propuesta: organizar el ataque guerrillero más importante desde el asalto al Moncada. Ni yo ni Pilar Calveiro, por ejemplo, tenemos la menor simpatía por Santucho. Hemos tenido enormes y agrias diferencias con los que eligieron los fierros en lugar de la política. Con los que se apartaron para siempre de todo proyecto popular a partir del asesinato alevoso y no confesado de José Rucci. Escribí un largo ensayo contra la violencia y los violentos, los que se escindieron de las bases, los que se sustantivaron en una estrategia ciega y militarista que se extravió a sí misma reproduciendo en su interior el orden militar al que creían oponerse. Pero aquí, hoy, todos, ellos y los otros (insisto: todos) son mis compañeros y los de Marcelo. Porque ninguno merecía morir como murió. Ninguno merecía la muerte por desaparición. Ninguno merecía no ser entregado a sus familiares para que, al menos, pudieran velarlo y enterrarlo como se vela y se entierra a un hijo o a un hermano o a un amigo. No importa el número de muertos que provocó la guerrilla. La derecha de este país se empeña en subir esa cifra como si eso pudiera “empatar” la cuestión. Como si eso pudiera consagrar la teoría que postula la existencia de “dos demonios”: la guerrilla y el poder militar. ¿Quién sabe cuántos murieron en enfrentamientos si los enfrentamientos se fraguaban? ¿Qué “guerra” es la que origina seiscientos u ochocientos muertos de un lado y treinta mil del otro? (“Dos mil de los cuales eran judíos”, como me dicen los dirigentes de la AMIA, que también tendrá su monumento a las víctimas del atentado terrorista que sufrió a manos de un “autor intelectual” que ellos conocen bien y de cómplices de adentro que también conocen y son los mismos que ejercieron el terrorismo de Estado que fue, además, rabiosamente antisemita. Me lo dicen un día viernes mientras, invitado, almuerzo con ellos. “La mayoría de esos jóvenes judíos postulaban que el Estado de Israel es la cuña del imperialismo en Medio Oriente”, les digo con deliberada aspereza. “No importa”, me responden, “eran judíos”.) Pero hay algo que diferencia de modo definitivo a los muertos del Estado terrorista y a los muertos de la militancia de la izquierda peronista, obreros, profesionales, universitarios, guerrilleros, perejiles y familiares, amigos o “tímidos”. Los de un lado (el Estado y el Ejército que impuso el plan neoliberal de Martínez de Hoz o Walter Klein, los socios civiles, abundantes, del terror) pudieron tener a los suyos y velarlos y sepultarlos. Los otros, no. Las víctimas del Estado desaparecedor no están. Se esfumaron, como dijo claramente Videla. Para que nadie los olvide se hace este Parque de la Memoria. Es una herida en la ciudad, un gesto testimonial, valiente, que habrá que cuidar de la injuria de las hienas y visitar asiduamente para estar ahí, cerca de ellos, inocentes todos, porque el que muere sin justicia, sin defensa, sin ley, con su cuerpo escamoteado al amor postrero de los suyos, es inocente, estemos o no de acuerdo con lo que hizo cuando vivía, aunque discutamos hasta el final de nuestras vidas qué estuvo bien, qué estuvo mal. Porque muchos errores sin duda se cometieron para que todo terminara tan mal. Pero esa generación creyó que podía cambiar el mundo, hacerlo mejor, tener ideales y jugarse por ellos. Pocos, hoy, creen en esas enmohecidas vehemencias del pasado.

02 septiembre 2007

Irán. Policía y moral



POR MIKEL AYESTARÁN

Mashrub (alcohol), varagh (barajas de cartas), film sexy (películas pornográficas)... Los vendedores de artículos prohibidos susurran a los viandantes las mismas palabras una y otra vez. Seguidas, con disimulo y de forma muy rápida. Están en las plazas del sur de Teherán y cuando alguien acepta la compra de un «film sexy», por ejemplo, se retiran a una esquina y cambian su DVD, sin carátula alguna, por un billete de diez mil riales (un euro). El mercado negro opera de diferente forma en la zona noble de la ciudad, al norte, donde la gente con mayor nivel económico realiza sus compras por teléfono y sin moverse de su sillón.
En una ciudad de catorce millones de habitantes se puede conseguir de todo. Las fuerzas de seguridad de la república islámica trabajan duro para evitar este comercio, pero sus esfuerzos son insuficientes para acabar con un negocio en el que el boca a boca es la única propaganda.

