18 febrero 2009

La señorita Tantalus

Tzipi Livni ganó las elecciones, pero los diosos la castigan como a Tantalus: el agua de la que quiere beber retrocede en cuanto ella se inclina y los frutos que pretende asir se resbalan de sus manos.

Por Uri Avnery

Tantalus es castigado por los Dioses por razones que no están completamente claras. Él tiene hambre y sed, pero el agua que está a sus pies retrocede cuando se inclina para beberla y la fruta que pende sobre su cabeza evade su mano.

Tzipi Livni está sufriendo una tortura similar ahora. Después de obtener una victoria personal impresionante en los comicios, los frutos políticos siguen resbalándosele cuando estira su mano para asirlos.

¿Que ha hecho ella para merecer esto? ¿Apoyar la guerra, clamar por un boicot a Hamas, entretenerse con negociaciones vacías con la Autoridad Palestina? Está bien, ella ha hecho lo suficiente.. Pero ¿no es demasiado castigo?

Sin embargo, los resultados de las elecciones no son tan claros como podría parecer. La victoria de la derecha no es tan inequívoca.

El centro de la campaña electoral estuvo circunscripto a los dos principales contendores para la oficina del primer ministro: Livni y Netanyahu (o, como ellos se hacen llamar, como si todavía estuvieran en el jardín de infantes, Tzipi y Bibi.)

Contrariamente a todas las expectativas y todas las votaciones, Livni venció a Netanyahu. Varios factores influyeron. Entre otros: las masas de la izquierda estaban aterradas por la posibilidad de que Netanyahu ganara, y se unieron a las filas de Livni a la orden de “¡Detengan a Bibi!” También, Livni -quien nunca se identificó con el feminismo- recordó a último momento convocar a las mujeres de Israel bajo su bandera, y ellas escucharon la llamada.

Pero es imposible de ignorar lo principal de esta elección: Netanyahu simboliza la oposición total a la paz, la oposición a devolver los territorios ocupados, a la congelación de los asentamientos y a un estado Palestino. Livni, por otro lado, ha declarado más de una vez su total respaldo a la fórmula de "dos Estados". Los votantes optaron por la línea más moderada.

En verdad, el ganador indiscutido de las elecciones fue Avigdor Liberman. Pero su triunfo está lejos del funesto avance que todos previmos. Él no ganó los 20 asientos que había prometido. Su crecimiento, de 11 a 15 bancas, no es tan dramática. Su partido es de hecho ahora el tercero más grande en la Knesset, pero esto se debe más que a su propio crecimiento al derrumbe del Laborismo, que cayó de 19 a 13 escaños. A propósito, ninguno de los partidos ganó siquiera el 25% de los votos. La democracia israelí de hecho ahora es muy frágil.

El fenómeno de Liberman es ominoso, pero no desastroso (todavía).

Sin embargo, no hay manera de negar el mensaje más significativo de estas elecciones: el electorado israelí se ha movido a la derecha. Del Likud a la derecha hay ahora 65 asientos; de Kadima a la izquierda, sólo 55. Uno no puede discutir con los números.

¿Qué ha causado este cambio?

Hay varias explicaciones, todos ellas válidas.

Uno puede considerarlo como una etapa transitoria después de la guerra. Una guerra despierta emociones fuertes, intoxicación nacionalista, odio al enemigo, miedo del Otro, deseos de unidad y de venganza. Todo esto sirve naturalmente a la derecha, lección que a veces la izquierda olvida cuando empieza una guerra.

Otros ven en los resultados electorales la continuación de un proceso histórico: la confrontación sionista-palestina se está haciendo más compleja, y tal situación alimenta a la derecha.

Y también hay, por supuesto, un factor demográfico. El bloque de la derecha atrae los votos de tres sectores: los judíos orientales (la mayoría de ellos votan al Likud), los religiosos (que preferentemente votan a los fundamentalistas) y los rusos (la mayoría de los cuales respalda a Liberman). Este es un voto de grupo, casi automático.

Dos sectores en Israel tienen un índice de natalidad especialmente alto: los judíos religiosos y los árabes. El voto religioso casi unánimemente se inclina por la derecha. Es verdad que los partidos ortodoxo y nacional-religioso no han aumentado su representación en estas elecciones, probablemente porque muchos de sus votantes naturales escogieron al Likud, a Liberman o a la más extrema aún Unión Nacional. Los ciudadanos árabes se abstuvieron casi por completo de votar por los partidos judíos, como tantas otras veces lo hicieron en el pasado, y los tres partidos árabes ganaron en conjunto una sola banca.

El desarrollo demográfico lo está presagiando. Kadima, el Laborismo y Meretz se identifican con el antiguo sector ashkenazi cuya fuerza demográfica está en firme declive. También, muchos jóvenes ashkenazis dieron sus votos -al menos cuatro asientos- a Liberman, que predica un fascismo secular. Ellos odian a los árabes, pero también odian a los judíos religiosos.

La conclusión es bastante clara: si la “centro-izquierda” no se evade de su ghetto elitista y se olvida de los sectores oriental y ruso, su declive continuará de elección en elección.

Ahora, la señorita Tantalus debe escoger entre dos opciones amargas: retirarse al desierto, donde no hay agua ni frutos, o servir como taparrabos de una alianza odiosa.

Opción Nº 1: negarse a la unión con Netanyahu y entrar en la oposición. Eso no es tan simple. El partido Kadima nació cuando Ariel Sharon prometió a sus miembros -exiliados de la izquierda y de la derecha- el poder. Será muy duro para Livni unirse a las bancadas de la oposición, lejos de las mieles del poder, lejos de las confortables oficinales del gabinete y de los lujosos automóviles oficiales.

