30 noviembre 2008

¿CÓMO SERÁ EL MUNDO EN 2025?

Si este texto que vas a leer te ha impresionado, déjale un comentario...


TODO: NO CREER A PIE JUNTILLAS, PERO EN ÚLTIMA INSTANCIA HAY PUNTOS MUY INTERESANTES PARA CONSIDERAR. DE TODOS MODOS, ES UNA HIPÓTESIS BASADA EN ALGUNAS TENDENCIAS REALES.

Informe de Inteligencia. Global trends 2025: A transformed world (Tendencias globales 2025: un mundo transformado




Cada cuatro años, EEUU pone a la élite de los 16 servicios de inteligencia a elaborar un diagnóstico global. En Global trends 2025: A transformed world (Tendencias globales 2025: un mundo transformado), Washington hace un análisis de cómo serán los conflictos en un futuro cercano. Un insumo para su presidente y para los principales líderes mundiales.
José Luis Martínez |


La conclusión del informe de 120 carillas es que, si bien EEUU seguirá teniendo un gran poder económico y militar, ya no será una potencia sin rivales, y deberá enfrentar el advenimiento de un sistema global multipolar.
"Estamos proyectando un mundo multipolar", señala Thomas Fingar, presidente del National Intelligence Council (Consejo Nacional de Inteligencia) que ha elaborado el documento. "El momento unipolar ha terminado, o ciertamente habrá terminado en el 2025", añadió.
El reporte publicado, afirma que el dominio económico, militar y político estadounidense se está reduciendo, a medida que crece el de China, India y, en alguna medida, el de Rusia. Pekín dejará a la Unión Europea como segundo actor en la economía global, convirtiéndose en el mayor importador y el mayor contaminante del mundo. Se convertirá en una potencia tecnológica y militar, con un control de las rutas marítimas al mismo nivel que el de EEUU.
Sin embargo, de aquí a 17 años EEUU seguirá liderando el ranking económico mundial y mantendrá una demografía óptima, con unos niveles de envejecimiento propios de una sociedad avanzada. El debate sobre un eventual ocaso de EEUU es recurrente. La discusión sobre la declinación no es nueva y aún precede al colapso de la Unión Soviética en 1991. Pero, la historia demostró que más allá de sus crisis tras la retirada de Vietnam, el asesinato de un presidente y la renuncia de otro, el escándalo de Watergate, o las shocks petroleros o las grandes depresiones económicas, la potencia volvió a resurgir mientras que sus enemigos históricos se desintegraron o están por debajo en las mediciones mundiales.
El reporte afirma que, a pesar de todo, depende de Washington cambiar estas predicciones. Los expertos señalan, además, que el acierto en muchos de sus pronósticos dependerá de las acciones de los principales líderes mundiales.
Global trends 2025 está en sintonía con el pensamiento de intelectuales como Fareed Zakaria, autor de The post-American world, Francis Fukuyama -que predijo el fin de la historia y el dominio del modelo capitalista-democracia liberal-, y autor de The fall of America, Inc., y otros formadores de opinión, como el neoconservador Robert Kagan, que publicó el alarmista artículo Still Nº 1, en The Washington Post.
En cuanto a posibles rivales de EEUU, el informe hace sus diferencias. Mientras China y la India son referentes del "capitalismo estatal", el potencial de Rusia aparece más endeble. La corrupción y el déficit en infraestructuras -incluidas las energéticas- se consideran un pesado lastre para el fortalecimiento ruso.
Pero otras naciones, como Irán, Turquía e Indonesia, podrían sumarse a la discusión. Y Medio Oriente y Africa subsahariana perdurarán como focos continuos de inquietud, explican los expertos.
El cambio climático será un factor cada vez más importante en la aparición de conflictos. La progresiva desaparición de agua, vegetación y alimentos podría expandir en Africa las dificultades que se viven en Darfur, donde nómadas y agricultores locales han entrado en una guerra abierta por los escasos alimentos.
A pesar de la redistribución de la riqueza y una mayor pujanza de países en vías de desarrollo, los países pobres seguirán estancados en los actuales índices de pobreza y tendrán un menor acceso a los recursos globales.
También menciona la actual crisis, de la que no espera que lleve a una depresión extendida, sino que sirva para "rebalancear" la economía mundial.