Jueves noche
Una cara en la calle, otra dentro de casa. Transcurridos veintiocho desde el establecimiento de una república islámica en el país que hasta entonces era el más occidental de todo Oriente Medio, los jóvenes que han nacido y crecido dentro del sistema han ido aprendiendo los trucos para intentar vivir, vestirse y divertirse como lo hacían sus padres, o como ven hacerlo a la gente de su edad por los canales del satélite. «No es sencillo, pero en Teherán también hay marcha y debido a la sensación constante de peligro, resulta mucho más excitante que en Europa o Estados Unidos", comenta Sam, un joven ingeniero miembro de una adinerada familia teheraní que reside en Londres, pero que viaja cada verano a su país.
En un país con setenta millones de habitantes y una edad media de veinticinco años las noches de los jueves, víspera del viernes sagrado para el Islam, se han convertido en una pesadilla para la policía local en ciudades como Isfahán, Shiraz y, sobre todo, Teherán. La capital parece un país independiente dentro de la gran república islámica. No hay bares, ni discotecas, las fiestas se organizan en casas particulares. No está permitida la venta de alcohol, pero en el mercado negro se compra de todo. Para los que no tienen el dinero suficiente, queda la producción artesana usando alcohol de farmacia, lo que provoca sistemáticamente intoxicaciones a lo largo del país.
«Como más se liga es con el “dor dor”. La táctica consiste en conseguir un buen coche y pasearse por las avenidas del norte a la caza de chicas que también vayan en coche. Paramos en semáforos y nos pasamos los móviles de un vehículo al otro, luego nos llamamos y quedamos en alguna cafetería», apunta Sam, que gracias a su todoterreno Mercedes consigue «más números de teléfono que nadie en la ciudad». Los atascos en estas calles del norte son eternos en la tarde del jueves y la policía incluso llega a cortar el tráfico para evitar el colapso y el flirteo entre jóvenes.

Ideas sobre las fiestas
«Hay iraníes que quieren divertirse como los occidentales, pero otros muchos no. No se trata de fiestas que organizan los europeos a las que vamos iraníes, las mejores son las que organizamos los iraníes para nosotros mismos», destaca Parisa. Nació el año del regreso de Jomeini, pero pese a su educación en el sistema y valores islámicos y a no haber salido nunca del país, dista mucho de representar el modelo de joven musulmana ideado por la revolución. Parisa mira a Occidente, como otros miles de jóvenes teheraníes cansados de ser perseguidos por su ropa, su peinado o la música.
En las fiestas del norte de Teherán se deja un cuarto para que las chicas se desprendan de su ropa oscura nada más entrar. Las batas y los pañuelos caen de los cuerpos y descubren modernos vestidos, escotes, minifaldas y camisetas de las mismas marcas, colores y diseños que en cualquier país del mundo. La moda islámica impuesta en las calles por las nuevas patrullas de la fe desplegadas por el Presidente Ahmadineyad, se convierte en la misma moda joven que en Madrid o Barcelona. Lo que cambia es la música. Madonna, Coldplay o los Rolling no pueden competir con artistas locales como Benyamin, cuyo estilo de música disco cantada en farsi, arrasa.
«El truco está en la calle. Si no llamas la atención, te dejan en paz y en tu casa puedes hacer lo que quieras. Si algún vecino se queja puede venir la policía, entonces se paga una multa y, como mucho, se termina en comisaría. Pero no hacemos nada que no hicieran nuestros padres antes del 79 y por eso nos comprenden», declara Zohre, que como Parisa no ha salido nunca del país y sueña con viajar a la costa turca la próxima semana para poder bañarse junto a su novio «y ver el horizonte, sin toldos que me libren de las miradas de los hombres. Sólo quiero nadar con él».
Los resultados de la revolución cultural islámica no han dado los frutos esperados y muchos jóvenes se revelan ante la censura y la represión. Pese a los esfuerzos de las autoridades por islamizar a su población, la religión está en regresión en muchos sectores, cada vez más alejados de los valores islámicos que tratan de regir las leyes y normas de la sociedad. Los millones de iraníes que viven en el exilio (la mayoría de ellos en Estados Unidos), las nuevas tecnologías (el farsi es el tercer idioma por orden de importancia en los blogs de internet), la televisión satélite… muchas son las causas, según los analistas locales, de la doble vida en un Irán en el que sus ciudadanos han roto el bloqueo impuesto por Estados Unidos, el denominado «gran Satán» por los líderes de la revolución, para volver a fijar la vista de sus ojos en Occidente.

