Para el autor, la decisión del ministro de Defensa, el laborista Ehud Barak, de lanzar un mortífero ataque contra las posiciones de Hamas en Gaza guarda una estrecha relación con la celebración de las elecciones legislativas israelíes el próximo 10 de febrero.
Por Ignacio Álvarez Osorio
La tregua mantenida durante los últimos seis meses entre Israel y Hamas no ha podido romperse de una manera más abrupta. Las fuerzas aéreas israelíes han lanzado un ataque fulminante contra varios edificios oficiales en la franja de Gaza acabando con la vida de más de 300 personas, en lo que se considera tan sólo el primer paso de una operación destinada a desalojar del poder a Hamas. Esta acción militar ha producido el episodio más violento vivido en la franja desde que fuera ocupada hace ya más de cuatro décadas.
Aunque las autoridades israelíes han tratado de justificar el ataque describiéndolo como una respuesta legítima a los recientes lanzamientos de misiles contra las poblaciones cercanas a la frontera (más de 200 en una sola semana), las razones parecen ser distintas.
Debe tenerse en cuenta que estos misiles de fabricación casera apenas tienen un radio de acción de veinte kilómetros y difícilmente pueden considerarse una amenaza vital para la existencia del Estado hebreo (de hecho, no habían provocado una sola víctima).
La ofensiva militar pone fin a la relativa calma vivida en los últimos meses y abre la puerta a una escalada bélica de impredecibles consecuencias, ya que los dirigentes islamistas palestinos han llamado a una nueva intifada contra la ocupación israelí.
La decisión del ministro de Defensa, el laborista Ehud Barak, de lanzar un mortífero ataque contra las posiciones de Hamas en Gaza guarda una estrecha relación con la celebración de las elecciones legislativas israelíes el próximo 10 de febrero.
Según diversas encuestas, el líder del Likud, Benjamín Netanyahu, tiene todas las papeletas para convertirse en el próximo primer ministro. En las últimas semanas, Netanyahu ha venido calentando el ambiente al recriminar a Kadima y al Partido Laborista el mantenimiento de una línea de contacto con Hamas a través de Egipto.
El líder populista había prometido que, de imponerse en las urnas, lanzaría una campaña militar para poner fin al control islamista de la franja de Gaza y acabar de una vez por todas con Hamas. Para no quedarse atrás en las encuestas, Tzipi Livni, la ministra de Asuntos Exteriores y candidata de Kadima, también se mostró a favor de una ofensiva en Gaza.
Livni es partidaria de una paz parcial con los palestinos siempre que estos acepten los planteamientos maximalistas israelíes, lo que le ha convertido en frecuente blanco de ataque de los sectores extremistas que reclaman el completo control judío de la Tierra de Israel, situada entre el Mediterráneo y el Jordán. Al quedar atrapado entre el fuego cruzado de Netanyahu y Livni, Ehud Barak, líder del Partido Laborista, dio luz verde a la intervención.
Las encuestas electorales predicen una auténtica debacle de los laboristas que, de confirmarse, cosecharían el peor resultado electoral de toda su historia convirtiéndose en la quinta fuerza política israelí.
Ante esta difícil coyuntura, Barak, un político sin carisma que es cuestionado por doquier -el influyente escritor israelí Amos Oz ha manifestado recientemente que "el Partido Laborista ya ha cumplido su misión histórica"-, parece poner a su servicio la supremacía militar para mejorar sus expectativas de voto y tratar de convertirse en una fuerza bisagra en el futuro Gobierno, dado que ni el Likud, ni Kadima lograrán el respaldo necesario para gobernar en solitario. Al golpear con dureza a Hamas, Barak, el militar más laureado en la historia israelí, pretende presentarse como el más halcón de los halcones y, al mismo tiempo, hacer olvidar sus ofertas de paz a los palestinos en Camp David y a los sirios en Shepherdstown en 2000.
La maniobra de Barak no carece de riesgos, puesto que podría volverse en su contra. Algo parecido le ocurrió a Shimon Peres en 1996, cuando provocó la masacre de Qana, una ciudad del sur libanés, sin que le reportara el respaldo electoral deseado, ni le permitiera superar a su rival, Netanyahu.
Difícilmente los sectores ultranacionalistas y ultraortodoxos apostarán el 10 de febrero por la fórmula laborista y tampoco parece que la ofensiva le pueda dar votos entre los sectores progresistas, cada vez más inclinados hacia el izquierdista Meretz, que podría resucitar de sus cenizas como consecuencia de la deriva laborista.
Si en las décadas de los setenta y ochenta, los diferentes gobiernos israelíes, independientemente de su signo, tacharon a la OLP de organización terrorista para evitar negociar la devolución de los Territorios Ocupados, en la actualidad los dirigentes sionistas hacen lo propio negándose a reconocer a Hamas.
Lo sorprendente es que los países occidentales, incluida España, respaldan este posicionamiento y no aceptan a Hamas como interlocutor válido mientras no renuncie a la violencia y muestre su apoyo al nefasto Proceso de Oslo, que ha convertido el territorio palestino en guetos aislados.
La incógnita es por qué Washington y Bruselas aceptan un Gobierno libanés en el que toma parte activa Hezbolá, pero rechazan un Gobierno palestino con la presencia de Hamas.
Curiosamente, ni Estados Unidos, ni la UE exigen a Israel que cumpla el derecho internacional y respete los derechos humanos de los palestinos, poniendo fin a su ocupación e interrumpiendo su política de castigos colectivos.
Es más: la Unión Europea da un trato de favor a Israel que, a pesar de su reiterado afán colonizador, es premiado con la intensificación de las relaciones.
De hecho, el Acuerdo de Asociación que entró en vigor en 2000 fue reforzado por el Plan de Acción de 2004; a comienzos de este mismo año se frenó, gracias a la movilización de la sociedad civil europea, un nuevo intento del Parlamento Europeo de mejorar dichas relaciones bilaterales. Al castigar al ocupado y premiar al ocupante, la comunidad internacional está lanzando un mensaje erróneo que fortalece a los sectores extremistas y debilita a quienes defienden un compromiso con los palestinos.
La fuente: Ignacio Álvarez Ossorio es profesor del Área de Estudios Árabes e Islámicos - Departamento de Filologías Integradas de la Universidad de Alicante (España).
No hay comentarios:
Publicar un comentario