"Es posible que las rivalidades estratégicas giren en torno al comercio, a las inversiones, a la innovación y adquisición de tecnología, pero no podemos descartar un escenario similar al Siglo XIX, con una carrera armamentista, expansión territorial y rivalidades militares", dice el detallado análisis.
Un cambio en el sistema energético que se aleje del petróleo como principal fuente estará en curso o completo para el 2025. Energías renovables como los biocombustibles, la solar o eólica serán la mejor oportunidad para una transición rápida y a bajo costo, explica el reporte.
"El sistema internacional, como fuera conocido después de la Segunda Guerra Mundial, será casi irreconocible para el 2025, debido al aumento de los poderes emergentes, la economía globalizada, una histórica transferencia de la riqueza del oeste al este y la creciente influencia de actores no estatales", expresa el reporte.
En materia de seguridad, el informe afirma que grupos terroristas como Al Qaeda perderán apoyo de los países de Oriente Medio y otras naciones musulmanas, pero al mismo tiempo serán más peligrosos, debido a la proliferación de armas químicas y biológicas.
Por otra parte, las preocupaciones de que Irán siga decidido a adquirir armas nucleares pudiera desatar una carrera armamentista nuclear en el Medio Oriente, estimulando una competencia regional por influencia que aumente el riesgo de un conflicto, explica el reporte.
El estudio considera cuatro posibilidades que pudieran ocurrir en los próximos 20 años, incluyendo un gran huracán vinculado al cambio climático que devaste Nueva York y una guerra entre China y la India por acceso a recursos vitales.
Los países de América Latina disfrutarán hacia el 2025 de un crecimiento económico "moderado" pero sufrirán una "continua violencia urbana", alerta el reporte de los servicios de inteligencia.
El informe estima que "muchos países de América Latina habrán alcanzado marcados progresos en la consolidación de la democracia para el 2025".
El reporte también señala a Brasil, Chile, Colombia y México como los mejor posicionados, y a Venezuela y Bolivia como los que más se retrasarán debido a sus "políticas populistas", con Haití como un país que se hundirá aún más en el caos. Cuba, sin la ayuda de Caracas, "podría verse forzada a iniciar reformas de mercado al estilo chino".
Si bien algunas naciones latinoamericanas serán "potencias de medianos ingresos", otros, "particularmente aquellas que abrazaron políticas populistas, quedarán atrasadas, y algunas, serán más pobres y sin embargo menos gobernables", sostiene el estudio.
En el informe, alerta que los "problemas de seguridad" en el subcontinente "seguirán siendo intratables, y en algunos casos inmanejables" para el 2025.
América latina también aportará una buena tajada de los 1500 millones de nuevos habitantes del planeta que se sumarán a los actuales, lo cual se estima hará crecer la demanda de agua y alimentos en un 50% para 2030.
El estudio prevé un crecimiento económico sostenido de alrededor del 4 por ciento hasta el 2025, lo que resultará en caídas "modestas" en los niveles de pobreza en algunos países. En cambio, la competitividad económica de América Latina "seguirá detrás de la de Asia y otras regiones de rápido crecimiento", indica.
Finalmente, el capítulo dedicado a América Latina señala para el 2025 una posible "disminución de la influencia de Estados Unidos en la región", en parte a causa de la ampliación de las relaciones económicas y comerciales del subcontinente con Asia, Europa "y otros bloques".
Como conclusión: Nos espera un mundo con múltiples centros de poder sería menos estable que uno en el que predominan una o dos superpotencias y habría una mayor posibilidad de que se desaten conflictos, sostiene el reporte. Sin embargo, a Estados Unidos le seguirá correspondiendo la labor de intermediario internacional, como un primero entre iguales, pero manteniéndose como el actor individual más poderoso. Las consecuencias del calentamiento global, el agua, los alimentos y la energía serán elementos que podrían desatar conflictos por recursos, en un mundo más peligroso, y con una carrera armamentista potenciada con actores no estatales, señala el reporte de inteligencia.

Publicado en La República de Uruguay

¿Por qué vivo en EEUU?

¿Por qué vivo en EEUU?