Porno doméstico
Según intelectuales reformistas, como Emadeddin Baghi, el éxito del porno es otro de los factores que denotan el alejamiento de los iraníes de los cánones marcados desde la ciudad santa de Qom. En estos últimos meses, además, se ha constatado que en la república islámica lo que arrasa es el género doméstico. Ni las televisiones vía satélite, donde hay canales clasificados en X, pueden competir en popularidad con las cintas caseras.
«Los vídeos que triunfan en Irán son los caseros, grabados con teléfonos móviles, o cámaras no profesionales, y que recogen momentos de la vida íntima de iraníes. Tengo desde mujeres cambiándose en los vestuarios de una tienda de ropa, hasta imágenes de una piscina o el polémico vídeo de Zohre con su novio», señala un vendedor anónimo por vía telefónica.
Hace seis meses que el video de Zahra Amir Ebrahim, famosa actriz que encarnaba al personaje de Zohre en la célebre telenovela local «Nargés» (una especie de «Cristal» o «Pasión de Gavilanes» a la iraní) salió al mercado. La actriz rompió con su novio y éste, a modo de venganza, difundió una cinta en la que se les veía haciendo el amor. Veintiséis minutos de sexo puro y duro que se estima han podido recaudar cerca de cuatro millones de euros y se han convertido en la cinta más vendida de Irán, por encima de los célebres directores locales que cada año copan los primeros lugares en los festivales cinematográficos de todo el mundo.
Lógicamente, no hay datos oficiales, pero los vendedores consultados aseguran que se han podido vender más de cien mil copias de este DVD. Nada más destaparse el escándalo, la actriz envió una carta a los medios explicando que fue engañada y que ella es una «mujer musulmana muy creyente». Las autoridades aceptaron sus disculpas y persiguieron a su ex pareja, que tuvo que huir del país.
Cinco meses después, la pesadilla renació para Zohre, pero esta vez a nivel internacional, ya que la revista «Playboy» publicó su historia en su número de mayo y ofrecía un enlace a la página de internet donde descargarse el vídeo. El mito de la actriz piadosa, jamás vista hasta ese momento sin hyjab, comenzó a derrumbarse. El vídeo supuso un golpe directo a la credibilidad de los medios públicos, controlados por el Gobierno, y en los que se transmite sin fisuras la imagen de una sociedad idealmente islámica.
Irán se mueve, avanza, y el régimen islámico se enfrenta a una realidad distinta a la que hace veintiocho años provocó la victoria de Jomeini. La revolución cultural y la islamización de la educación y de la sociedad no han podido calar en todo el país por igual y el norte de Teherán es un espejo al que empiezan a mirar el resto de jóvenes iraníes, que ven allí un pedazo de occidente dentro del régimen.

