08 junio 2007

La guerra del séptimo día

En buena hora el director de Aurora, diario en castellano en Israel, se cayó del catre. Parece ser que la realidad tarda pero funciona (A.A.)

Por Mario Wainstein


En estos días se cumplen cuarenta años de la Guerra de los Seis Días, que estalló el 5 de junio de 1967. En un contexto de amplia perspectiva, se trata de un episodio dentro de una guerra más amplia, que comenzó aproximadamente en 1882, según algunos, con la llegada de los primeros judíos con fines de asentarse en aldeas agrícolas, o en 1917, según otros, con la Declaración Balfour, que le dio oficialmente un tinte político nacional a esa inmigración judía a Palestina.
Sin embargo, y desde varios puntos de vista, la Guerra de los Seis Días marca un hito, es una bisagra en el tiempo, y ha conducido a cambios aún irresueltos, de manera que no es errado sostener que desde entonces y hasta ahora estamos inmersos en esa guerra: un séptimo día que se estira ominoso desde el fin de las batallas en el Golán en el sexto día y hasta hoy.
Es este séptimo día el que le cambia el carácter a los seis anteriores. Cualquiera que haya estado viviendo en Israel cuando estalló aquella guerra -y no fue el 5 de junio sino a mediados de mayo, cuando Nasser anunció la clausura de los estrechos de Tirán y emplazó al Ejército egipcio en amenazante actitud bélica junto a la frontera con Israel- sabe perfectamente que se trató de una guerra de legítima defensa por parte de Israel, que además trató vanamente de evitarla por todas las vías diplomáticas a su disposición.
Mientras en Egipto se lanzaban las amenazas más atroces a través de todos los medios de comunicación y de líderes como el jefe de la OLP de entonces, Ahmad Shukeiri, del tipo ``Los hombres (israelíes) al mar, las mujeres para nosotros'', la arenga grabada por Moshé Dayán y trasmitida por Kol Israel en la mañana del 5 de junio decía: ``Soldados del Ejército de Defensa de Israel, nosotros no tenemos ambiciones de conquistas'', y recalcaba que salíamos a defender nuestras casas y nuestras familias.
Desde entonces y hasta ahora, han surgido en Israel poderosos sectores convencidos de que sí tenemos ambiciones de conquistas y cambian el carácter de la guerra en forma retroactiva. Que nadie se llame a engaño: el cambio es posible y es válido, pese a la dificultad cronológica, y muchos imperios se levantaron ``sin intención'' y a posteriori, como por ejemplo el romano o el británico. No por eso fueron menos imperialistas.
Durante este largo séptimo día hemos descubierto que dejamos de ser un pueblo unido y mancomunado, convencido de la justicia de su causa y dispuesto a defenderla, todos juntos por igual. Ello porque discrepamos profundamente en temas elementales, como esa justicia de la causa. Lo que para unos es la defensa de nuestra integridad moral, es decir, la retirada de los territorios, para otros es alta traición a la patria.
La Guerra de los Seis Días produjo la más peligrosa de las combinaciones, que llevó a la confusión histórica más lamentable de la historia del sionismo por parte de un sector religioso: nacionalismo y religión, mesianismo y política, mística y sionismo.
Toda la acción sionista pasó a ser parte de un Plan Divino y todos los israelíes, laicos o religiosos, instrumentos de dicho Plan. Ese Plan no es secreto: la santa Tierra de Israel debe ser propiedad exclusiva del santo Pueblo de Israel, que debe vivir respetando la santa Torá de Israel y acelerar así el advenimiento del santo Mesías.
Ese integrismo fundamentalista judío constituye una degeneración del sionismo y es peligroso por los siguientes motivos: es anti democrático por definición, es extremista e inflexible, y consagra al territorio por encima del pueblo: éste debe sacrificarse en aras de áquel, lo que constituye la fórmula exactamente opuesta al sionismo, para el cual el territorio debe ser el instrumento, solamente el instrumento, para redimir finalmente al pueblo.
Dicho más claramente: a partir de la Guerra de los Seis Días creció una ideología que considera que Eretz Israel es más importante que Medinat Israel. La Tierra más que el Estado. Y esa lucha todavía la estamos librando.

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