15 diciembre 2010

El testimonio de Noemí Fernández Alvarez en la causa por los crímenes cometidos en El Vesubio

“Una cosa tan brutal me rompió la vida”



Por Alejandra Dandan

“Creo que ahora estoy increíblemente bien para lo que viví”, dijo.
Cuando la fiscalía le preguntó cuáles eran las secuelas que le había dejado el secuestro, Noemí Fernández Alvarez explicó que el cautiverio le rompió la vida: “Yo tenía veinte años, estaba estudiando y una cosa tan brutal me rompió la vida: me costó mucho superarlo. La primera vez que salí quedé muy mal psíquicamente, y físicamente tenía un estado lamentable. Durante las primeras semanas no me atrevía a salir a la calle. Mi deseo era ponerme en posición fetal, de donde deduzco que tenía una depresión brutal”.
Pasaron unos meses y volvieron a secuestrarla por unos días. Y luego, el mismo hombre que la primera vez la había liberado le dijo: o te vas del país o te matamos. Noemí se fue a vivir a España desde donde ayer declaró en la causa por los crímenes de El Vesubio: “Me tuve que venir con lo puesto y empezar de menos diez, porque el exilio no es empezar de cero: es menos que eso, uno llega a un país donde no conoce nada, viene muy mal. Y en Madrid, de hecho, estuve enferma: tuve que recibir tratamiento médico y psicológico y creo que ahora estoy increíblemente bien para lo que viví”.
Desde el consulado argentino en Madrid, esa mujer que ahora es abogada volvió a hablar de su secuestro y el de su compañero Horacio Ramiro Vivas, como lo había hecho ante la Conadep. Cuando los integrantes del Tribunal Oral Federal 4 le preguntaron si había tenido actividad política, social o cultural antes del secuestro, Noemí confirmó que no. Que finalmente la largaron porque consideraron que había caído de “garrón”.
A las 21 del 2 de junio de 1976, ella llegaba con su pareja a la casa de la calle Echeverría, en Belgrano. Irrumpieron unos hombres sin uniformes, armados, y luego de destrozar buena parte de la casa, golpearon a Horacio mientras le hacían preguntas. Al cabo de una hora se lo llevaron, ella se quedó con los tres hijos: “No me preguntaron nada, me quedé unas dos horas tratando de calmar a los niños y viendo con quién los podía dejar”. Cuando consiguió calmarlos y salió, en el zaguán se encontró a una patota. Le taparon los ojos y la subieron a un coche. Calculó que eran más de cinco personas las que se movían con ella, con otros dos autos. Ese fue el comienzo del primero de los dos cautiverios. “La marcha se hizo muy rápida, al cabo de una hora el coche se paró ante lo que supongo una verja o tranquera, y se oyó que se abría el portón.”
El Vesubio estaba a metros del cruce del Camino de Cintura y la Autopista Riccheri. Apenas llegó, la desnudaron y la sumergieron en agua helada. “Me metían la cabeza y me preguntaban el nombre de guerra. Yo resistí todo lo que pude. No sé cuánto tiempo habrá pasado cuando me ahogué y no tuve más conciencia, hasta que me doy cuenta de que estoy cerca de una chimenea, porque oía trepidar el fuego, estaba atada y me estaban reanimando.” Unas voces decían que se les estaba yendo o se les había ido. Y ella todavía siente que no sabe si estaba viva o muerta. Pasó de un sábado a un miércoles en esa inconsciencia, hasta que despertó. “Estaba aterrada, con los ojos vendados, desesperada: hablaba y preguntaba dónde estoy, qué pasa. Me dieron una paliza brutal porque ahí no se podía hablar: aprendí rápidamente que no se podía.”
