28 septiembre 2008

LA ESCALADA ANTI-RUSIA REPITE LAS CAMPAÑAS ANTI-SOVIÉTICAS



TODO: No voy a justificar los crímenes políticos. Tampoco el de la periodista rusa Anna Politovskaia. El crimen político es moneda corriente en el mundo corriente por estadistas corrientes que le encargan los asesinatos a sus organismos corrientes, sean la CIA, el FBI, la KGB, el SHABAC o la DINA, el SIDE, etc. Aunque claro, la propaganda diversionista del imperio aprovecha todo insterticio para provocar, confundir, engañar y ocultar. Rusia no se distingue mucho del imperio... Pero aquí estamos hablando del fin del mundo unipolar. ¡en buena hora! Andrés Aldao


Miguel Urbano Rodrigues − odiario.info

Las cadenas de televisión internacionales transmitieron en las ultimas semanas un documental francés sobre el asesinato de la periodista rusa Anna Politovskaia.
El crimen ocurrió en 2006. El tema es retomado en un momento en que los media de los EEUU y de la Unión Europea promueven una intensa campaña contra Rusia, responsabilizando a la patria de Pushkin por una política exterior agresiva que reactualiza la guerra fría.

La campaña es aparentemente humanista. Anna es presentada como una mujer maravillosa, un ser excepcional por su bondad, abnegada, talentosa. El marido, el hijo, los colegas del periódico en donde trabajaba, los amigos la elogian sin restricciones. Todos los que han tenido el privilegio de conocerla esbozan de Anna el perfil de una defensora de los oprimidos, una intelectual incompatible con la violencia, la injusticia y la miseria, una luchadora que hacia del combate por la libertad y la democracia un fin existencial.
No he tenido la oportunidad de leer algún articulo de Politovskaia. Respeto su coraje como periodista y lamento mucho que la hayan asesinado precisamente por ser una voz incomoda.
Pero la misma película, al proyectarla como heroína, le atribuye afirmaciones en que afloran trazos de megalomanía.
Politovskaia se sentía culpable por no haber conseguido evitar la guerra de Chechenia y lamenta no haber podido imprimir otro rumbo a acontecimientos de la historia de su país acompañados por ella como ciudadana y periodista. La angustia que expresa es inseparable de una ambición excesiva, casi sobre humana.
Mientras, los que han visto el documental –transmitido en Portugal en horario punta- pudieron constatar que Anna, pese a sus méritos de heroína, no es el objetivo del director de la película.
El discurso sobre Politovskaia y el mensaje que ella transmite tienen por función proyectar una imagen terrible de la Rusia actual como tierra de horrores. La memoria de los televidentes es desde luego encaminada para la ex-Unión Soviética, tal como la veían en Occidente, forzándolos a paralelos obvios.
Vladimir Putin aparece en la pequeña pantalla en imágenes breves pero impresionantes. Lo suficiente para que el ciudadano común de los EE UU y de Europa identifique en el dirigente ruso un dictador cruel, implacable, el primer responsable por la sociedad trágica denunciada por Anna. Se justifica preguntar el por qué de esta súbita fascinación por un documental casi olvidado? Por que presentar la Rusia de Putin como «el imperio del mal» resucitado?
La vehemencia casi histérica de la campaña sorprendió. Rusia es hoy un país capitalista. Al inicio de su segundo mandato el Presidente George W. Bush todavía despejaba elogios sobre Putin, identificando en su colega ruso un hombre de estado responsable, casi un aliado.
El cambio de actitud tiene una explicación lógica. El discurso de Munich, hoy famoso, en que Putin, rompiendo con la oratoria de amabilidades, denunció la política de dominación mundial de los EE UU, alarmó a Washington. Señaló el fin de una época. Posteriormente, la invasión de Osetia del Sur por Georgia – agresión apoyada por la Casa Blanca- motivó una respuesta militar rusa que sorprendió los EE UU, a brazos con una gravísima crisis financiera.
Las Fuerzas Armadas rusas intervinieron expulsando a los invasores, infligiéndoles duro castigo. Simultáneamente, Moscú reconoció como Estados soberanos a las pequeñas repúblicas de Osetia del Sur y Abkhazia, que desde hace mucho habían proclamado la independencia.