Regreso a Trelew






Trelew no se parece en casi nada a la ciudad que era hace 35 años, cuando la vi por primera vez. Su población se ha multiplicado cuatro veces: de los veintiséis mil habitantes de entonces a los casi cien mil de ahora. En el centro abundan los cafés, los negocios atareados, los turistas que tratan de acercarse a las ballenas en el océano próximo. Sólo no han cambiado las ondulaciones que separan el casco urbano de la estepa, el té de la tarde que los galeses dejaron como una costumbre de siempre cuando colonizaron la región en 1865, las siestas inevitables.
El aeropuerto de 1972, donde se refugiaron y se rindieron sin condiciones los diecinueve guerrilleros fugitivos del penal de Rawson, ya no está donde estaba. El nuevo es un imponente conjunto de dos plantas situado en el camino a Gaiman, siete kilómetros hacia el Oeste, en vez del modesto edificio que antes desafiaba la soledad quince kilómetros al Este, cerca del mar.
A las pocas horas de llegar tuve que declarar como testigo ante el juez federal Hugo Sastre por un libro que publiqué en 1973, La pasión según Trelew. Allí se relata la fuga en masa de 115 guerrilleros desde Rawson, el 15 de agosto de 1972, el fracaso de casi todos en alcanzar a tiempo el avión de Austral capturado por sus compañeros en Comodoro Rivadavia, y la rendición sin condiciones de los diecinueve que llegaron tarde y se quedaron en tierra, mientras los otros rezagados volvían a la cárcel.
Los que se rindieron fueron sacados de sus celdas la madrugada del 22 de agosto y ametrallados por los oficiales de la Marina encargados de su custodia. Así lo recuerda Trelew, el documental de Mariana Arruti que vi el día del 35° aniversario. Pocos relatos de esa tragedia sin drama -o de cualquier tragedia en general- me han parecido tan ascéticos y a la vez tan conmovedores. Arruti logra el prodigio de restablecer el pasado tal como fue -el pasado en sí que Proust aspiraba a resucitar- desplegando con prolijidad imágenes de los noticiarios, declaraciones de testigos y retratos silenciosos de los lugares tal como el tiempo los ha dejado.
En sus primeros minutos, Trelew relata la solidaridad que poco a poco despertó entre los habitantes comunes de la ciudad cuando los primeros presos políticos llegaron al penal de Rawson y cómo se crearon amistades imposibles entre los que ya estaban en la ciudad y los familiares que iban llegando de lugares distantes con medicamentos y ropa. Casi en seguida, la película se detiene en los preparativos de una fuga en masa que parecía empresa de locos y que fracasa a última hora por una señal mal comprendida. Es el mejor momento de Trelew. En la narración de Arruti hay un despojamiento visual y un ascetismo expresivo que hace pensar en Un condenado a muerte se escapa, la obra maestra que Robert Bresson dirigió en 1957. Los detalles de los muros, de las escaleras descascaradas, de las celdas sin nadie, tienen una densidad casi metafísica.
Cuando me propuse narrar esa fuga en 1973, Ana Wiessen, una de las guerrilleras que esperaban a los fugitivos en Trelew para llevarlos al aeropuerto, me dijo que, al no verlos llegar a la hora convenida, tuvo "un pensamiento judío". "Los judíos -explicó- siempre comparamos los signos que nos envía Dios con otros signos más terrenales para averiguar si aquéllos son falsos. Pero también Dios puede querer engañarnos. Por lo tanto, Dios nos ha engañado, me dije. Y ése fue un verdadero pensamiento judío." Ana Wiessen hablaba en tiempos inclementes. Todo lo que entonces decía podía incriminarla, devolverla a la cárcel, arrastrarla a la muerte.
La película de Arruti lleva esa duda metafísica más lejos, porque la transforma en culpa. Uno de los responsables de transportar a los fugitivos, Jorge Lewinger, confiesa que interpretó mal las señales que le daban desde el penal, o que las confundió, y que ese error no ha dejado de atormentarlo. Trelew reúne, por fin, los testimonios de mucha gente que se había negado a hablar. De hecho, cuando emprendí la investigación para mi libro de 1973, me dijeron que Jorge Lewinger había participado en la fuga pero que hablar podía costarle la vida. Y no hay libro en el mundo que valga la vida de un solo ser humano.
Tanto el juez federal Hugo Sastre como la película de Mariana Arruti cuentan que la Marina sigue negándose a colaborar en la investigación. Nadie ha querido echar luz sobre un grave episodio de sangre que sigue atribuyéndose al descontrol de dos o tres oficiales navales durante la madrugada del 22 de agosto. Hubo dieciséis muertos aquel día -y casi todos ellos fueron rematados por una descarga final-, más tres sobrevivientes que inculparon a esos oficiales antes de que los tres desaparecieran a su vez, años más tarde, en los campos de tormento de la dictadura. Acaso los señalados tengan una versión indulgente de lo que hicieron pero, mientras sus camaradas de armas callen, los habitantes de Trelew y los que escriben esa historia seguirán creyéndolos culpables.
Más que los relatos de la fuga y de la matanza, que todavía arrebatan el corazón de tanta gente, lo que sigue impresionándome es la simetría entre lo que sucedió la madrugada del 22 de agosto de 1972 en la base naval y lo que padecieron los habitantes de Trelew cuarenta días más tarde. Al amanecer del 11 de octubre, aquel mismo año, diecinueve ciudadanos fueron detenidos en el viejo aeropuerto por las patrullas del ejército que habían invadido las calles y bloqueado las salidas hacia Rawson, Puerto Madryn y la zona de las chacras galesas. Ninguno de esos prisioneros era digno de sospecha. Se trataba de militantes pacíficos de partidos políticos que actuaban en la democracia, profesores secundarios o universitarios, dirigentes sindicales y hasta un intendente radical recién elegido Algunos de ellos ni siquiera sabían por qué los llevaban, con las manos atadas a las espaldas, hacia un campamento improvisado junto a un avión Hércules C-130. Las cifras, quizá por azar, son simbólicas: dieciséis prisioneros cayeron en la base naval; tres sobrevivieron a la matanza. Cuarenta días más tarde, de los diecinueve rehenes a los que levantaron de la cama en medio de la noche, tres fueron liberados sin explicaciones a las pocas horas. Los otros dieciséis fueron enviados a la cárcel de Villa Devoto.
Llegué a Trelew en esos días y fui testigo de la indignación con que la ciudad entera respondió al arresto de algunos de sus habitantes. Más de tres mil personas -la décima parte de la población- colmó durante una semana la sala del teatro Español desde el amanecer hasta la noche para reclamar la devolución de sus presos sin causa. Nadie dormía. La gente comía en los asientos de la platea, florecían las asambleas y los discursos. Allí encontré, convertida en una Pasionaria patagónica, a Teresita Belfiore, una compañera de la Escuela de Letras de Tucumán, que enseñaba Lenguas Clásicas en el Instituto Universitario de Trelew. Se cantaban sin tregua poemas compuestos al calor de la vigilia, se leían mensajes de solidaridad de los pueblos vecinos. Salvo en la Patagonia misma, ya casi nadie se acuerda de aquella rebelión espontánea, desatada por ciudadanos de a pie. Es, sin embargo, una rebelión ejemplar. Demuestra la fuerza que puede tener un pueblo entero cuando lo enciende una causa justa.
La matanza de Trelew cambió los vientos de la política argentina y se convirtió en una semilla de odio. Aunque nadie lo sabía entonces, faltaban pocos meses para que Juan Perón regresara de su exilio de dieciocho años. El gobierno de Alejandro Lanusse prometía elecciones libres, sin proscripciones. Sin las heridas de Trelew, acaso habría sido más fácil apagar los incendios que vinieron después. Pero aquel 22 de agosto se abrió una grieta inútil, y por allí fluyó la sangre de mucha gente.