Jorge Majfud - Alai-amlatina


En 2001, Oriana Fallaci escribió su célebre artículo «La Rabbia e l'Orgoglio» donde no sólo hacía un ataque indiscriminado a los inmigrantes del tercer mundo en Europa y Estados Unidos, sino a todas las culturas que no eran la «cultura occidental». En 2002 publiqué en algunos diarios una larga respuesta sobre al menos una veintena de puntos, los cuales consideré errores de la autora. El ensayo se llamó «El lento suicidio de Occidente» (http://mrzine.monthlyreview.org/majfud141106.html) y, lejos de atacar a Occidente y elogiar a Oriente, la idea central radicaba en prevenir a Occidente de uno de sus mayores enemigos: Occidente mismo.
Gracias a este ensayo he recibido ataques anónimos que van desde recuerdos sobre mis antepasados -factor que explicaría mis razonamientos- hasta advertencias de los dueños del mundo sobre los peligros de discurrir por carriles no oficiales. Hace pocos días un amigo me envió por correo la crítica de un lector y me pidió que respondiera a sus observaciones. En síntesis, el lector, asumiéndose como estadounidense, se preguntaba si realmente yo me sentía tan incómodo con nuestra cultura y nuestros valores («our culture and values»), por qué no me iba a vivir a esos países que tanto admiraba. Al final agregaba: «no importa si Majfud está en lo cierto sobre Occidente. Se trata de coherencia. Lo menos que se le puede pedir a un intelectual es coherencia».
La verdad es que admiro la filosofía griega de los siglos V y IV, la poesía de Omar Kayyam, la física de Albert Einstein, pero creo innecesario y quizás imposible irme a vivir a la Grecia de Pericles, a la antigua Persia o la Alemania nazi de los años veinte. De hecho, la mayor parte de los intelectuales alemanes que se exiliaron en Estados Unidos durante el nazismo no pasaron a ser, por esa razón, acríticos complacientes del nuevo orden -sin duda preferible al que abandonaban-, sino que continuaron coherentes con su pensamiento anterior: el poder no necesita defensores; suficientes aduladores tiene.
Es parte de un pensamiento fascista confundir a todo un país con la ideología de quienes dominan sus esferas de poder: si alguien critica la ideología dominante X -muchas veces articulada por intelectuales funcionales al poder militar y económico del momento-, estaría atacando a todo el país donde domina X, ergo alguien debe irse a vivir a otra parte y dejar a X expandirse libremente hasta el último rincón de la conciencia humana.
Está claro que este lector no terminó de leer el ensayo, urgido por una reacción epidérmica, propia de las primeras etapas de la nueva cultura digital. Si mencioné que los holocaustos, las inquisiciones y la vasta practica de la tortura también eran productos bien occidentales, no fue para demostrar la inferioridad de Occidente sino, por el contrario, para ejercitar una costumbre también occidental según la cual ha sido la crítica y no la adulación la que ha prevenido algunas veces contra nuestros propios defectos. Entre éstos, contemos la soberbia y la pureza de la ignorancia, según la cual todo fue inventado por Europa o por Estados Unidos hace cien años, desde el alfabeto fenicio, los números arábigos, la teología africana y hebrea, los fundamentos de las ciencias y el vasto legado de las artes y el pensamiento.
A lo largo de la historia ha existido este tipo de pensamiento, pero en determinados periodos ha dominado la mayoría de una sociedad y en ocasiones ha regido las leyes de un gobierno y de un Estado. En el siglo XX se llamó fascismo pero hay ejemplos anteriores, como el de la España del siglo XV y XVI. A pesar de que la península ibérica tenía una de las culturas más antiguas y más ricas en diversidad cultural, racial, religiosa y lingüística, hubo un movimiento político que definió cuál era «nuestra cultura» y decidió que ser español era ser católico, hablar castellano, tener la piel blanca y la sangre libre de la contaminación de moros y judíos. Este gran país se desangró por siglos tratando de superar la cultura del garrote ideológico y policial hasta que en el siglo XX el generalísimo Francisco Franco rescató el mito fascista: hay una sola forma de ser español, de ser hombre, de hablar, de pensar y de publicar, de merecer la vida o de merecer pisar la tierra limitada por unos límites políticos, generalmente arbitrarios.
Este ejemplo de uno de los países que más quiero sobre el planeta después de mi propio país es apenas un ejemplo clásico. No tendría espacio para recordar que esta misma idea fascista de unidad y pureza por exclusión hizo estragos en todas las dictaduras de América Latina como en África, en Oriente y en cualquier rincón del planeta por donde miremos. Incluido, está de más decir, mi país de origen, al que quiero sin razones y sin justificar mis emociones diciendo que es el mejor país del mundo ni que allí está la gente más buena y más bonita, lo cual además de arbitrario demuestra un nacionalismo con retardo agudo, cuando el país no es una potencia mundial, y un nacionalismo peligroso, cuando lo es.