Rusia actuó en defensa de intereses nacionales amenazados. El gobierno de Moscú decidió que había llegado el momento de decir Basta!, asumiendo una posición firme ante la estrategia de expansión hacia el Este del imperialismo estadounidense.
El Presidente Medevedev fue muy claro al denunciar los objetivos de la agresión a Osetia del Sur, financiada y apoyada por Washington. Recordó que ella coincidía con la inminente instalación en Polonia de misiles norte americanos (el llamado escudo anti-misil) y con las tentativas de admisión en la OTAN de Ucrania, Georgia y las Repúblicas bálticas.
La política de hostilidad real a Rusia, disfrazada por relaciones diplomáticas en apariencia buenas, ha sido una constante en las dos ultimas Administraciones de los EEUU. Pero el discurso oficial ocultaba la realidad.
La construcción de oleoductos para transporte hasta el Mar Negro y el Mediterráneo del petroleo del Cáucaso y de Asia Central sin pasar por territorio ruso, y la instalación de una gran base militar de los EE UU en Kirguizistán (próxima a la frontera con China) fueron interpretadas por el Kremlin como etapas de una estrategia de expansión que configura una amenaza real a la seguridad de Rusia
El redescubrimiento de la película que, bajo pretexto de ascender Anna a heroína en la batalla por la democracia, esboza un retrato dantesco de la Rusia actual, responde a la necesidad de movilizar la opinión publica de Occidente contra el único país con capacidad militar para oponerse a la estrategia de dominación planetaria de los EE UU.
No dudo que millones de europeos que han visto la película, tan hábilmente enmascarada de humanista, adhieren a los mensajes que transmite y que distorsionan groseramente la Historia. Cuantos habrán registrado que el documental es totalmente omiso sobre la época de Ieltsin?
Probablemente pocos. Anna, en la película, ni siquiera lo cita, pese a que el crimen organizado y las mafias controlaban un poder corrupto en los años en que Boris Ieltsin destruyó las estructuras económicas del país, vendió sus industrias de punta a precio vil y privatizó la agricultura, transformando a Rusia en un estado del Tercer Mundo.
Sin embargo en esa época las cadenas de televisión occidentales no producían documentales criticando a Ieltsin. Al contrario. Lo presentaban como un caballero de la democracia, un defensor de la libertad y de los derechos humanos. Washington financió incluso su reelección.
El sistema de poder imperial está, eso sí, interesado en presentar la Rusia actual – país que atraviesa una fase de crecimiento económico acelerado y moderniza sus Fuerzas Armadas- como una sucursal del infierno y a Putin como un diablo terreno.
Las emisoras de televisión se limitan a cumplir el papel que les atribuyen.

Traducido para La Haine por Miguel Urbano Rodrigues

CÓMO Y POR QUÉ ESTÁ CAMBIANDO RUSIA



TODO: Contra todas las expectativas, este boletín y su editor analizaron la crisis militar en geordia desde una óptica objetiva y basándose en criterios objetivos, políticos, históricos y reales. Aunque publicamos esta nota (a beneficio de inventario) a modo de información para nuestros lectores, no olvidamos que Rusia hoy no es la URSS, pero ante una crisis internacional como la de Georgia, impulsada por el imperio de Bush y los traficantes de armas e instructores de Israel, recordé una frase muy inteligente y bastante apropiada para las circunstancias; LOS ENEMIGOS DE MIS ENEMIGOS SON MIS ALIADOS. ANDRÉS ALDAO

Giulietto Chiesa − Megachip

Occidente, tanto en su componente europeo como en el norteamericano, no acaba de comprender el profundo cambio que ha provocado en Rusia la llamada «crisis georgiana».

