JOSÉ VIDAL-BENEYTO 17/11/2007
Nos hemos quedado sin izquierda porque nos han malbaratado sus valores, sus temas, su proyecto. La despiadada desconstrucción de la ideología de progreso a manos de la revolución conservadora en los años 70 que comienza oponiéndose a Mayo del 68 y se hincha en la década de los 80 con Reagan, Thatcher, la militancia evangelista y los think-tanks neocons sigue en marcha, imparable, ad majorem gloriam de la reacción y del capital. El sábado pasado comencé a historiar su decurso francés, con los dos grandes referentes que fueron Raymond Aron -antagonista permanente de su condiscípulo Sartre y de la Francia crítica- y François Furet -que arrebató la Revolución Francesa a las fuerzas populares y la atribuyó a las minorías ilustradas- autores que por cierto hicieron compatible su opción reaccionaria con una clara solidaridad con los estudiantes españoles antifranquistas exiliados en Francia de la que me beneficié notablemente. Pierre Rosanvallon, profesor en el Collège de France y director de estudios en la Escuela de Altos Estudios es un historiador de las ideas y de las formas políticas que desde su temprano militantismo radical, con la incorporación sindical a la CFDT, su teorización de la autogestión y sobre todo su acción en el Partido Socialista Unificado (PSU) hasta su participación en la Fundación San Simon con François Furet, tiene uno de los más brillantes y representativos itinerarios de los conversos adictos al poder intelectual en Francia. Hoy fundador y presidente de la República de las Ideas, plataforma intelectual financiada por las grandes empresas -Air France, EDF, AGF, Altadis, Lafarge, etcétera-, editor de la Revista La Vie des Idées y de una colección de libros en la editorial Le Seuil. Gran debelador del arqueorradicalismo, de la nostalgia revolucionaria así como promotor de una nueva crítica social, ejercida de forma complementaria por y desde la sociedad civil, ha aportado a la nueva ideología de la moderación metaideológica, hoy dominante, la impugnación de las seducciones utópicas, la reivindicación de los limites y de la modestia de la democracia, el pragmatismo de lo posible para el que sólo lo posible es útil y sobre todo la imprescindible puesta al día de las estructuras y comportamientos de hoy, la plena apuesta por la modernidad, a la que nada debe escapar.
La cruzada contra lo común encuentra en la tentativa postmoderna su expresión más acabada
Hemos de pasar del momento revolucionario a la sociedad de la inserción, de la ruptura colectiva de lo social a su individualización personalizada. La crisis del Estado-providencia exige una redefinición del progreso social basada en el reformismo del individuo que establezca una absoluta continuidad entre acción individual y transformación colectiva, que haga del ciudadano-sujeto el eje fundamental de la Cuestión Social. Sus libros La república del centro, Calmann-Lévy 1988, con el citado Furet y Jacques Julliard; El liberalismo económico, Seuil 1989, y en particular La nouvelle Question Sociale, Seuil 1995, son la versión más fundada y consistente del social-liberalismo francés y de la modernidad democrática que hace del ciudadano como individuo la expresión visual de la política. ¿Puede situarse esta opción en la izquierda? No según su formulador que se quiere y que se dice situado en el centro, al que seguramente se han acogido los socialistas beneficiarios de la diáspora sarkozista. La cruzada contra lo común, lo colectivo, lo social a la par que la reivindicación del individuo, del sujeto, del yo como actores principales y máximos referentes posibles de la realidad encuentra en la tentativa calificada como posmoderna su expresión más acabada, su versión más combativa. De los nombres que suelen acompañarla los de Vattimo y en parte Derrida y Baudrillard son los más sonados pero su padre fundador es sin duda alguna Lyotard y su libro La Condition post moderne, Edit. De Minuit 1979, su primera biblia. Luego vinieron los divulgadores y epígonos casi unánimemente insignificantes, entre los que Gilles Lipovetsky L'Ere du vide, Gallimard 1983, fue uno de los más activos. Sin las reservas matizadas de Lyotard, el autor celebra la glorificación del individualismo contemporáneo, subtítulo del libro al que acabo de referirme, inscribiéndolo en su versión narcisista que para él no es símbolo de decadencia sino abolición de lo trágico de la existencia, repliegue hacia la esfera privada en la que sin ideales ni objetivos trascendentes los seres humanos pueden ser simplemente felices. "Fin del homo politicus y advenimiento del homo psicológico que sólo cree en su bienestar", escribe. Pongamos el futuro entre paréntesis, devaluemos definitivamente el pasado y busquemos el goce y el disfrute. La atonía social es nuestra mejor garantía de felicidad.
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