Afortunadamente en Estados Unidos viven millones de personas que no piensan como mi inquisidor. Millones de personas no creen que este país heterogéneo, compuesto de muchos estados y de muchos otros grupos disidentes del poder político, se defina por una única cultura y unos valores únicos, imprecisamente definidos pero claramente declarados por algunos grupos fascistas que ni siquiera conocen la historia del país donde nacieron pero se arrogan el derecho de excluir de la moral a todos aquellos que no caen dentro de su estrecho círculo mental. En esto son tan coherentes como puede serlo una mula que, al poseer una sola idea para todo, no puede nunca entrar en contradicciones. También los señores que azotaban a los negros esclavos en el siglo XIX -o los apaleaban y arrastraban con sus camionetas en el siglo XX- y los esclavos compartían los mismos valores y la misma cultura. Otros hombres y mujeres, libres y esclavos, despreciaron estos valores y esta cultura dominante y no fueron precisamente los peores norteamericanos.
Debería comenzar respondiendo que vivo en Estados Unidos porque no vivo solo, porque no soy yo el dictador que decide donde debe vivir mi familia, según sus deseos y necesidades. Vivo en Estados Unidos porque es aquí donde tengo mi trabajo. Estas deberían ser dos razones suficientes, pero nunca debemos subestimar la simplicidad del fascismo.
Cuando vivía en mi país (mi país de origen, no de mi propiedad) y publicaba duras críticas contra su gobierno y contra algunas de nuestras costumbres, no faltó el fascista que me acusara de antipatriota, lo que también sugería que para ser patriota es necesario un alto grado de acrítica (hipo-critica). Cuando la crisis económica azotó a la clase media y baja en mi país, me vi en la definitiva necesidad de emigrar, aceptando una invitación de un profesor norteamericano para continuar mi carrera aquí. Los ricos y acomodados en el poder de turno no emigran. Mueven sus capitales o salen de vacaciones y luego se inflaman el pecho con su patriotismo. «El señor X sirvió toda la vida a su patria», repiten luego, para disimular el hecho de que su patria le sirvió toda la vida.
Es decir, vivo en Estados Unidos porque ejerzo el derecho a trabajar donde considero que hay una mejor oportunidad de trabajo, como cualquier otra persona, y eso no significa que deba hacer un ojo ciego a todos los defectos y barbaridades que veo en el país donde vivo. También muchos norteamericanos viven y trabajan en Irak y en muchos otros países, al tiempo que critican o desprecian esas mismas culturas. Y no por eso se van de allí. También muchos norteamericanos tienen grandes negocios en casi todos los países del mundo, trabajan y viven en ellos y no es amor por los valores y la cultura de esos países lo que los mantiene donde están.
No es mi caso. Yo no desprecio el país de mi hijo. Vivo en Estados Unidos porque todavía creo que este país no está compuesto de trescientos millones de McCarthys sino también de unos cuantos Carl Sagan, Norman Mailer, Ernest Hemingway, Toni Morrison, Charles Bukowski, Paul Auster, Truman Capote, Noam Chomsky y outsiders como Edward Said, Albert Einstein y muchos más que en su momento fueron acusados de ser peligrosos, sólo porque se atrevieron a ejercer la crítica radical -radical, como toda critica que va a las raíces de un problema- porque aun creían en la humanidad.
Vivo en Estados Unidos porque también admiro algo de este país -me dan risa los que afirman alegremente que aquí no hay cultura-, no por la basura que es consumida como deliciosos manjares, sino por sus exquisitas mentes que son despreciadas como basura. Es decir que también vivo en Estados Unidos porque, para un escritor acostumbrado a la lucha dialéctica, nada mejor que vivir, como decía José Martí con alguna imprecisión, «en las entrañas del monstruo».
Vivo en Estados Unidos porque no creo que un país o una cultura tengan dueños ideológicos ni dueños legales. Vivo en Estados Unidos como podría vivir en cualquier otro lugar del mundo, porque me puede mover la necesidad laboral y profesional, pero no me amedrentan aquellos que no sólo se creen dueños del Planeta, sino que además pretenden expandir sus dominios exigiendo que los críticos terminen por ceder, amablemente y de forma voluntaria, los últimos espacios que todavía quedan para la disidencia o, simplemente, para el análisis crítico.

