29 marzo 2009

EL GRAN JUEGO

Uno o dos años de un gobierno de Netanyahu-Lieberman-Kahane pueden causar un daño irreparable a Israel ante el mundo, en las relaciones con los Estados Unidos, en el sistema judicial, en la democracia, la moral y la salud nacional. El lado positivo de esta situación es que el Parlamento tendrá una oposición fuerte, una vez más. Y
quizás hasta sea una oposición eficaz.


Por Uri Avnery

“Alea iacta est” -"la suerte está echada"-, dijo Julio César y cruzó el río Rubicón en su camino a conquistar Roma. Ése fue el fin de la democracia romana.

Nosotros no tenemos un Julio César. Pero tenemos un Avigdor Lieberman. Cuando él anunció el otro día su apoyo a un gobierno encabezado por Benjamin Netanyahu, cruzó el Rubicón.

Espero que éste no sea el principio del fin de la democracia israelí.

Hasta último momento, Lieberman mantuvo a la opinión pública israelí expectante. ¿Se uniría a Netanyahu? ¿Apoyaría a Tzipi Livni?

Aquellos que participaron en el juego de las especulaciones estuvieron divididos en su visión de Lieberman.

Algunos de ellos dijeron: Lieberman es de hecho lo que pretende ser, un racista nacionalista extremo. Su verdadero objetivo es convertir a Israel en un estado judío libre de árabes -Araberrein, en alemán. Él desprecia la democracia, no sólo la del país sino también la de su propio partido, integrado por gente que le dice a todo que sí. Como otros partidos similares en el pasado, el suyo está basado en el culto de la personalidad, el culto de la fuerza bruta, el desprecio por la democracia y el desdén por el sistema judicial. En otros países esto se llama fascismo.

Otros dicen: eso es solo una apariencia. Lieberman no es ningún fuehrer israelí, solo es un estafador y un cínico. Las investigaciones policiales en su contra y sus relaciones comerciales con los palestinos lo muestran como un ser oportunista y corrupto. Además, es amigo de Tzipi. Cultiva la imagen del fascista para facilitar su camino al poder. Pero entregará todas sus banderas por un pedazo de gobierno.

El primer Lieberman apoyaría un gobierno de extrema derecha de Netanyahu. El segundo Lieberman podría apoyar a un gobierno de Livni. Durante una semana entera él hizo malabares. Ahora se ha decidido: él es, de hecho, un racista nacionalista extremo. Y como dicen los norteamericanos: si camina como un pato y hace cuac como los patos, es un pato.

Para cuidar las apariencias, le dijo al presidente, Shimon Peres, que su propuesta de reapaldar a Netanyahu para que forme gobierno sólo aplica si éste acepta un gobierno de base amplia que incluya al Likud, a Kadima y a su propio partido. Pero ésa es simplemente una maniobra: probablemente un gobierno como ése no logre formarse y sí lo haga una alianza del Likud, Lieberman, los discípulos de Meir Kahane y los partidos religiosos.

Algunos en la izquierda dicen ¡excelente! Los votantes conseguirán exactamente lo que merecen. Finalmente, habrá un gobierno exclusivamente de derecha.

Uno de los defensores de esta posición es Gideon Levy, consistente defensor de la paz, la democracia y la igualdad civil.

Él y quienes piensan como él sostienen que Israel tiene que atravesar esta fase antes de que pueda recuperarse. Que la derecha debe tener el poder necesario para llevar adelante su programa, sin el pretexto de encontrarse limitada por los miembros de izquierda o de centro de la unión. Que hay que dejarlos intentar, a la vista de todo el mundo, seguir una política de guerra, el derrocamiento de Hamas en Gaza, la anulación de cualquier negociación de paz, el fortalecimiento de los asentamientos, escupiendo ante la opinión pública mundial y chocando con los Estados Unidos.

