Lluís Bassets − El País – 14/6/2007
De vez en cuando una engañosa señal permite vislumbrar de nuevo alguna esperanza. En febrero fueron los acuerdos de La Meca entre Al Fatah y Hamás para poner en pie finalmente al Gobierno de unidad palestina, bajo los auspicios de Arabia Saudí. Luego la cumbre de la Liga Árabe en Riad suscitó también la ilusión de un nuevo clima entre los dirigentes árabes, conscientes al fin de que todos y cada uno de ellos son los únicos responsables del desastre en el que se está hundiendo su civilización. Puro y vano humo, meros espejismos en un desierto que conduce de forma inacabable a los infiernos y que como el de Dante se anuncia con el Lasciate ogni speranza. Así parece desarrollarse la tragedia, siempre descendiendo un peldaño más, justo cuando creíamos subir. Pero ahora con el anuncio de lo peor: quizás incluso el desvanecimiento ya no del Estado palestino soñado sino incluso de la propia idea de Palestina, conquistada de forma tan dolorosa y precaria bajo la dirección del desaparecido y a lo que se ve imprescindible Yasir Arafat.
Al cabo de la calle de la guerra civil está la separación política entre la franja de Gaza y Cisjordania; la creación de una especie de emirato islámico en la franja, al que algunos ya han llamado Hamasistán; la liquidación de toda idea de liderazgo palestino que englobe los dos territorios y con autoridad sobre los refugiados en los países vecinos; y la ausencia de interlocutor para negociar ni siquiera una tregua temporal con Israel. La idea de dos Estados vecinos y en paz, uno israelí y otro palestino, adoptada por Bush y aceptada por la Liga Árabe, también está a punto de esfumarse. Cuando alguien habla de guerra civil en esta zona del planeta es que ya ha llegado la guerra civil. No querían los norteamericanos reconocer su existencia en Irak y hoy es un clamor que no hay una sino varias. Lo mismo sucede en Gaza. No está al borde de la guerra civil. Es la guerra civil. De ninguna otra forma se pueden interpretar los combates entre milicias, asaltos a hospitales y medios de comunicación, torturas y ejecuciones sumarias de prisioneros y asesinatos sectarios de ciudadanos no involucrados en los combates, además del pillaje, el robo y el terror ejercidos por parte de las milicias de los dos principales partidos.
Hay una especie de convergencia de conflictos. Irak se palestiniza, mientras Palestina se iraquiza. Fluyen los refugiados a chorro desde las zonas de guerra. Como palestinos, son más de dos millones los iraquíes que han huido de su país, en dirección principalmente a Siria, y hay otros dos millones dentro del mismo Irak. Gaza es ahora uno de los epicentros de un movimiento sísmico de larga duración y extenso alcance geográfico, en el que actúan con gran capacidad destructiva todas las fuerzas generadas por la acumulación de conflictos desde hace más de 70 años. Desde los Hermanos Musulmanes, de antigua raigambre, hasta Al Qaeda, que ya ha penetrado en los campos palestinos libaneses. Y muchos más: Irán, Siria, y todos los servicios secretos habidos y por haber.
El descenso a los infiernos es también una degradación de los liderazgos, incluido en el Estado fuerte y teóricamente previsible que es Israel. Vamos camino de una crisis generalizada y de proporciones devastadoras en toda la región, atizada por la competencia por la hegemonía entre las potencias de la zona, Irán y Arabia Saudí sobre todo, y por la pasividad o directamente la inacción política y diplomática internacional generalizadas, de las que la actual Casa Blanca tiene una grave y pesada responsabilidad. ¿Alguien va a mover un dedo?
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