En el espacio donde estaba había unas diez o veinte personas. Los ojos vendados, las colchonetas inmundas. “Había guardias, cinco o seis personas organizadas en turnos de 24 por 48 horas.” Se ocupaban de mantener vivos a los secuestrados, y de ponerlos a disposición de los torturadores, que entraban y salían del centro clandestino, llegaban en autos, despertando a los perros. “Se oía ladrar perros, recuerdo esos detalles porque estaba aterrada, creía que venían a torturarme a mí, como efectivamente me tocó en más de una ocasión.”
Noemí Fernández Alvarez mencionó la picana eléctrica, pero antes de seguir le preguntó al Tribunal si quería detalles sobre la tortura. En línea con lo que están intentando hacer algunas querellas, para las que la tortura ya está probada, el presidente del tribunal, Leopoldo Bruglia, la alentó a hacer lo que quisiera. “Tenían como un elástico –contó ella–, nos ataban los manos y pies a cada extremo, estaba totalmente desnuda, nos aplicaban picana al tiempo que nos interrogaban con golpes intercalados, amenazas, gritos, en fin, una situación espantosa. Fueron al menos dos ocasiones y luego nos dejaban tirados y maltrechos, y otra vez nos llevaban a aquella habitación donde nos tenían depositados. Pasábamos frío y hambre.”
En ese mismo lugar estaba Haroldo Conti: “Estaba muy herido, anímica y físicamente muy mal. Recuerdo el día que se lo llevaron”. Ese día, un guardia anunció el traslado de ocho personas a Neuquén: entre ellos estaban Conti y también Noemí. Pero, al día siguiente, sólo siete de los ocho se fueron: todos excepto ella. “Cuando yo desesperada pregunté por qué no me llevaban, una de las guardias menos inhumanas me dijo que me tranquilizara, que los que se habían llevado iban a ser boleta.” Noemí está segura de que Conti estaba en ese grupo. Dijo que fue el 20 de junio, se acordaba de la fecha porque era el tercer domingo de junio, Día del Padre: “Y yo sabía que Conti tenía un niño muy pequeño y pensaba en la ironía del destino, que justamente se lo llevan el 20 de junio”.
También está convencida de que, en el mismo lugar, estuvo con ella Raymundo Gleyser. Los guardias hablaban del cineasta. En el sótano había otras tres mujeres a las que llamó “las veteranas”, porque parecían llevar meses ahí: Analía Magliaro, Alicia Carriquiriborde, Alicia Delatorre.
Entre los acusados de El Vesubio, hay cinco hombres del Servicio Penitenciario, eran los guardias y están detenidos, y tres militares, que están fuera de prisión. Noemí habló de dos de ellos para dar cuenta de lo que llamó como su “rocambolesca” liberación: “Una de las guardias me dice que el Coronel me quería dar la libertad, pero el Alemán no. Me sacaron para entrevistarme, una vez con el Alemán y otra con el Coronel, que al parecer era el que más mandaba. Al final me interrogaron los dos y al tiempo me sacaron en un coche. Yo estaba aterrada, pero me decían: ‘tranquila’. Me dejaron en la calle, dijeron que me soltaron por orden del Coronel”. El Coronel es, aparentemente, el capitán Asiglia, alias el Francés, ese hombre perfumado del que hablan una y otra vez las víctimas. La bestial imagen del Alemán corresponde al penitenciario Alberto Neuendorf, alias Neuman o Hitler, que fue jefe del centro clandestino y está muerto.
En noviembre del ’76 volvieron a secuestrarla durante una semana. Y el 18 de ese mes viajó a España.