Por Tomás Eloy Martínez
Para LA NACION

01 septiembre 2007

Los idiotas en el país de las maravillas




Israel y los israelíes tienen un flamante juego, un solaz extravagante que ocupa las horás útiles e inútiles de los fariseos del desierto: el chusmerío.
“El ejército israelí se está preparando para la guerra con Siria. Los sirios se están preparando para reconquistar el Golán. El presidente de Siria ofrece negociaciones de paz con israel. Olmert no cree en la sinceridad de los sirios. El primer ministro de Israel no descarta hacer la paz con los sirios.”.
Aunque en Israel estuvieron muy ocupados con el 40ª aniversario de la guerra de los seis días, el cruce entre los dos Ehúdes (Olmert y Barak), el chusmerío en los medios es un ejercicio de hipocresía sobre la sangre y los cadáveres de palestinos e isaelíes.
Todo parece volver hacia los orígenes... Las borracheras de antiguos triunfos militares, las canciones, las anécdotas, los yacimientos de nuevas interpretaciones y la repetición de alicaídas canzonetas de victoria. Nada nuevo: el pueblo de israel va de jolgorio en jolgorio, los responsables de los 170 israelíes caídos en la aventura del Líbano y el millar caído en ese país no cuentan. Ya están muertos y el señor primer ministro ha vociferado, desde el estrado de la Kneset, que volvería a tomar las mismas medidas que el 12 de julio de 2006. La Comisión Winograd, las declaraciones de militares con cabeza sobre los hombros (y no entre los hombros, como Jalutz y Cía.) escarmientan la incapacidad de los generales de la derrota, pero la realidad, a veces, no funciona para nada. Vivimos en el país de los juegos o, mejor aún, en el país de las maravillas. Como la Alicia de Lewis Carroll.
En esta última semana los legionarios israelíes, vapuleados en el sur del Líbano, han matado a cinco niños palestinos (el conocido y sangriento “tiro al niño”). El periódico israelí Haaretz ha publicado ayer (31 de agosto) en su editorial titulado “Cinco niños por semana”, el siguiente párrafo liminar:

Tres niños palestinos fueron muertos anteayer en el norte de la Franja de Gaza por disparos de Tzáhal. Los tres son sobrinos de la familia A−Ruahala: Iejia, de doce años, Majmud, de 10 y Seara de 10 años. La reacción del pueblo israelí ante las muertes de los tres, como la muerte de otros dos niños varios días antes, por disparos de los soldados, fue decididamente indiferente, como si se tratara de una decisión divina, o de un “precio razonable” que se equipara a los lanzamientos de kasamin desde la Franja.