Si esta obra te ha impresionado, déjale un comentario

NO

Por José Pablo Feinmann

No parecería posible. Porque es una decisión casi imposible, casi inimaginable. Sin embargo, 32 años atrás, en la siniestra D2 de Córdoba, bajo la mirada fría, macabra, del general Menéndez, un policía y cinco de sus compañeros se negaron a torturar. Se trata de un acontecimiento. Ahora fueron premiados por ese gesto. Pero cuando lo hicieron, estaban solos. Fue un acto libre de un sujeto libre que, en algún lugar de su hiperdeterminada conciencia, encontró un foco de libertad, un resto, algo suyo, desde ahí, desde ese pequeño lugar en que él tiene la potencia del Espíritu Absoluto hegeliano, dijo que no. “Disculpen, señores. Pero yo no puedo torturar a otro hombre. No me niego por desobedecer. Me niego porque no puedo cumplir esa orden. Es imposible para mí. Hay algo que me lo impide. Y todavía conservo la fuerza para negarme.” Todavía –está diciendo– mi convicción es más fuerte que mi miedo. Porque sabe que esa desobediencia le va a costar, y mucho. Sabe que, a partir de ahora, el castigado, el torturado, será él. Que otros –otros que han sido compañeros suyos– van a cumplir la orden que se les dará. Que esos otros no se van a detener porque él haya sido uno de ellos, un compañero. Sino que tal vez lo torturen más salvajemente por eso. Porque ya son “máquinas de obediencia” y porque, muy especialmente, lo odian por mostrarles la posibilidad de otra respuesta, de otro camino. Le van a hacer pagar cara su valentía insólita. Esa jactancia de negarse a hacer lo que ellos sumisamente hacen, torturar. Y lo torturan, le dan máquina durante horas, días. Sus mismos compañeros, los que hasta ayer tomaban mate con él y escuchaban los partidos de Instituto y de Belgrano de Córdoba.
La posibilidad de un hombre que dice “no” es un agravio intolerable para los otros. Cuestiona todo el aparataje que se habían armado para hacer su tarea. Que torturan a “subversivos”, “marxistas”, “ateos”, “enemigos de la patria”, “zurdos del trapo rojo”. Todo eso se cae. De pronto tienen frente a ellos a un tipo que se niega y, negándose, les dice: “Torturamos personas. Como vos, como yo, como nuestros hijos y hermanos y padres”. La furia que esta revelación les produce no tiene límites. No quieren dejar de ser “máquinas de obediencia”. Se entra al Ejército y, al hacerlo, se entra en el mundo de la disciplina. Por eso hay grados: hay generales, coroneles, tenientes, sargentos, cabos y ratas de tropa, ellos, soldados. Es una pirámide. Cada uno obedece a su superior. Cada uno actúa según una orden que recibe. La “orden” busca aliviar la posible “culpa” del que tiene que hundir sus manos en el barro. Del que tiene que hacer la tarea. La tarea es torturar. Es la tarea de “información” y es imprescindible que el Ejército, que la Policía, que el Estado posea las informaciones que necesita. Sólo así sabrá dónde buscar a los enemigos de la Patria. Si se tortura para salvar a la Patria es la Patria, entonces, la que a través de sus hijos pide la tortura de quienes la agreden o de quienes tienen información acerca de ellos. Torturamos para saber. No torturamos porque sí. No somos enfermos, no somos sádicos, somos patriotas.
Imaginemos el escándalo. De pronto, cuatro o cinco locos dicen: “No, no podemos torturar”. El ejemplo que están dando es terrible. No debe expandirse. Si todos se niegan a torturar, se acaba el Poder, muere la “tarea de Inteligencia”, la Patria queda ciega, des-informada, tiene que buscar a tientas a sus enemigos. El “interrogatorio” no puede existir sin la tortura. ¿Qué nos piden que hagamos? ¿Conseguir informaciones sin arrancar uñas? ¿Conseguir verdades sin electricidad? ¿Quebrar enemigos sin negarles alimentos, sin humillarlos, sin arrojarlos a dormir entre ratas voraces, sin tirarlos a piletones con mierda, sin torturar a sus hijos? Nadie dice la verdad si no lo torturan. Pregúntenles hoy a los norteamericanos, a todos los que luchan contra el terrorismo. ¿Cómo se sabe dónde se esconde un terrorista, dónde se está fabricando la bomba que volará mañana un hotel en Chicago, un subterráneo en Madrid, el Big Ben, la Torre Eiffel? Sólo hay un modo: atrapar terroristas, todos los que sea posible atrapar, y torturarlos.
