Las páginas de la mitología greco romana dan cuentan de la historia de Atlas, hijo del titán Jápeto y la ninfa Clímene, quien por haberse opuesto a las deidades olímpicas fue condenado a cargar sobre sus espaldas a la tierra y el firmamento, mientras que en sus hombros soportó el peso de la gran columna que los separaba.
La desesperación es siempre traicionera, Atlas cayó en la trampa creada por Hércules, quien con astucia le solicitó que le consiguiera manzanas de oro a cambio de cargar él mismo con la pesada carga, cosa que habría de producir un gran alivio para el desobediente torturado.
Pero como bien sabemos la mentira tiene patitas muy cortas y pudo dar fe de ello el mismo Atlas, ya que Hércules escapó con las manzanas y aquel terminó embromado de igual manera que terminan quienes se acuestan con niños y amanecen mojados o quien juega con fuego...
La historia suele repetirse aunque muchas veces el adelanto del mundo –que algunos definimos como “involución” en determinados momentos- suele mostrarnos metodologías distintas, sobre todo en los castigos o torturas, pero similares en el contexto.
Me pregunto si acaso no existe una similitud entre los premios y castigos mitológicos y el accionar de las actuales mafias.
Y es sabido que la mafia cuando algo no funciona como “corresponde” suele pasar facturas que no son nada livianas.
Quien tenga alguna duda puede quitársela recorriendo las páginas de los diarios colombianos, allí podrán ver las últimas novedades que no son nada felices ni mucho menos livianas para ese presidente que llamamos títere y a quien le quedó muy grande su banda presidencial.
Álvaro Uribe Vélez parece ser el émulo contemporáneo del Atlas mitológico, cargando el peso de una vergüenza sin límites, considerando que en medio de su descomposición cerebral pueda albergar siquiera un mínimo de vergüenza...
Y ese peso fue depositado en sus espaldas por los mismos que hasta hace muy poquitos días eran sus socios y como si fuera poco ayer fueron los socios de su propio padre -que alguien lo tenga en su gloria y no lo suelte jamás para bien de los colombianos-.
Así es como el Atlas contemporáneo ya no sabe que hacer para aligerar la pesada carga que le arrojaron en su extraña compulsión por aliarse con los aparatos mafiosos como son los narcotraficantes y el paramilitarismo.
Una bomba le estalló en las manos al presidente y es la misma que pretendió manipular sin medir los alcances de ello, como suele sucederle a los irresponsables.
La cuestión es que hoy este personaje contemporáneo se debate entre el ridículo y el poder mafioso, mostrando al mundo que de ninguno de esos dos lugares se sale ileso y reafirmando aquello que dice que “la sangre es el icor de los dioses”.
Y en este caso “los dioses” se están arrojando con saña y encarnizados contra esa figurita que da manotazos de ahogado tratando de asirse de una astilla, con desesperación, en medio de la turbulencia producida por su propio y rotundo fracaso.
¿Qué hará ahora el Atlas moderno?
Diríamos que lo más inteligente sería que renuncie inmediatamente, que tenga la hombría suficiente, al menos por una vez en su vida, como para hacer un paso al costado y no solo por limpiar el honor de su familia, sino por el pueblo que pretendió dirigir.
Pero también sabemos que no se puede pedir peras al olmo así como es imposible pretender que de un huevo de serpiente nazca un canario.
Y muchísimo menos vamos a suponer que las páginas de la historia de su pueblo olviden este desastre que están viviendo hoy colombianos y colombianas.
¿Aparecerá por fin un Dédalo que le construya alas de cera para que Uribe pueda salir volando del laberinto al que fue arrojado?
¿O terminará como Ícaro, que voló tan cerca del sol que sus alas se derritieron y cayó al mar?
Por el momento estamos seguros que sea como sea su final, hoy Uribe está sumido en un mar de desesperación y sabemos que la historia, esa ciencia tan importante, suele ser implacable con quienes le hacen daño, mucho daño.
Tan implacables como los dioses que él enriqueció otorgándoles poderes políticos amplios, lo que les permitió crecer tanto que alcanzaron la dimensión de monstruos.
Y cuidado, Uribe, mucho cuidado porque éstos, son tan voraces que inexorablemente se comen entre ellos...
Ingrid Storgen.
Mayo 2007
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