Digo llamada porque las palabras adecuadas para definir lo que ha ocurrido son otras: «ataque georgiano contra Rusia». No quiero decir con esto que todo se reduce a esa agresión insensata. Más bien creo que esta acción de Tsjinvali fue la clásica gota que colmó el vaso. Un momento tópico, fatal a su manera, en el que se pusieron bruscamente en evidencia muchas cosas que habían estado ocultas hasta entonces justo bajo la superficie. Un momento que rompe la continuidad y expone el estado de las cosas con cruda brutalidad. Debo muchas de estas impresiones a mi privilegiada posición de miembro del Valdai Forum, un grupo de discusión que existe desde hace años y permite a cierto número de expertos internacionales, «sovietólogos» de vieja y nueva data, politólogos y periodistas, estar en contacto directo con los principales dirigentes de Rusia, con un intercambio de ideas muy franco (garantizado por su carácter extraoficial) y abarcador. Tres horas el 10 de septiembre con Vladímir Putin, el primer ministro, en Sochi (Mar Negro) y casi otras tres el 11 con Dmitri Medvédev, el presidente, en Moscú, en un gran salón del GUM, justo enfrente del Kremlin. Y un entreacto bastante intenso, entre el primero y el segundo, con el ministro de Asuntos Exteriores, Lavrov. Dos hombres que intrigan al mundo entero, seguramente dos estilos. Pero ―pese a los esfuerzos que hicieron los colegas, sobre todo ingleses y estadounidenses, por evidenciar las diferencias, por saber «quién manda en el Kremlin»― una línea única, muy clara, muy neta, muy nueva. Era lo que cabía esperar, dado que Putin y Medvédev, aunque sabían perfectamente lo que les iban a preguntar sus invitados extranjeros, aunque tenían claro que iban a la caza de los deslices de uno u otro, de las diferencias de acento, de tono, se sometieron a la prueba en rápida sucesión, muy seguros de sí mismos. Resumo algunos de los pasajes cruciales, cumpliendo el pacto de no hacer citas literales, pero respetar el sentido general de lo escuchado. Este es uno de ellos, de Dmitri Medvédev: «El 8 de agosto fue para nosotros el fin de las ilusiones que nos hacíamos con Occidente». El espíritu de lo que había dicho Putin unas horas antes era idéntico. La argumentación no podía ser más clara. Tras el desmoronamiento de la Unión Soviética ―dijeron ambos―, por muchas razones bien sabidas, Rusia fue débil, vacilante. El 11 de septiembre y en los años siguientes soportamos con dificultad la presión ejercida sobre nosotros y contra nosotros por los vencedores de la Guerra Fría. La padecimos no sólo por ser débiles, sino también porque nos hacíamos ilusiones con Occidente, con sus libertades, con su sinceridad. Así tuvimos que soportar la continua y para nosotros incomprensible extensión de los límites de la OTAN. Nos la colocasteis delante de las narices, incluso dentro de unas fronteras que habían sido de la URSS, pero también de la Rusia anterior a la revolución. Protestamos, pero no reaccionamos. No podíamos. Luego llegó el 11 de septiembre y os echamos una mano en la lucha contra el terrorismo internacional, para acabar descubriendo que EEUU colocaba bases y contingentes en varios países de Asia Central. Mientras tanto el área de influencia estadounidense se extendía por Georgia y Ucrania, es decir, muy lejos de las fronteras de EEUU y muy cerca de las nuestras. Se desencadenaron dos guerras en Afganistán e Iraq, y nosotros no nos entrometimos. Con Irán echamos una mano. Pero en Serbia los occidentales intervinieron sin cortapisas, contra Belgrado pero también contra nosotros, haciendo caso omiso de nuestras protestas e incumpliendo el pacto de que no se pondría en discusión la soberanía servia sobre Kosovo. Este incumplimiento de los pactos ―dijo Medvédev― se ha repetido demasiadas veces desde el fin de la Guerra Fría. Si los dirigentes soviéticos que acordaron la retirada del 89 hubieran sido más exigentes (alusión muy crítica a Gorbachov, sin nombrarle), habrían pedido que se firmase el compromiso de no ampliar la OTAN. Pero el compromiso existió, aunque no se puso por escrito. Incluso después de la guerra de la OTAN contra Yugoslavia, permanecía el compromiso de no reconocer unilateralmente la secesión de Kosovo. Luego, junto a las provocaciones de los dirigentes ucranianos y georgianos, se instalan más misiles en Polonia y un radar en la República Checa, que penetrará profundamente, sin ningún derecho, en el territorio ruso. Hasta que llegó la ofensiva de Saakashvili contra nuestras fuerzas de interposición que estaban en Osetia del Sur con todo derecho.