Seamos realistas y objetivos: hay veces en que el señor Olmert pareciera querer imitar a Bonaparte el tío, cuando en realidad es una imitación ridícula de Bonaparte el sobrino, el malabarista que ensambló a varios grupos de poder y vivió sirviendo los intereses de una minoría corrompida.
Este mismo Olmert es el jefe vergonzoso de los corruptos que medran en Kadima y su entorno. Todos los ladrones de cuello blanco se han agrupado alrededor del primer ministro, acusado de hacer negocios ilícitos, favorecer a sus amigos en licitaciones públicas, ventas de empresas, percepción de coimas y otras bellezas por el estilo. “Sé que soy un ministro impopular...”, confesó hace unos meses.

Los dirigentes laboristas, entretanto, estuvieron guerreando entre sí para ocupar la jefatura del partido. Día y noche. Y como carecen de líderes, han reciclado a Barak, el pequeño y rechoncho hombre de negocios que no ve antagonismo entre los “busines” y el ministerio de seguridad...

El ejército, como el toro que embiste a ciegas al torero, ha vuelto al ruedo de Gaza, la sangre se desplaza por los guetos y la ciudad de Gaza, en tanto el mundo culto, democrático, que almuerza con la servilleta al cuello, usa cubiertos sofisticados, mastica los bifes de chorizo de 300 gramos o platos del más alto arte culinario, vinos añejos y postres empalagosos mientras cambia impresiones sobre lo que ocurre entre palestinos e israelíes.

En el interín, Bagdad asemeja los antiguos mataderos de Chicago o a los frigoríficos Swift o la Negra.Nadie atina a nada. Las chicas musulmanas van con el velo y ocultas hasta los tobillos; los muchachos palestinos disparan sus kalatchnicovs al aire; los soldados israelíes, guiados por los informantes del servicio del shabac israelí, juegan al tiro al niño con sanguinolentas muecas de bienestar. En los últimos días se han esmerado en matar a niños y niñas (qué “irresponsables los padres”...), en una especie de entrenamiento en “vivo y en directo”.
El planeta tierra, circuncidado por el smog, bosteza de cansancio existencial e Israel sigue soñando con ser el país de las maravillas. Hasta que despierte y se encuentre con la realidad concreta.

Hasta entonces, hagan juego, caballeros, que hay que vender armas, comprar armas, fabricar armas, matar con armas gente al por mayor. Se trata del negocio más remunerado en el planeta, y sobre todo en el Medio Oriente. Es la actividad preclara del multimillonario, sociólogo y filántropo mister Gaidamak, el patrón del equipo de fútbol Beitar Jerusalem, cuya hinchada es la más racista, chovinista y primitiva, y cuyo placer supremo es vociferar en los estadios: “Muerte a los árabes”.

Abraham Burg no anda muy equivocado: el sionismo participa de su propio funeral...

Andrés Aldao

El caso Prats: la confirmación




publicado en el diario La República de Montevideo

"El general Pinochet me encargó averiguar si había vigilancia respecto del general Prats, porque éste le había dicho que se sentía amenazado en Buenos Aires. Por eso ordené seguir sus pasos".

Francisco Marin (*) - Santiago De Chile

Esta fue la versión que dio el jefe de la desaparecida Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), Manuel Contreras, para justificar la vigilancia a que sometió al comandante en jefe del Ejército durante el mandato de Salvador Allende (1970-1973), Carlos Prats González, asesinado junto con su esposa, Sofía Cuthbert, la madrugada del 30 de setiembre de 1974 en la capital argentina.
Contreras declaró al juez Alejandro Solís, quien investiga en Chile la causa de este doble homicidio, según relata el magistrado a Proceso.
Al inicio del interrogatorio ¬realizado en el penal Cordillera de Santiago, donde el militar de 78 años de edad compurga una pena por varios delitos, entre ellos el asesinato del canciller Orlando Letelier en 1976¬ Solís le mostró a Contreras un oficio fechado el 24 de junio de 1974 que da cuenta de los resultados del seguimiento hecho a Prats poco antes de su muerte. El documento tenía la firma del entonces capitán del ejército Juan Morales Salgado, y venía membretado con los logos de la DINA y de la agrupación Lautaro.
El texto de Morales Salgado detallaba las actividades de Prats, sus teléfonos, sus hábitos, sus ingresos económicos y la seguridad de su hogar, ubicado en la calle Malabia del barrio Palermo de la capital argentina. "En su domicilio no tiene custodia porque yo pude llegar libremente hasta el tercer piso", dice el oficio en su inciso F). En el I) menciona: "Visita solamente a su amigo personal Ramón Huidobro". Y en el J): "Varía diariamente su recorrido al trabajo".
Solís obtuvo el documento el martes 19 y de inmediato acudió al penal a interrogar a Morales Salgado, quien al verlo "quedó demudado", dice el juez durante la entrevista. El militar admitió que la rúbrica del documento era suya y terminó por aceptar que sí siguió los pasos de Prats en Buenos Aires. Asimismo dijo que él entregó personalmente el informe a Contreras, que era su jefe.
Contreras relató al juez que también anexó al texto un croquis del edificio en que vivía el matrimonio Prats Cuthbert. Durante el interrogatorio Morales explicó al juez que lo copió del que fue elaborado por Enrique Lautaro Arancibia Clavel, un agente de la DINA que es hasta hoy el único condenado por el doble homicidio. El croquis fue utilizado por Michael Townley ¬ciudadano estadounidense y agente de la DINA¬ quien instaló e hizo detonar el explosivo plástico C4 que provocó la muerte del general Prats y su esposa.

