09 diciembre 2007

OTRO LADO OSCURO DE LA OCUPACIÓN





Nota de TODO: ¿Quién es el maestro? ¿Quién el discípulo? ¿los especialistas "israelíes" o los especialistas yanquis de Guantánamo? ¿O los genios de la gestapo? ¿o los kamer rouge? Que los pilaricos, que la escriba del sionismo yacente (la Rahola), que los patriotas que resaltan en público las "virtudes" del país de la miel, la leche y el "submarino", y ocultan con pudor y malicia la práctica eficiente de la tortura, del "tiro al niño" (una de las más placenteras actividades de los adolescentes soldados de tzáhal... disparar contra chicos palestinos que "preparan bombas" en las calles de Gaza), que todas estas muestras del humanismo respondan a la pregunta... Que Abi Dijter, el ministro de policía, el cómplice de la bomba disparada a un edificio de viviendas, frustrado por no poder viajar a Londres (por pedido de captura de interpol) se esmere en aclarar de dónde le viene esa conciencia negra y asesina. Un artículo para leer y difundir entre las almas "buenas y perseguidas por la pesadilla del antisemitismo, de la insuperada época del judío errante y perseguido. ¡Que respondan, si se atreven!



POR LAURA L. CARO, CORRESPONSAL. HAIFA (ISRAEL).

Lavar cadáveres de palestinos muertos, ocultar informes de abusos, ver torturas. Las mujeres soldados de la Intifada han contado años después su viaje al infierno, retrato de un trauma generacional.

Meytal Sandler dice que lo hizo sin pensar. Parte de su trabajo como oficial médico en la unidad del Ejército israelí que operaba en Hebrón era lavar a fondo los cadáveres de los palestinos para que no quedara rastro de los abusos que les habían llevado a la muerte. Era su rutina. Hasta que un día «algo muy divertido ocurrió -recuerda-; tenía una erección, un cuerpo con una erección, y la gente se rió un poco porque era embarazoso». Otras militares se acercaron también a verlo, una de ellas con una cámara, y entonces Meytal le pidió «¡Eh, sácame una foto!».
Nunca contó a nadie lo de aquel posado macabro que la ha torturado sin descanso desde entonces. «¿Quién querría enfrentarse a la maldad que lleva dentro, a la alienación?», se pregunta avergonzada. Pero, años después, ha buscado la foto para fijarse en un detalle espantoso: «Quería ver si estaba sonriendo».

Horror desnudo

Esa frase de la ex soldado Meytal Sandler ha dado título al último documental de la directora israelí Tamar Yarom, («Lir´ot im ani mehayekhet», «Ver si estoy sonriendo») una cinta galardonada con el premio a la Mejor Película Dramática en el festival de cine de Haifa, y ya emitida por el Canal 10 de la televisión hebrea, que habla del otro lado oscuro de la ocupación. El del impacto del horror en la generación de reclutas de entre los 18 y los 21 años que fue destinada a los territorios en Unidades de Combate durante los primeros años de la Segunda Intifada. Un viaje al infierno del remordimiento, la angustia y la obsesión tejido a través del testimonio de seis mujeres -seis jóvenes, casi adolescentes entonces-, que actuaron en segunda línea de operaciones y que han roto el silencio atávico que rodea el servicio militar obligatorio en Israel para descubrir «lo que está pasando. Este país está en coma. Con todas esas bombas y ataques, estamos entumecidos -ha señalado la cineasta-. La fuerza de la película reside en el modo en que muestra lo que ocurre a un ser humano bajo la presión de ese entorno perverso».
Criticada por dejar el sufrimiento de los palestinos en un segundo plano y presentar a sus protagonistas como las víctimas del conflicto, Yaron defendía en unas declaraciones con el diario hebreo «Haaretz» que su trabajo no pretende tomar postura política. Sino provocar un examen de conciencia en el Estado judío y animar a otros «ex soldados traumatizados a hablar de la violencia que pudieron infligir o de la que fueron testigos», para así acabar poniendo a esa sociedad «frente a un espejo al que no quieren mirar».

Su propia experiencia

Por ejemplo, el espejo de su propia experiencia, narra la directora, de cómo regresó siendo «una persona diferente» de su servicio en los territorios. Primera Intifada, Gaza, 1989, cuando una noche un compañero la llevó hasta el sótano de un edificio abandonado en el que yacía un palestino moribundo, cuya cabeza ensangrentada se sacudía espasmódica desplomada contra un viejo generador que bramaba ruidos infernales. Dos décadas después, dice, la mirada de aquel hombre agonizante «está grabada en cada célula de mi ser, como la víctima de una crueldad que no sabía que existía».Tamir Yaron preguntó sobre lo que había visto a su comandante, que amablemente le invitó a que no se metiera en asuntos que no eran de su competencia.
A Dana Baher la denuncia le costó más caro: era oficial de Educación en el 50 Batallón de Paracaidistas Nahal, y reveló a su mando cómo los chicos de una compañía recién llegada de Qalquilia se jactaban delante de ella de haberse traído de las casas palestinas en las que habían irrumpido algún que otro «souvenir». Tales como coranes y rosarios islámicos. Su jefe prometió estar pendiente, pero no evitó que ella fuera humillada e insultada durante meses, acusada de «soplona». Los saqueadores escupían a su paso cuando se cruzaban con ella en el cuartel.

Un yogur en la cara

Dana tiene hoy muchas horas de terapia psiquiátrica y 26 años; entonces tenía 19. También vio a sus colegas hacerse fotos con los muertos, dar patadas a un palestino maniatado al que antes habían aplastado un yogur en la cara. En 8 meses preparó y asistió a los funerales de 38 compañeros, a veces le tocó incluso ir a los hogares de los fallecidos a dar la noticia. «A esa edad eres un niña, pero sometida a cosas horribles. No quiero hablar mal del Ejército, creo que cada uno hacía lo que podía por seguir siendo humano, pero era una guerra... en mi caso, mi lealtad al país y a mis amigos entró en conflicto con mi moral», relata la joven en su Haifa natal, ante la mirada atenta de su madre. «Si las familias no tienen más opción que mandar a sus hijos a filas, -advierte- tienen derecho a saber que algo malo sucede allí dentro... El Ejército se esfuerza porque no ocurra, pero ocurre».
El testimonio de Inbar Michelzon lo contradice cuando explica el día en que su propio comandante pidió rehacer antes de que llegara a los medios un informe sobre un palestino de 13 años al que los militares golpearon y quemaron los brazos con cigarrillos junto a un puesto de control. Inbar nunca lo delató por miedo.

«Es muy duro mirarte a ti misma y entender que no eres la persona que creías. Yo llegué al Ejército procedente de un movimiento juvenil que promovía el valor del ser humano, y me llevé una bofetada en la cara. Cuando vi la película no pude parar de llorar. Lloré por lo que hicimos... Dios mío, ¿qué hicimos?».

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