Radiografía de una ocupación

Una ONG israelí afirma que el expolio a los palestinos prima sobre la seguridad


ENRIC GONZÁLEZ - Jerusalén - 14/12/2010

Israel ocupa Cisjordania desde hace 43 años. Ha habido fases de gran violencia, como durante la segunda Intifada (2000-2005), y fases más o menos apacibles, como la actual. Los Acuerdos de Oslo, la autonomía de la Autoridad Palestina y la desaparición del terrorismo a gran escala han cimentado la idea de una ocupación benigna. No lo es. La ONG Breaking the Silence (Rompamos el silencio), fundada en 2004 por ex soldados israelíes deseosos de denunciar lo que ellos mismos habían hecho, ha recopilado testimonios anónimos de 101 ex soldados en un libro que constituye una radiografía de la ocupación.
"La versión oficial afirma que la actividad del Ejército en los territorios [ocupados] está fundamentalmente dirigida a garantizar la seguridad de los ciudadanos israelíes; los testimonios, en cambio, describen una actitud ofensiva que incluye expropiaciones de territorio, un control creciente sobre la población civil y el uso sistemático del miedo", se señala en la introducción del libro.
"Nosotros cometimos algunas de las cosas que denunciamos", declara Yehuda Shaul, antiguo jefe de patrulla en Hebrón y fundador de Breaking the Silence. "Queremos que se sepa lo que ocurre al otro lado, romper la ignorancia voluntaria de la sociedad israelí. Habrá quien utilice nuestras denuncias para atacar a Israel, pero nuestro propósito consiste en reforzar los fundamentos morales de este país", añade.
La radiografía de la ocupación se refiere a aspectos militares y muestra cuatro ejes de actuación: Sikkul (prevención del terrorismo), Hafradah (separación), Mirkam hayyim (preservación del tejido social palestino) y Akhifat hok (aplicación de la ley). Esos ejes se suponían bienintencionados. Los testimonios revelan que se hace de ellos un uso perverso.
La "prevención del terrorismo" se traduce, dice Breaking the Silence, "en que todos los palestinos, hombres y mujeres, son sospechosos y constituyen una amenaza; la intimidación reduce las posibilidades de que se enfrenten a las fuerzas de seguridad y, por tanto, previene el terrorismo".
Un ejemplo de "prevención", y hay decenas, es el aportado por un ex soldado de la Brigada Kfir, destinado a la zona de Nablus en 2009. La inteligencia militar había dado orden de registrar 60 casas palestinas en un pueblo. "Fuimos casa por casa, a las dos de la madrugada, la gente estaba aterrorizada, había niñas que por el miedo se orinaban encima", dice el testimonio. Otras frases: "A los hombres de entre 16 y 29 años se les esposa y se vendan sus ojos". "Un soldado robó 20 shekels [cuatro euros]". "Uno se quejó de que no había nada para robar, solo había podido llevarse rotuladores". "No encontramos armas y confiscamos cuchillos de cocina".
Otro aspecto de la "prevención" consiste en recordar a la población la presencia constante del Ejército. Un ex paracaidista, destinado en Nablus en 2003, recuerda que a las tres de la madrugada lanzaban granadas detonadoras: "Nos decían [los oficiales] que si había terroristas, el ruido les haría escapar. En realidad, el mensaje era que mientras hubiera terrorismo convertiríamos la vida de la población en un infierno".
La "separación" se refiere, supuestamente, a israelíes y palestinos. Los testimonios reflejan que, además, se separa a unos palestinos de otros para facilitar el control militar y se separa a los palestinos de sus tierras para obligarlos a concentrarse en ciudades. Muchos de los campos forzosamente abandonados acaban en manos de colonos. Breaking the Silence asegura que la "separación" no está dirigida a una eventual retirada israelí, "sino al control y anexión de territorio".
Otra de las líneas de actuación, la teóricamente encaminada a preservar el tejido social palestino, ha acabado consistiendo en una intromisión constante. Para saber quién puede ser peligroso se practica el mapping, traducible como "cartografía". Lo describe un ex artillero destinado en Hebrón en 2003: "Entras en una casa y pides a todos el carné. Lo registras todo, vacías los armarios y te vas. Cuando ascendí a oficial comprendí para qué servía eso: recogemos información para los servicios de inteligencia, que así saben cómo es por dentro cada casa y quién vive en ella".
El último eje es la aplicación de la ley, distinta para los palestinos -sometidos a leyes otomanas o jordanas y, por encima de todo, a la justicia militar- y para los colonos, sometidos a la justicia ordinaria israelí. El Ejército carece de autoridad sobre los colonos. En una conversación con este corresponsal, un alto oficial del Ejército israelí comentó que algunos colonos le parecían "tan peligrosos como los terroristas árabes".
En el libro se recogen historias como la de un soldado destinado en Hebrón en 2008. Según el militar, a los colonos les gustaba pasear cada shabat por el mercado palestino. Los soldados tenían que "esterilizar" las calles (evacuarlas); de vez en cuando, un colono insultaba, escupía o daba un bofetón a un palestino, y la patrulla se llevaba al palestino para "evitar fricciones". "Era lo más degradante", comenta el soldado.