Para quienes sostienen esto, ese gobierno no podría durar demasiado. La nueva administración de Barack Obama no lo permitirá. El mundo lo boicoteará. Los judíos norteamericano entrarán en shock. Y si Netanyahu se desvía -aunque sea ligeramente-del estrecho rumbo de la derecha, su gobierno caerá hecho pedazos. Los socios kahanistas (seguidores del extremista Meir Kahane, n. del traductor) del gobierno pedirán el divorcio. Después de todo, el último gobierno de Netanyahu cayó hace diez años por impulso de la extrema derecha, que no le perdonó que se sentara con Yasser Arafat y firmara un acuerdo que dio (pro forma) parte de Hebron a la Autoridad Palestina.

Después de la caída del gobierno, según esta prognosis, la opinión pública entenderá que no hay ninguna opción de derecha, que los eslóganes de la derecha no son más que palabras sin sentido. Sólo así ellos llegarán a la conclusión de que no hay ninguna alternativa al camino de la paz. Los votantes elegirán un gobierno que terminará la ocupación, allanará el camino para un Estado palestino con capital en Jerusalén Oriental y se retirarán a las fronteras de la Línea Verde, con los ajustes que fueran mutuamente aceptables.

Para que la opinión pública acepte esto, es necesario un shock. La caída del gobierno de extrema derecha podría provocar esa sacudida. Según un refrán atribuido (equivocadamente, parece) a Lenín, cuanto peor, mejor. O, dicho de otro modo, debemos estar mucho peor antes de poder conseguir algo bueno.

Ésa es una teoría seductora. Pero también es aterradora.

¿Cómo podemos estar seguros de que la administración de Obama tornará irresistible su presión sobre Netanyahu? Eso es posible. Esperemos que pase. Pero no es en absoluto cierto.
Obama no ha pasado todavía ninguna prueba ante ningún problema. Está claro que hay una marcada diferencia entre lo que él prometió en la campaña electoral y lo que está haciendo en la práctica. En varios temas está continuando las políticas de George Bush con ligeras alteraciones. Eso era, por supuesto, esperable. Pero Obama no ha mostrado todavía cómo actuaría bajo presión real. Cuando Netanyahu movilice a fondo el lobby pro israelí, ¿Obama se rendirá, como lo hicieron todos los presidentes precedentes?

Y la opinión pública mundial, ¿qué tan unida estará? ¿Cuánta presión podrá ejercer? Cuando Netanyahu declare que cualquier crítica a su gobierno es “antisemita” y que cada llamada al boicot es el eco del eslogan nazi “Kauft nicht bei Juden” (“no compre a los judíos”), ¿cuántos de los críticos resistirán la presión? ¿Cuánto coraje serán capaces de tener Merkel, Sarkozy y Berlusconi? Y por otro lado: un boicot mundial ¿no intensificará la paranoia en Israel y empujará a toda la opinión pública israelí a los brazos de la extrema derecha, bajo el slogan de que todo el mundo está contra nosotros?

En la mejor de las circunstancias, si todas las presiones materializan y tienen un fuerte impacto, ¿cuánto tiempo tomará? ¿Qué desastres logrará hacer un gobierno como ése antes de que la presión empiece a tener efecto? ¿Cuántos seres humanos serán matados y resultarán heridos en ataques y actos de venganza mutuos? Un gobierno dominado por los colonos, ¿cuántos nuevos asentamientos establecerá?, ¿cuántos de los existentes serán ampliados? Y mientras tanto, ¿acaso los colonos no intensificarán su provocación a los palestinos con el objetivo de provocar una limpieza étnica? And in the meantime, won’t the settlers intensify their harassment of the Palestinian population with the aim of bringing about ethnic cleansing?

Los integrantes del espectro de la derecha ya han declarado que no aceptan un cese de hostilidades en Gaza porque eso consolidaría el poder de Hamas allí. Ellos buscan renovar la Guerra de Gaza bajo una dirección más brutal aún, reconquistar la Franja y volver a poblarla con colonos.

