26 abril 2008

Diálogo consigo mismo

(TODO: la publicación de esta nota no implica que el editor de la revista esté de acuerdo con los conceptos del autor)

Por Carlos Benítez Villodres

La solución contra la injusticia en el mundo no debería hallarse en las fuerzas de la muerte, sino en el poder del amor. “El individuo que no se interesa por sus semejantes, refiere Alfred Adler, es quien tiene las mayores dificultades en la vida y causa las mayores heridas a los demás. De estos individuos surgen todos los fracasos humanos”. Quienes me conocen bien saben que “podría tener la felicidad fácil del hombre conformista, pero no la quiero ni la deseo”. Tengamos siempre presente que “el *conformismo* es una forma de morir lentamente”.

¿Le angustia y le entristece, le preocupa y le hace reflexionar… ver el dolor y el hambre y la muerte que se ceban en un sinnúmero de habitantes de este mundo pésimamente gobernado por una minoría de personas, a la que sólo le preocupa el enriquecimiento propio, o, por el contrario, se mantiene indiferente ante tanta miseria? ¿Es consciente de que tiene mucho que ver con tanta pobreza y desesperanza o ni siquiera esta situación mundial deja su impronta en sus adentros?

Vivimos en un mar de opulencia y nuestros hijos se aburren o no saben que hacer con tantos regalos, con tantos juguetes. En las escuelas queremos para nuestros hijos las últimas tecnologías y técnicas de estudio y aun así se aburren y no estudian. Dicen que es preciso estimularlos y motivarlos, viendo imágenes de estos hermanos nuestros atrapados por la indigencia más atroz, imágenes ante las que deberíamos avergonzarnos por las incontables actitudes egoístas que tenemos diariamente. Con lo que tiramos o con lo que nuestros hijos no quieren, muchos niños en el mundo tendrían para comer y beber y jugar como nuestra descendencia. ¡No, no debemos mirar para otro lado, aunque nos moleste ver la realidad humana y mundial!

Sin embargo, si le preocupa la vida sumamente trágica de estos seres humanos, observe a su alrededor y agradezca todo lo que le ha sido dado desde su nacimiento al día de hoy. No sea como esos hombres y mujeres que desde que nacen hasta que mueren arrastran una vida que está alumbrada por el sol de los muertos. Por consiguiente…,¡levántese y dele sentido a su vida y a la de los demás compañeros de camino! Ello le producirá una satisfacción, tan placentera como infinita, y de una calidad sin precedentes.

Ciertamente somos afortunados en esta transitoria vida. Aunque ni lo pensemos, tenemos mucho más de lo que necesitamos para vivir dichosos. Tratemos, pues, de no alimentar la siniestra rueda, consumista e inmoral, de esta sociedad “moderna y avanzada” que olvida e ignora a las dos terceras partes de nuestros congéneres. ¡Qué duro, qué cruel tiene que ser para una persona decirse a sí misma: “corazón duerme y no sueñes porque no hay nada ni nadie con quien soñar”.

Por ello, es obligación nuestra hacer que tomen conciencia nuestros niños y adolescentes, nuestros jóvenes y adultos indiferentes, de cómo sobreviven estos hermanos nuestros en un mundo que no se preocupa de sacarlos de ese estado que sólo los conduce a la desesperación absoluta.

De lo expuesto, se deduce “que *yo* y *mi* dialogan con demasiada asiduidad”, afirma Friedrich Nietzsche. De estas palabras del filósofo alemán debemos aprender que esas asiduas conversaciones deberían tenerlas, no “yo” con “mí”, sino “nosotros” con “nuestro”. Pero el hecho de llevar a cabo esta permuta de pronombres y determinantes posesivos es verdaderamente “imposible” para muchos seres humanos que viven en la superabundancia. Quizás ellos ignoran que “tanto la carencia como la abundancia acaban matando al hombre”.

Obviamente no comulgo con aquellas palabras de Séneca: “Acomodarse con la pobreza es ser rico. Se es pobre, no por tener poco, sino por desear lo que no se tiene”. Ningún ser humano debe “acomodarse” a convivir con la miseria. Además, es totalmente natural que el hombre desee tener ciertas cosas que no posee para vivir con dignidad, para desarrollarse como persona y como parte de la sociedad en la que se halla inmerso. Tampoco estoy de acuerdo con aquella desafortunada reflexión de Jean-Paul Sastre, cuando escribió que “los pobres no saben que su función en la vida es ejercitar nuestra generosidad”. ¿Pensaba el filósofo y escritor francés que él era superior a las personas pobres, y que éstas estaban sobre el planeta simplemente para activar la generosidad de los pudientes? No supieron Séneca y Sastre que la pobreza humana existe en el mundo por el egoísmo de los súper gobernantes y por la pésima distribución de las riquezas que realizan dichos regidores. La pobreza no es un mal de hoy. Tampoco lo fue de algunos periodos de la Prehistoria o de determinadas Edades de la Historia. No. La pobreza existe desde que hombre apareció sobre este planeta de todos y de nadie, es decir, esta indeseable realidad humana se pierde en la noche de los tiempos.

Sin embargo, corroboro plenamente el siguiente pensamiento de John F. Kennedy: “Si una sociedad libre -un pueblo con sus mandatarios a la cabeza- no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos”. Es evidente que la pobreza no tiene leyes. Nadie ansía vivir en la pobreza, si no es para convivir con aquellos que la vida se la impuso, en definitiva, convivir, desde el amor, con estas personas para enseñarles a salir de ese pozo sin fondo. “La ley es poderosa, expresa Goethe, pero más poderosa es la miseria”.

A esas personas que viven con sus necesidades vitales cubiertas y sin carestías y sin imposiciones irracionales les grito desde lo más profundo de mi ser: “¡Qué control podemos pedirle, qué leyes queremos que obedezca aquel que ve a sus hijos dormir, sobre un lecho de cardos y grava, con el estómago vacío y sin derecho a poseer las ilusiones propias de su edad! Ahora a meditar lo leído.

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