Eso nos daría un gobierno de derecha con inclusión de los fascistas declarados, discípulos de Meir Kahane (cuyo partido fue proscripto debido a su prédica racista), los defensores de la limpieza étnica, de la expulsión de los ciudadanos árabes de Israel y la liquidación de cualquier oportunidad para la paz. Tal gobierno se encontraría inevitablemente en confrontación con los Estados Unidos y en un aislamiento mundial.

Algunas personas dicen: eso es bueno. Un gobierno como ése necesariamente caerá pronto y se romperá en pedazos. Así, el electorado se persuadirá de que no hay ninguna opción de derecha viable. Kadima, el Laborismo y Meretz se reunirán en la oposición y quizás pueda surgir de allí una alternativa de centro-izquierda real.

Otros dicen: es demasiado arriesgado. No hay ningún límite a los desastres que un gobierno de Netanyahu, Liberman y los seguidores de Kahane puede llevar al Estado, desde la multiplicación de los asentamientos, que torpedearán cualquier paz futura, a una guerra abierta. No podemos apostar todo a un solo número, cuando lo que está en juego es el Estado de Israel.

La opción Nº 2 de Livni: digerir la amarga píldora, ceder su liderazgo y unirse al gobierno de Netanyahu como segunda, tercera o cuarta pata. En ese caso, ella debe decidirlo enseguida, antes de que Netanyahu establezca hechos consumados con una unión de extrema derecha que tendría en Livni a una socia menor.

Yo no me sorprenderé si el presidente Shimon Peres toma la iniciativa extraoficialmente y promueve esta opción antes de empezar, en una semana, el proceso oficial de consultas con las facciones de la Knesset y confiarle a uno de los candidatos la tarea de formar gobierno.

¿Podrá tal gobierno moverse hacia la paz? ¿Conducirá negociaciones reales? ¿Aceptará desmantelar asentamientos? ¿Aceptará un Estado palestino? ¿Reconocerá un gobierno de unidad palestino que incluya a Hamas?

Es difícil de imaginar. En el mejor caso, seguirá dando vueltas alrededor de negociaciones sin sentido, extenderá subrepticiamente los asentamientos, llevará a Barack Obama de la nariz y movilizará el lobby pro israelí para obstruir cualquier movimiento real de los norteamericanos hacia la paz. Así será.

¿Israel puede cambiar el curso? ¿Puede renacer una alternativa real hacia la paz?

Los dos partidos de “la izquierda sionista” han quedado decisivamente vencidos. Tanto el Laborismo cuanto Meretz se desmoronaron. Sus dos líderes, que pidieron la guerra en Gaza y la apoyaron -Ehud Barak, del Laborismo, y Haim Oron, de Meretz-, han recibido el castigo que claramente merecían. En una democracia normal, los dos habrían renunciado al día siguiente de las elecciones. Pero nuestra democracia no es normal, y ambos líderes insisten en quedarse al frente y conducir a sus partidos al próximo desastre.

El Laborismo es un cadáver ambulante -el único partido socialdemócrata en el mundo cuyo único objetivo de su líder es permanecer como ministro de guerra. Cuando Barak extendió la consigna “no hay nadie con quién hablar", pasó por alto la conclusión lógica: “por consiguiente, nosotros no necesitamos a nadie para hablar con ellos.”

El Partido Laborista no tiene ningún partido, ningún miembro, ningún programa político, ninguna dirección alternativa. Fallará en la oposición como falló en el gobierno. Excepto un milagro, terminará en el cesto de basura de la historia.

Y allí encontrará a Meretz. Un partido socialista que perdió su camino hace mucho tiempo, un partido sin ningún arraigo en las clases populares, un partido que ha apoyado todas nuestras guerras.

Algunos creen en las soluciones fáciles: una unión del Laborismo y Meretz, por ejemplo. Ésa es una unión del ciego con el lisiado. No hay ninguna razón para esperar que ellos puedan ganar una carrera de atletismo.

La tarea real es más difícil. Hay que construir un nuevo edificio por completo en lugar del que se ha derrumbado.

Es necesaria una nueva izquierda que incluya a nuevos líderes provenientes de los sectores que han sido discriminados: los orientales, los rusos y los árabes. Una nueva izquierda que exprese los ideales de una nueva generación, personas de paz, que defiendan el cambio social, feministas y verdes que entiendan que uno no puede comprender un ideal sin comprender todos los otros. No puede haber justicia social en un estado militar; nadie puede interesarse en el medioambiente mientras los cañones están rugiendo, el feminismo es incompatible con una sociedad de machos montados en los tanques, no puede haber respeto para los judíos orientales en una sociedad que desprecia la cultura de Oriente.

Los ciudadanos árabes tendrán que dejar el ghetto en que se confinan y empezar a hablar con el público judío, y el público judío debe hablar con el árabes en igualdad de condiciones. El eslogan de Liberman “Ninguna ciudadanía sin lealtad” debe invertirse: “Ninguna lealtad sin ciudadanía real.”

Como Obama ha hecho en los EE.UU., un nuevo lenguaje debe crearse para reemplazar las viejas y agotadoras frases.

Mucho, mucho debe cambiarse si queremos salvar el Estado.

En cuanto a la señorita Tantalus: ella puede contribuir a este proceso de cambio, o su tortura continuará.

Haciendo eco de Pirro, el rey de Epirus y Macedonia, ella bien podría decir: Otra victoria como ésta y nosotros nos desharemos.
La fuente: Uri Avnery es periodista, ex legislador y pacifista israelí. La traducción del inglés pertenece a Sam More para elcorresponsal.com.

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