¿Qué esperaba Washington ―exclamó Putin en un momento dado―, que no reaccionáramos? ¿Que no defendiéramos a nuestros soldados, algunos de los cuales ya habían muerto en los primeros ataques de la noche entre el 7 y el 8 de agosto? Decís que nuestra respuesta fue desproporcionada. Pero no hay manera de defenderse de un ataque de esa magnitud sin golpear los centros de mando, los de comunicaciones, los aeropuertos de donde salían los aviones que bombardeaban Osetia y a nuestras tropas. Habéis escrito y repetido que Rusia estaba invadiendo Georgia. Es completamente falso: no teníamos esa intención y no sucedió tal cosa. Cualquier comparación con el 68 checoslovaco está fuera de lugar. Esta es la situación. Y esta situación «ha modificado nuestras prioridades» (Medvédev). ¿Fin del diálogo? En absoluto, pero cuidado (Putin), ya no retrocederemos más. «No queremos volver al clima bipolar» (Medvédev), pero «hace falta una nueva arquitectura de la seguridad internacional» (Putin), porque la que hay ahora no nos gusta nada. El sistema bipolar no tiene futuro, pero la idea unipolar también está muerta y enterrada. Rusia no es la URSS, no sigáis manteniendo este equívoco. No sigáis ampliando la OTAN con países divididos por dentro, clases dirigentes ineptas y resentidas por los recuerdos del pasado, sistemas institucionales inestables. Eso aumenta la inseguridad de todos. Imaginad lo que habría ocurrido en agosto si Georgia se hubiera incorporado ya a la OTAN. «De todos modos» dijo Medvédev «yo habría tomado las mismas decisiones aquella noche sin dudarlo un instante, pero las consecuencias habrían sido de un orden de magnitud superior». La crisis fue un catalizador que «alteró completamente las relaciones exteriores de Rusia». Las cosas han cambiado. Es mejor que EEUU y Europa se den cuenta. A cada acción le seguirá una reacción, aunque no sea igual y contraria, aunque no sea simétrica, de la misma fuerza. ¿Sanciones contra Rusia? Putin más agrio, Medvédev más comedido, dijeron: «No nos provoquéis». Habría qué ver quién pagaba un precio más alto. Vuestros hombres de negocios serían los primeros descontentos con semejantes decisiones. Y fue Putin, desde su posición de jefe del gobierno, quien se extendió con detalle sobre la situación económica de Rusia, sus ventajas estratégicas en recursos, ante todo energéticos pero también financieros, naturales, tecnológicos, humanos. «No tenemos ambiciones expansionistas en ninguna dirección» (Medvédev) y estamos interesados en vender nuestros recursos como hemos hecho sin problemas durante todos estos años. Pero si Occidente «sigue dándonos empujones» (Putin), sabed que nosotros, para empezar, no dejaremos que nos empujen, y además tenemos mucho espacio para volvernos hacia otro lado. «No nos olvidamos de nuestras profundas raíces europeas» (Medvédev) «pero podemos (en cierto modo, debemos) desplazar el centro de gravedad de nuestro interés hacia el Oriente, de lo contrario nuestras inmensas regiones orientales no podrían desarrollarse».

Es evidente que haremos todo lo posible por impedir tal desenlace. Si alguien se indigna porque lo decimos, si pone el grito en el cielo porque queremos limitar las iniciativas de un país soberano fronterizo con nosotros, entonces (Medvédev y Putin al unísono) os preguntamos: ¿por qué EEUU puede presionar a Kíev para que entre en la OTAN, si está a miles de kilómetros de distancia, y nosotros, en cambio, no podemos velar por nuestra seguridad? Palabras claras y duras, difíciles de rebatir. No darles la debida importancia equivale a acrecentar el peligro de una guerra en el centro de Europa. Ha llegado el momento de la máxima responsabilidad y el máximo realismo. En esto coinciden ambos.

Traducido por Juan Vivanco
Fuente: http://www.megachip.info/modules.php?name=Sections&op=viewarticle&artid=7853