15 diciembre 2007

Los cruzados de Zoé


El presidente de Arca de Zoe, Eric Breteau, uno de los imputados, es escoltado por la Gendarmería chadiana


Lluís Uría | 12/11/2007 -

De buenas intenciones está el infierno lleno. Para Eric Breteau y sus ardientes seguidores de la organización humanitaria El Arca de Zoé, el infierno se encuentra hoy en las severas celdas de la capital de Chad, Yamena. En el momento de escribir estas líneas, seis ciudadanos franceses de esta ONG –con su controvertido presidente en primer lugar- y cuatro chadianos permanecen detenidos acusados del secuestro de 103 niños, presuntos refugiados de la guerra de Darfur, en el vecino Sudán, a los que pretendían llevarse ilegalmente a Francia. Por su bien, por supuesto.

Los políticos y medios de comunicación franceses han coincidido, por lo general, en conceder a los miembros del Arca de Zoé la presunción de la buena fe. Concedámosela, de entrada. En el mejor de los casos, la deplorable actuación de esta pequeña organización en Chad (donde actuaba bajo el nombre de Children Rescue) podría atribuirse a la impericia y la falta de profesionalidad, dos males que están extendiéndose por el mundo en proporción directa a la proliferación de ONGs de toda condición.

El nuevo humanitarismo occidental, mezcla de piedad y mala conciencia, ha desencadenado en los últimos años una carrera frenética por participar, cada uno por su lado, en el socorro de los países pobres y maltratados, dando lugar a una impresionante galaxia de organizaciones, grupos y grupúsculos que actúan muchas veces con más buena voluntad que eficacia. Y en la que, en medio de mucha gente admirable, no faltan incompetentes, ambiciosos, iluminados y arribistas. El caos de la ayuda internacional a Indonesia tras el tsunami del 2004 fue una lección que debería mover a la humildad.

El doctor Mariano Pérez Arroyo, hombre de conversación apasionada y generosa, conoce muy bien el valor y las carencias de la ayuda humanitaria. No en vano lleva años combinando la docencia en la Universidad Miguel Hernández de Elche con la cooperación sobre el terreno, en el hospital de Nemba, en Ruanda. De paso por París antes de que estallara el escándalo del Arca de Zoé, desgranaba sus impresiones con una equilibrada combinación de humanidad y pragmatismo. "Las ONGs deben profesionalizarse y apoyarse siempre en las estructuras locales, sólo así su acción puede resultar útil", explicaba alrededor de una frugal cena. Ni el dinero ni la buena voluntad son, por sí solos, suficientes. Ni siquiera necesariamente positivos: "Los norteamericanos han desembarcado en África con millones de dólares para combatir el sida, ¿y qué están haciendo? Contratan a médicos locales con sueldos desorbitados para la zona y con ello están consiguiendo dejar a los hospitales sin personal médico".

Compañero de primera hora de Bernard Kouchner en Médicos sin Fronteras, Frédéric Tissot –virtual nuevo cónsul de Francia en Erbil, Kurdistán—aprendió también hace años la necesidad, antes que nada, de conocer, escuchar y comprender a la comunidad que se pretende ayudar. Si no, se corre el riesgo de conseguir lo contrario de lo que se pretende, como cuando a finales de los ochenta organizó –bajo el padrinazgo de Danielle Mitterrand—la acogida de refugiados kurdos en Francia. Convencido de la bondad de su iniciativa, a Tissot le costó un tiempo entender las quejas y recriminaciones que le hacían los acogidos, según explicaba hace dos semanas –antes también del caso Arca de Zoé—en Le Monde. Hasta que entendió que al convertirlos en personas "asistidas" se les había amputado su dignidad. "Ese día comprendí que la generosidad puede convertirse en un encierro, que la generosidad puede matar, que no es suficiente llegar envuelto en una armadura de caballero del Bien –decía-. Cada decisión, incluso de apariencia incontestable, tiene efectos que es necesario evaluar, a partir de una atención profunda, informada, a la comunidad, al otro".

Eric Breteau, al decir de quienes le conocen o le han tratado, lleva años imbuido de una megalómana obsesión. Cual moderno cruzado, el presidente y fundador del Arca de Zoé estaba ferozmente determinado a derribar todas las barreras, a vulnerar todas las leyes, a saltarse todas las reglas, para salvar al mundo. Obsesionado por la tragedia de Darfur, pretendía organizar una evacuación masiva de niños huérfanos para ser acogidos en Francia y otros países occidentales. Pesara a quien pesara.

Para salvar a los pobres negritos, el gran hombre blanco, persuadido de su superioridad moral, engañó a todo el mundo. A las familias francesas que iban a acoger a los huérfanos, a las que hizo vagas promesas de adopción. A las autoridades francesas y chadianas, ante las que se ocultó bajo otro nombre y vendió un falso objetivo: levantar un centro de acogida y atención médica infantil en el lugar. A las familias y jefes de los poblados fronterizos de Chad con Sudán, a quienes se ofrecía llevarse a los niños para escolarizarlos. A los propios colaboradores del Arca de Zoé en el país, ignorantes hasta el último momento del fin último de la operación. En esta gran farsa, Breteau y sus colaboradores no tuvieron reparos en vendar a algunos niños como si fueran heridos de guerra para simular una evacuación de urgencia por razones médicas.

Lo más espeluznante es la absoluta falta de escrúpulos demostrada por el Arca de Zoé a la hora de reclutar a los 103 niños, la mayoría de los cuales –según han podido comprobar a posteriori la Cruz Roja y la Unicef—ni son huérfanos ni refugiados de Darfur. Los abogados de Breteau y los suyos alegan que fueron engañados -¡ellos!— por el chófer-traductor contratado en Chad. Aún suponiendo que fuera así, lo que ya es mucho suponer, horas antes de intentar subir clandestinamente al avión que debía llevarlos a Francia la verdad era ya palmaria y evidente para todos.

Hay una escena de una contundencia acusatoria tremenda en el reportaje que realizó el periodista de la agencia Capa que les acompañaba –Marc Garmirian—, emitido por el canal de televisión francés M6. Es la que recoge el momento en que Breteau comunica a sus colaboradores chadianos, la noche antes de partir, que los niños se van a Francia. La estupefacción es general. Uno objeta: "Aceptemos que son sudaneses..., pero ¡tienen familia en Chad!". Otro suplica: "No podéis llevaros a los niños". Vanos alegatos. ¿Qué importaba la verdad? ¿Qué importaba la opinión de los chadianos? ¿Qué importaban los niños mismos y sus familias? Breteau sólo tenía ojos para su propia leyenda.

Francia ha querido ver en los entusiastas muchachos del Arca de Zoé a unos soñadores dramáticamente equivocados. Ojalá sólo fuera eso.

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