La trama del asesinato
A la luz de estas revelaciones, la explicación de Contreras en el sentido de que el objetivo de seguir a Prats era protegerlo resulta inverosímil, entre otras razones porque, como está acreditado en el proceso, la Cancillería chilena se negó a darle pasaportes al matrimonio Prats Cuthbert a pesar de las reiteradas solicitudes al respecto efectuadas a partir de julio de 1974.
Si las autoridades chilenas hubieran querido darle protección al militar exiliado, habrían encomendado esta tarea a algún funcionario de la embajada chilena en la capital argentina o al agregado militar, además, nunca se hubiera enviado desde Santiago a un capitán que formaba parte de la brigada Lautaro, la más feroz dentro de la DINA durante la dictadura de Pinochet.
Esta brigada realizaba sus actividades en la clandestinidad y apenas en enero pasado se supo de su existencia, en el contexto de la causa judicial por los asesinatos de casi todos los dirigentes del Partido Comunista perpetrados en 1976.
En su libro "Operación Cóndor", John Dinges afirma que en agosto de 1974 el secretario general del Partido Socialista de Chile, Carlos Altamirano, fue visitado en Berlín por Markus Wolf, jefe de la división internacional del servicio de inteligencia de Alemania Oriental, la Stasi. Según Dinges, Wolf "le dijo a Altamirano que tenía información fidedigna sobre un plan de la DINA para aniquilar a Prats en Buenos Aires". Y le recalcó que era algo inminente: "Tienes que sacarlo de Argentina enseguida".
Al parecer Altamirano se comunicó de inmediato con uno de sus contactos en Buenos Aires, quien a su vez puso a Prats al tanto del plan. Le propusieron varias posibilidades para que pudiera escapar de Argentina, país que se hundía en la anarquía y estaba dominado por el fascismo desde que Juan Domingo Perón murió, el 1º de julio de 1974, y el poder quedó en manos de su viuda, Isabelita Perón.
Pese a las advertencias de sus compañeros en el exilio, Prats dijo que no abandonaría Argentina hasta tener un pasaporte chileno. La inteligencia francesa también advirtió al general que su vida corría riesgo si permanecía en Buenos Aires. Por el contrario, la CIA, que también estaba al tanto de la trama para asesinarlo, no hizo nada.
El abogado de las tres hijas del matrimonio Prats Cuthbert, Hernán Quezada, comenta a Proceso que antes de que se conociera el documento de Morales Salgado ya había evidencia suficiente para condenar a los ocho acusados. Pero, subraya "por primera vez hay una prueba por escrito de este crimen de la DINA".
Además, agrega el litigante, "lo importante es que quien entregó el oficio, el brigadier Pedro Espinoza ¬segundo en la jerarquía de la DINA¬ lo obtuvo en 2004 de los archivos de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE). Si esto es así, todo indica que es posible que aún exista documentación relevante (de la DINA y de otros cuerpos represivos) para aclarar los diversos procesos que se siguen en Chile por violación a los derechos humanos".
Angélica Prats Cuthbert se entrevistó el pasado miércoles 27 con el comandante en jefe del Ejército, Oscar Uzurieta, a quien le solicitó todo el material que posee sobre el crimen de su padre. Izurieta se comprometió a facilitar al ministro Alejandro Solís todos los archivos de la DINE.

