17 noviembre 2007

El documental es un arma



REPORTAJE: El cine como espejo del conflicto

Una nueva generación de realizadoras palestinas pelea por rodar sus historias en un entorno de hostilidad

BEATRIZ PORTINARI - Santa Cruz de Tenerife - 17/11/2007

"Los primeros 45 días de interrogatorios fueron especialmente duros en aquella cárcel israelí. Empleaban un método de tortura distinto cada hora. Después de las palizas, dos hombres y una mujer soldado me metieron en una habitación, me desnudaron y esposaron. Y mientras la mujer me pisaba la cabeza en el suelo y uno de los hombres me sujetaba, el otro intentaba violarme con un palo". A sus casi 50 años, la activista palestina Aysha Odeh cuenta a la cámara las torturas que sufrió durante su etapa como joven militante de la resistencia contra la ocupación israelí.
No existe industria y los jóvenes cineastas carecen de medios económicos
Ella es uno de los rostros de Women in struggle (2004), el escalofriante documental que la cineasta palestina Buthina Canaan presentó esta semana en el Docusur de Tenerife, el Festival Internacional y Mercado de Documentales del Sur. "Tardé casi cuatro años en rodarlo. Entrevisté a 37 mujeres que se quedaron en cuatro preparadas mentalmente para mirar dentro de sí mismas y hablar", explica Canaan. "Para ellas fue una especie de terapia", añade. En su último trabajo, Maria's Grotto, que ha presentado en Docusur en busca de distribución, también habla de un tema tabú: los crímenes de honor.
Si algo caracteriza a la emergente cinematografía palestina es la denuncia, la crítica social de la vida bajo la ocupación. En general, los jóvenes realizadores prefieren hacer documentales antes que ficción, porque es una forma de contribuir a la lucha no-violenta. Y lo hacen en un páramo. No existe industria ni disponen de medios económicos. A veces ni siquiera tienen equipo técnico y es el director quien debe hacerlo todo; buscar los testimonios, escribir el guión y rodar. Tras la crisis del sector en los años setenta y ochenta -por los conflictos y los problemas económicos- se ha dado un aumento de producciones de cine con escasos medios. En The gates are open... sometimes!, de 2006 (premio en la Muestra Internacional de Florencia), la novelista y realizadora Liana Badr recorre distintos pueblos de Cisjordania y su vida cotidiana, alterada por los checkpoints. Niños que se levantan a las cinco de la madrugada para cruzar la valla y llegar a clase; agricultores que no pueden pisar sus tierras... "Fue peligroso grabar. No teníamos permiso y los soldados nos apuntaban con sus armas", explica Badr, asesora del Departamento de Cine del Ministerio de Cultura palestino.
En Palestina, a la dificultad de hacer cine sin medios y bajo la presión del Ejército, se añade el lastre del machismo. No se ve con buenos ojos el trabajo de las cineastas. No sólo porque no están en sus casas, sino también porque se atreven a hacer preguntas polémicas. Suheir Ismail Farraj, cineasta y fundadora de la organización TAM-Mujeres, medios y desarrollo, ha sufrido el acoso de los soldados imberbes en los checkpoints. Trataban de tocarla a cambio de permitirle rodar. "Incluso entre mis compañeros del equipo técnico, todo hombres, al principio no estaba bien visto. Sólo por eso, pensaban que era una chica fácil".
Después de presentar trabajos sobre hombres-bomba o familias de prisioneros, su último documental, Land in black and white (2003) establece una inquietante comparación entre Palestina y Suráfrica: el apartheid y la reclamación de tierras recuerda demasiado a la política de Israel.
"Antes pensaba que lo importante es la tierra... pero tras estar en África he cambiado de idea. Lo más importante es el ser humano, y en Palestina, aunque las cosas están mal, nadie se muere de hambre ni duerme en la calle. Siempre habrá un familiar o vecino que te ayude. ¡Y nosotros estamos perdiendo la vida por las tierras! Habría que replanteárselo", advierte Farraj.
Aunque la proliferación de cadenas árabes como Al Jazeera y Al Arabiya está permitiendo difundir el trabajo de esta generación de documentalistas, siguen siendo casi desconocidos en su país. Tienen además otro problema; el "robo de historias" por parte de los cineastas israelíes, con mayor libertad de movimiento, subvenciones, acceso a financiación internacional y permisos para grabar en sitios donde sólo por estar, un palestino podría ir a la cárcel.
"Claro ejemplo de competencia desleal", lamenta Canaan. "Aunque sea 100% una historia palestina, con personajes y problemas palestinos, pero con director o productor israelí, ya tienen todas las puertas abiertas y después ganan premios con nuestros problemas. No sólo nos roban las tierras. También nuestras historias".

