La ocupación de los territorios palestinos como consecuencia de la Guerra de los Seis Días es nada comparada con la etapa posterior a 1991, que convitió su espacio vital en un archipiélago de pequeños enclaves, aislados unos de otros, y cada vez más distanciados.
Por Amira Hass
La ocupación provocada por la guerra de 1967 logró una gran cosa: reunió a la mayor parte del pueblo palestino dentro de los límites de su patria. Por primera vez en 19 años fue nuevamente posible para los palestinos vivir juntos, como grupo, en el territorio comprendido entre el Mediterráneo y el Jordán.
Hasta el comienzo de los años noventa ésa fue una experiencia básica que sirvió en parte para reconstruir al pueblo palestino después de la catástrofe y la desintegración que experimentó por el establecimiento del Estado de Israel. Hoy, cuando ese territorio está mutilado en docenas de enclaves separados en un proceso que fractura a la sociedad palestina, es posible entender la importancia que tuvo durante un cuarto de siglo. En 1967 Israel aprendió del error que había cometido en 1948. Tuvo la precaución de no concederles la ciudadanía a los habitantes de los territorios ocupados, ni siquiera a los habitantes de los 70 kilómetros cuadrados que anexó a Jerusalén. Pero cometió un nuevo error: abrió un territorio común a judíos y palestinos. Claro que los judíos tuvieron el privilegio hegemónico para establecerse en todo el terreno, tomar tierras palestinas y apoderarse de las preciadas fuentes de agua para construir asentamientos. Este derecho no sólo se les niega a los palestinos en Hebron o a los refugiados de Jaffa, que viven ahora en el campamento de refugiados de Jabalya, sino también a los habitantes de Nazaret y Sakhnin, que son ciudadanos israelíes.
Pero el derecho al desplazamiento dentro del territorio y los derechos básicos que derivan de él -el derecho a trabajar, a estudiar y a establecer lazos culturales- abrió las posibilidades de desarrollo y progreso para el pueblo, tanto individualmente como en su carácter de comunidad nacional. La experiencia del territorio compensó los muchos vacíos que la política israelí de discriminación había creado.
Durante ese cuarto de siglo de ocupación, familiares y amigos de los mismos pueblos pudieron estar juntos. La gente de Galilea y de la Franja de Gaza podía estudiar en las mismas instituciones educativas de Cisjordania y Jerusalén, desarrollando lazos culturales y políticos, encontrándose en las mezquitas e iglesias; podía trabajar en los mismos hospitales, las mismas fábricas, los mismos mercados, las mismas obras en construcción y en las mismas compañías que lograron establecer juntos; se formaron parejas y nacieron niños, que se familiarizaban con el paisaje cambiante de su patria no por canciones nostálgicas sino por las visitas a sus parientes.
De hecho, el derecho a vivir juntos en el mismo territorio no sólo se les negó a los refugiados de 1948, sino también a los nuevos refugiados de 1967: aproximadamente 240.000 personas, habitantes de Cisjordania y la Franja de Gaza, que fueron expulsadas o huyeron de los enfrentamientos, y unos 60.000 que estaban en el exterior cuando la guerra empezó. El joven estado, de sólo 19 años en ese momento, actuó como si hubiera sido maduro y experimentado: se apresuró a denegar a la inmensa mayoría de ellos el estatus de residencia en sus tierras. Por medio de varias estratagemas, les negó también la residencia a otros 100.000 individuos que habían ido a trabajar o estudiar al exterior después de 1967, con una formidable habilidad para crear otro eslabón en la cadena de desposesión que empezó en 1948 y a la que todavía no le hemos puesto fin.
Pero sólo en el 24° año de la ocupación, Israel empezó a "corregir" el error de 1967: si hasta entonces la ocupación se había caracterizado por el robo de la tierra (y del agua), ahora se caracteriza también por el robo del territorio. Desde 1991, Israel ha estado creando dos tipos de territorios entre el Mediterráneo y el Jordán: uno superior, abierto, desarrollado y perfeccionado con destino a los judíos y un destruido territorio, corrompido por la intencional falta de desarrollo, destinado a los palestinos.
Este cambio radical empezó en enero de 1991, cuando Israel revocó el derecho de todos los palestinos a la libertad de movimiento en todo el país y estableció un régimen de permisos por tiempo limitado, que sólo distribuyó a una minoría. Primero los habitantes de Gaza fueron aislados del resto del territorio. Luego llegó el turno de los habitantes de Cisjordania. Después, la construcción acelerada de asentamientos judíos y la construcción de caminos alternativos en Cisjordania (todo bajo el pretexto del "proceso de paz") aisló la parte norte de Cisjordania de la parte sur y distanció cada vez más las aldeas de sus principales ciudades. Gradualmente, Israel también restringió el movimiento de los ciudadanos israelíes no judíos en los territorios y les negó su entrada en la Franja de Gaza (desde 1994) y después en Cisjordania (desde 2000). Y así es cómo estamos ahora: un archipiélago de pequeños enclaves, aislados unos de otros, y cada vez más distanciados.
¡No es de extrañar que haya nostalgia por la ocupación anterior a 1991!
La fuente: La autora es periodista del diario israelí Haaretz (Tel Aviv). La traducción del inglés pertenece a Sam More para elcorresponsal.com.
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