El discurso de Netanyahu sobre una “paz económica” es algo sin ningún sentido, porque ninguna economía puede desarrollarse bajo un régimen de ocupación y centenares de barricadas. Cualquier proceso de paz -real o virtual- será parado. El resultado: la autoridad palestina se derrumbará. Presa de la desesperación, la población cisjordana irá más allá de Hamas o del movimiento Al-Fatah para convertirse en Hamas 2.

Dentro de Israel, el gobierno tendrá que enfrentar una depresión que se profundiza y quizás cause un caos económico. Todas las áreas del gobierno están unidas en su odio a la Corte Suprema, y las locas manipulaciones del ministro de Justicia, Daniel Friedman, serán reemplazadas por otras más locas todavía. Con el atractivo eslogan del “cambio de régimen”, el asesinato selectivo del sistema democrático tendrá lugar.

Todas estas cosas son posibles. Uno o dos años de un gobierno de Bibi-Lieberman-Kahane pueden causar un daño irreparable a Israel ante el mundo, en las relaciones con los Estados Unidos, en el sistema judicial, en la democracia, la moral y la salud nacional.

El lado positivo de esta situación es que la Knesset (Parlamento unicameral) tendrá una oposición fuerte, una vez más. Quizás hasta una oposición eficaz.

Kadima nació para ser un partido gubernamental. No será fácil para él adaptarse al papel opositor. Eso requerirá una transformación emocional e intelectual. Durante diez años yo dirigí una oposición intransigente en la Knesset, y sé lo difícil que es. Pero si Kadima logra tal transformación con éxito -cosa que dudo- puede convertirse en una oposición eficaz. La necesidad de presentar una alternativa clara al gobierno derechista puede llevar al partido a descubrir fuerzas insospechadas dentro de sí. Los juegos de Tzipi Livni con los palestinos pueden llegar a convertirse en un programa serio para arribar a una solución de dos estados, un programa que se fortalecerá y se ahondará en la disputa parlamentaria con un gobierno que lleva adelante un programa opuesto.

El Laborismo también tendrá que sufrir una transformación profunda. Ehud Barak no es ciertamente la persona adecuada para emprender una lucha opositora, sobre todo porque no será “la cabeza de la oposición”, un título oficialmente conferido por la ley al líder de la facción opositora más grande. Él será el segundo violín en el concierto opositor. El Laborismo tendrá que competir, y quizás esto lo lleve a su recuperación. La Biblia nos cuenta el milagro de los huesos secos (Ezequiel 37).

Eso es aplicable aún más para Meretz. Tendrá que competir con Kadima y el Laborismo para justificar su lugar en el camino de la paz y la recuperación social.

Un optimista real puede esperar incluso un acercamiento entre la "izquierda judía” y los “partidos árabes”, alternativa que hasta ahora la izquierda ha boicoteado y obviado como posible alianza. El esfuerzo común y el voto conjunto en la Knesset también pueden provocar allí un desarrollo positivo.

Y más allá de la arena parlamentaria, el gobierno de extrema derecha puede cambiar la atmósfera en el país y estimular a muchas personas bien intencionadas a dejar la seguridad de sus torres de marfil y empezar un proceso de rejuvenecimiento intelectual en los círculos desde los cuales una nueva, abierta y diferente izquierza debe emerger.

Todas estas son especulaciones teóricas. ¿Qué pasará en la realidad? ¿Cuáles serán las consecuencias de un régimen derechista "puro", si Tzipi Livni mantiene su determinación de no unirse al gobierno de Netanyahu? ¿Israel caerá en un camino suicida sin retorno o ésta será una fase transitoria antes del llamado a despertarse?

Es un gran juego, y como cada juego, despierta tanto miedo como esperanza.
La fuente: Uri Avnery es periodista, ex legislador y pacifista israelí, líder del movimiento Gush Shalom. La traducción del inglés pertenece a Sam More para elcorresponsal.com.