04 abril 2009

MAL AUGURIO EN ISRAEL

EDITORIAL de EL PAÍS

Nada sugiere que el Gobierno de Netanyahu vaya a contribuir a la paz
Los primeros signos del flamante y dificultoso Gobierno israelí de Benjamín Netanyahu -probablemente el más crudamente derechista de que se tenga noticia, pese al barniz de sus ministros laboristas- son especialmente sombríos para la causa de la paz entre judíos y palestinos.
Si Netanyahu, pese a sus promesas de negociar, no ha manifestado el menor interés en un Estado palestino, su ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, personaje abiertamente racista, ha ido mucho más allá al descartar que el nuevo Gabinete se sienta vinculado por los acuerdos de Annapolis, de 2007, auspiciados por Washington, considerados piedra angular de cualquier plan de paz. Annapolis -una iniciativa diplomática de Bush- no es el marco favorito de Barack Obama, pero la Casa Blanca ha reaccionado inmediatamente señalando que aquella premisa debe seguir en pie. Obama, hasta ahora deliberadamente ambiguo sobre uno de los mayores retos de su mandato, va a tener que emplearse a fondo para impulsar un proceso negociador que haga compatible su promesa de cooperación con Netanyahu -y la inveterada alianza de EE UU con Israel- con la realidad de un Gobierno que parte de posiciones inadmisiblemente beligerantes, aunque de momento sean sólo verbales.
El primer ministro israelí no empieza con buen pie. La sangrienta operación de Gaza, emprendida por su antecesor Olmert para intentar liquidar el control por Hamás de la franja antes del relevo, no sólo no ha conseguido sus objetivos, sino que los radicales islamistas se ven reforzados por la investigación decidida por la ONU -ayer fue designado para encabezarla el juez Richard Goldstone, ex fiscal para la antigua Yugoslavia- sobre supuestos crímenes de guerra israelíes durante su asalto en enero. También ayer, el ultranacionalista Lieberman era de nuevo interrogado por la policía sobre un escándalo de sobornos que viene de atrás. La sombra de la corrupción planea otra vez al más alto nivel en Israel.
Cabe preguntarse qué pinta en un Gobierno así el partido laborista. Incluso asumiendo que la formación de Ehud Barak está al borde de la liquidación por sus escasos votos y sus pugnas internas, el apoyo socialdemócrata a Netanyahu es un equívoco de gran envergadura. Por sí mismo delata hasta qué punto es imprescindible la reforma a fondo del fragmentado e ineficaz sistema político israelí.

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