De aquí que sea improbable que la criatura humana deje de torturar. Necesitará para ello crear incesantemente lo que llamaremos “mecanismos de inocencia”, es decir, aquellos que convencen al torturador de que no es él el que tortura. Es un orden jerárquico, es un Estado en lucha contra un enemigo poderoso y esquivo, es la Patria misma, amenazada como nunca. Hay otros “mecanismos de inocencia”. Son los fundamentalismos religiosos. El fundamentalista entrega su libertad al someterse a la fe que el credo le impone. Aquí, es el credo el que funciona. Yo no soy yo, soy eso en lo que creo, eso que me trasciende, que es más que yo. Es la fe en un orden celestial, un orden del más allá, donde espera Dios o donde esperan riquezas, mujeres vírgenes, vida eterna en el regazo de Alá.
Ya Voltaire, de un modo notable, identificó la tortura con la búsqueda de información. La tortura, así entendida, es “interrogatorio”. En su Diccionario filosófico, decía que es “llamada también interrogatorio. Es una extraña manera de interrogar a los hombres (...). Los conquistadores (...) encontraron muy útil para sus intereses; la pusieron en uso cuando sospecharon que había contra ellos algunos malos designios, como, por ejemplo, el de ser libre (Voltaire, Diccionario filosófico, Akal, Madrid, 2007, p. 501). El texto es formidable. El mayor enemigo de los designios del poder es la libertad. Eso que ejercieron estos héroes de la condición humana. Cinco policías que, en Córdoba, bajo el Tercer Cuerpo de Ejército, bajo el matarife Menéndez, se negaron a torturar. Sus nombres son: Luis Alberto Urquiza, José María Argüello, Horacio Samamé, Carlos Cristóbal Arnau Zúñiga y Raúl Ursugasti Matorral. Fueron dados de baja por la Junta Militar. Ahora, 32 años después, fueron premiados por el gobernador de Córdoba y les dieron un subsidio honorífico. Luis Alberto Urquiza dijo: “Nunca pensé que, después de 32 años, pudiera pasar esto”. Nunca –o sólo como una utopía– pensamos nosotros que pudiera pasar lo que el señor Urquiza y sus compañeros hicieron: un acto libre. Una rebelión contra el Poder, una sublevación. Michel Foucault (el más talentoso de los filósofos que sucedieron a Sartre) decía, en medio de sus reflexiones sobre Irán: “El hombre que se rebela es inexplicable”. Lo es, sobre todo, si nos sometemos a los dictámenes de la “filosofía contemporánea”, envilecida en una negación neurótica de la posible libertad del sujeto. La filosofía que se enseña hoy en las academias de todo el mundo occidental es incapaz de entender el acto libre, fundante, de estos cinco simples policías. Es una filosofía institucional, que le cae como anillo al dedo al Poder: el hombre no sólo no existe como concepto de la filosofía, sino que nada puede. ¿La rebelión es inexplicable? Tendremos que ser entonces inexplicables. Como lo fueron Luis Alberto Urquiza y sus compañeros. Si todas las “explicaciones” hacen del hombre un esclavo sometido a condicionamientos feroces (el lenguaje, el inconsciente, la semiología, la etnología, la lingüística, el positivismo lógico, la estructura, el ser heideggeriano, el pensamiento estratégico sin sujeto de Foucault), entonces la tortura es más explicable que la rebelión. Contra esto nos vamos a seguir rebelando siempre, y, para colmo, vamos a tratar de explicarnos. No podemos seguir aceptando (¡y como “contemporáneas”!) filosofías que aniquilen al sujeto, a la libertad, a la rebelión, y justifiquen el sometimiento, la esclavitud, la tortura. No, como claramente dijeron esos cinco canas que –probablemente sin saberlo– hicieron más por la filosofía que montones de profesores satisfechos con sus cátedras, sus congresos y sus papers.

Si esta obra te ha impresionado, déjale un comentario