La fragilidad del héroe


REPORTAJE: El cine como espejo del conflicto

La película israelí 'Beaufort' utiliza el asedio a una fortaleza libanesa como metáfora antimilitarista

JUAN MIGUEL MUÑOZ - Jerusalén - 17/11/2007

Ron Leshem (Tel Aviv, 31 años), nacido en una familia de marchamo izquierdista, sólo ha observado el castillo libanés de Beaufort desde la lejanía de la frontera. Su ansia por conocer a libaneses, palestinos o iraníes y por visitar Teherán o Gaza es infinita. La figura emergente de las letras israelíes no puede viajar a esos lugares, pero sí utilizar la literatura como un medio "para vivir otras vidas y sentirse cercano a personas muy diferentes". En su ópera prima, Beaufort, narra las desventuras de un grupo de soldados que, en 2000, recibieron la orden de resistir en esa fortaleza de los cruzados, sin ninguna finalidad y asediados por Hezbolá. 22 años de ocupación del sur de Líbano acabaron ese año en fiasco. La cinematografía israelí es la estrella invitada en la Semana de Cine Experimental de Madrid, inaugurada el jueves con la película basada en el libro de Leshem, en la que ha trabajado como guionista.

Leshem: "No somos una sociedad, sino varias tribus que se odian"
Que Beaufort haya sido premiada con el Oso de Plata al mejor director en el Festival de Berlín, y que la novela haya sido un éxito rotundo -150.000 ejemplares vendidos en Israel, un país de siete millones de habitantes- ha hecho que incluso el estamento militar respete la obra. "Aunque prohibida en los cuarteles porque tres de los actores se negaron a servir en filas, es obligatorio", sonríe Leshem, "leer el libro en la academia de oficiales. Sirve para preguntarse cómo un comandante debe manejar el miedo".
En su despacho de una productora de televisión, Leshem se explaya. "Las películas que versan sobre el Ejército israelí", apunta, "ofrecen la imagen de los triunfadores, de la fortaleza ideológica. O bien, de la crueldad. En Beaufort queremos proyectar compasión y decir que los soldados eran débiles, que los héroes tienen miedo. Recreamos cómo se forja la amistad, cómo se comporta un grupo de niños, aunque tuvieran 18 años, aislado durante meses en territorio enemigo. Cuando eso sucede, crean su propio lenguaje, se acercan a la religión...". "Pero", añade, "es un relato optimista, porque cuatro madres de soldados se movilizaron y lograron la retirada del Ejército israelí de Líbano".
Salpicada la película de humor negro, de brutalidad, y siempre presente el enemigo chií al que nunca se ve, Leshem lanza su mensaje crítico de las Fuerzas Armadas y de un país de complejidad extraordinaria. "¿A quién estamos enviando a morir por nosotros?". "Cuando se fundó el Estado en 1948", se contesta el escritor, "ingresaban en filas ricos y pobres. Desde hace 10 años, esto ha cambiado. Se manda a la primera línea del frente a los débiles, a los jóvenes de los suburbios, a los inmigrantes recién llegados".
Leshem lo tiene claro: admitir la ignorancia es la base para comprender. "No somos una sociedad, somos varias tribus que se odian. Yo no soy religioso y la gente como yo no se relaciona con ellos". Miembro de una familia acomodada, jamás durmió en una base militar y apenas vistió uniforme. "Hice el servicio en una unidad de inteligencia", apostilla antes de asegurar que vive "en una burbuja": Tel Aviv. "Cuando comencé a saber de esas historias en Líbano, me percaté de que no sabía nada. Me sentí avergonzado". ■