Otras pruebas
En la causa también se encuentra acreditado, según la acusación presentada por el ministro Solís el pasado 25 de enero, que en el período inmediatamente anterior al doble homicidio operó en Argentina "una célula de la DINA integrada por más de seis individuos (...) que disponía de explosivos de gran poder y que estaba compuesta por varios oficiales del ejército de Chile". Los integrantes recibían apoyo de empresas chilenas ubicadas en Buenos Aires, como el Banco del Estado de Chile y Lan Chile.
En su querella, Solís señaló que esta célula de la DINA se dedicaba fundamentalmente a la vigilancia de exiliados chilenos. Era, según él, "una organización de carácter terrorista que aceptaba la violencia extrema como recurso para combatir a los opositores políticos... (Asimismo) planeó la eliminación física del general Carlos Prats por considerarlo peligroso para la permanencia del gobierno militar".
La versión del juez chileno concuerda con la de la magistrada argentina María Servini de Cubría, quien en el proceso que siguió por la muerte de Prats consiguió, en 1999, una declaración del agente Michael Townley. Este le señaló que a mediados de 1974 Pinochet mencionó una reunión con agentes de la Dina en la que estuvieron Townley, Contreras y otros oficiales. Ahí, Pinochet expresó sus temores de que Prats se transformara en un líder de la lucha contra su régimen y ordenó ejecutarlo.
El encargo recayó en los jefes de Operaciones, Pedro Espinosa, y del Departamento Exterior, Raúl Iturriaga Neumann, ambos de la DINA. Estos se pusieron en contacto con Arancibia Clavel, quien era la avanzada de la DINA en Argentina. Este a su vez los puso en contacto con Juan Martín Ciga, líder del grupo fascista Milicia e integrante de la Acción Anticomunista Argentina (Triple A). Arancibia le entrego a Ciga 20 mil dólares para que cometiera el crimen. Pero no lo hizo.
Tras el fracaso, Espinoza reclutó a Townley, un electricista que siempre aspiró a ser agente de la CIA pero nunca lo logró. Era julio de 1974.
Los primeros días de setiembre de aquel año, Townley y su esposa, Mariana Callejas, viajaron a Buenos Aires. Lo hicieron con el explosivo que le había entregado Iturriaga, quien pronto se le unió para apoyar la misión. Iturriaga les mostró el domicilio de los Prats. Una semana antes del crimen, Townley y su mujer se apostaron frente al departamento de Malabia y pudieron cerciorarse de que la vigilancia que en un principio tuvieron los Prats había sido retirada tras la muerte de Perón.
La noche del 29 de setiembre, los Prats fueron a cenar con su amigo Ramón Huidobro, quien había sido el embajador del gobierno de la Unidad Popular en Argentina. Desde hacía dos días, Townley había instalado una bomba en el vehículo del matrimonio chileno.
La noche del atentado, Callejas tenía el detonador. Prats había bajado del auto para abrir la puerta del garaje. Fue en ese instante cuando Townley le quitó el dispositivo de control remoto y presionó el botón. El general y su esposa murieron al instante.
La descripción del atentado la ha hecho Townley en tres ocasiones. La primera en 1992 al detective chileno Rafael Castillo, como parte de la investigación del asesinato del canciller Orlando Letelier. Siete años más tarde, el agente de la DINA dio la misma versión a la jueza Servini de Cubría. Y en febrero de 2005 repetiría su versión ante el juez Solís.
A pesar de sus múltiples crímenes, el agente estadounidense de la DINA se encuentra en libertad y bajo protección del Departamento de Justicia de su país, con el cual arregló una pena reducida por el asesinato de Letelier a cambio de entregar a sus cómplices anticastristas cubanos.
El proceso judicial por el asesinato de Prats se instruyó desde el mismo día en que fue cometido. Estuvo a cargo del Juzgado Nacional en el Criminal y Correccional Federal Número 1. La causa durmió durante años, hasta que en 1991 se conoció el Informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación (Chile) en el que se adjudicaba a la DINA la responsabilidad de las muertes de Prats y su esposa. Ese mismo año tomó el caso en Argentina la jueza Servini de Cubría, en su calidad de titular del Juzgado Federal Número 1.
La ministra ordenó la detención de Enrique Arancibia Clavel en 1996 y cuatro años después el Tribunal Oral de Buenos Aires lo condenó a reclusión perpetua como autor del doble homicidio. Ese mismo año, 2000, la Justicia argentina solicitó a Chile la extradición de seis agentes de la DINA y del general en retiro Augusto Pinochet. *

(*) En acuerdo con la revista mexicana Proceso