La izquierda en desbandada / 2

JOSÉ VIDAL-BENEYTO 17/11/2007

Nos hemos quedado sin izquierda porque nos han malbaratado sus valores, sus temas, su proyecto. La despiadada desconstrucción de la ideología de progreso a manos de la revolución conservadora en los años 70 que comienza oponiéndose a Mayo del 68 y se hincha en la década de los 80 con Reagan, Thatcher, la militancia evangelista y los think-tanks neocons sigue en marcha, imparable, ad majorem gloriam de la reacción y del capital. El sábado pasado comencé a historiar su decurso francés, con los dos grandes referentes que fueron Raymond Aron -antagonista permanente de su condiscípulo Sartre y de la Francia crítica- y François Furet -que arrebató la Revolución Francesa a las fuerzas populares y la atribuyó a las minorías ilustradas- autores que por cierto hicieron compatible su opción reaccionaria con una clara solidaridad con los estudiantes españoles antifranquistas exiliados en Francia de la que me beneficié notablemente. Pierre Rosanvallon, profesor en el Collège de France y director de estudios en la Escuela de Altos Estudios es un historiador de las ideas y de las formas políticas que desde su temprano militantismo radical, con la incorporación sindical a la CFDT, su teorización de la autogestión y sobre todo su acción en el Partido Socialista Unificado (PSU) hasta su participación en la Fundación San Simon con François Furet, tiene uno de los más brillantes y representativos itinerarios de los conversos adictos al poder intelectual en Francia. Hoy fundador y presidente de la República de las Ideas, plataforma intelectual financiada por las grandes empresas -Air France, EDF, AGF, Altadis, Lafarge, etcétera-, editor de la Revista La Vie des Idées y de una colección de libros en la editorial Le Seuil. Gran debelador del arqueorradicalismo, de la nostalgia revolucionaria así como promotor de una nueva crítica social, ejercida de forma complementaria por y desde la sociedad civil, ha aportado a la nueva ideología de la moderación metaideológica, hoy dominante, la impugnación de las seducciones utópicas, la reivindicación de los limites y de la modestia de la democracia, el pragmatismo de lo posible para el que sólo lo posible es útil y sobre todo la imprescindible puesta al día de las estructuras y comportamientos de hoy, la plena apuesta por la modernidad, a la que nada debe escapar.
La cruzada contra lo común encuentra en la tentativa postmoderna su expresión más acabada
Hemos de pasar del momento revolucionario a la sociedad de la inserción, de la ruptura colectiva de lo social a su individualización personalizada. La crisis del Estado-providencia exige una redefinición del progreso social basada en el reformismo del individuo que establezca una absoluta continuidad entre acción individual y transformación colectiva, que haga del ciudadano-sujeto el eje fundamental de la Cuestión Social. Sus libros La república del centro, Calmann-Lévy 1988, con el citado Furet y Jacques Julliard; El liberalismo económico, Seuil 1989, y en particular La nouvelle Question Sociale, Seuil 1995, son la versión más fundada y consistente del social-liberalismo francés y de la modernidad democrática que hace del ciudadano como individuo la expresión visual de la política. ¿Puede situarse esta opción en la izquierda? No según su formulador que se quiere y que se dice situado en el centro, al que seguramente se han acogido los socialistas beneficiarios de la diáspora sarkozista. La cruzada contra lo común, lo colectivo, lo social a la par que la reivindicación del individuo, del sujeto, del yo como actores principales y máximos referentes posibles de la realidad encuentra en la tentativa calificada como posmoderna su expresión más acabada, su versión más combativa. De los nombres que suelen acompañarla los de Vattimo y en parte Derrida y Baudrillard son los más sonados pero su padre fundador es sin duda alguna Lyotard y su libro La Condition post moderne, Edit. De Minuit 1979, su primera biblia. Luego vinieron los divulgadores y epígonos casi unánimemente insignificantes, entre los que Gilles Lipovetsky L'Ere du vide, Gallimard 1983, fue uno de los más activos. Sin las reservas matizadas de Lyotard, el autor celebra la glorificación del individualismo contemporáneo, subtítulo del libro al que acabo de referirme, inscribiéndolo en su versión narcisista que para él no es símbolo de decadencia sino abolición de lo trágico de la existencia, repliegue hacia la esfera privada en la que sin ideales ni objetivos trascendentes los seres humanos pueden ser simplemente felices. "Fin del homo politicus y advenimiento del homo psicológico que sólo cree en su bienestar", escribe. Pongamos el futuro entre paréntesis, devaluemos definitivamente el pasado y busquemos el goce y el disfrute. La atonía social es nuestra mejor garantía de felicidad.