26 agosto 2007

Elefantes blancos

Los sauditas venden petróleo a los norteamericanos en dólares. Mucho petróleo, muchos dólares. Los Estados Unidos, con una gran brecha en su equilibrio comercial, no pueden permitirse el lujo de perder esos millones. Así que para que Estados Unidos pueda afrontar esta carga, los sauditas deben devolver al menos una parte del dinero. ¿Cómo? Bastante simple: compran armas norteamericanas que no necesitan.

Por Uri Avnery

El rey de Siam sabía cómo tratar con sus rivales: les regalaba un elefante blanco.
Los elefantes blancos son raros en la naturaleza, y por consiguiente, sagrados. Y en tanto sagrados, no pueden ser usados para trabajar. Pero los elefantes, inclusive los sagrados, comen. Y comen mucho. Lo suficiente para convertir a un hombre rico en uno pobre.
Un amigo, el general Matti Peled, quien fue en una época administrador general del ejército, señalaba la similitud entre estos elefantes y muchos de los regalos que nos hizo el presidente de los Estados Unidos.
Según los términos de estos generosos préstamos, la mayor parte de ellos debe gastarse en los Estados Unidos. Asumamos que Israel necesita los tanques Merkava, fabricados en Israel. O los sistemas antimisiles, también de manufactura local. Pero en lugar de adquirir estos en Israel, el ejército israelí compra aviones norteamericanos que no necesita.
Un avión militar innovador es un objeto inmensamente caro. Es cierto, nosotros lo conseguimos por nada. Pero, como el elefante blanco, el avión es de mantenimiento muy costoso. Necesita pilotos cuyo entrenamiento cuesta fortunas. También necesita campos de aviación. Y todos estos gastos suman mucho más que el precio del propio avión.
¿Pero qué ejército puede negarse a semejante regalo?
El Medio Oriente está siendo invadido ahora por una manada de elefantes blancos.
Esta semana se supo que el presidente Bush está a punto de proporcionar a Arabia Saudita cantidades enormes de armas ultramodernas. Al precio de 20.000 millones de dólares.
Evidentemente, las armas son necesarias para que Arabia Saudita se fortalezca frente al Gran Satán: Irán. A los ojos sauditas, ése es ahora el gran peligro.
Pero ¿cómo pasó esto? Durante siglos, Irak sirvió como una pared entre los shiitas persas de Irán y los árabes sunnitas del Medio Oriente. Cuando el presidente Bush derrocó el régimen sunnita en Irak, la región entera se abrió al poder shiíta. En el propio Irak, se instaló un gobierno shiíta y las milicias shiítas afloran a voluntad. El Hezbollah shiíta está afianzando su poder en el Líbano, e Irán está extendiendo su largo brazo a todos los shiitas de la región.
Alá, en su sabiduría infinita, ha visto que casi todas las grandes reservas de petróleo del Medio Oriente están liocalizadas en áreas shiitas: Irán, el sur de Irak y las zonas shiítas de Arabia Saudita y los principados del Golfo Pérsico. Si estas reservas se les escurren de las manos a los Estados Unidos, se producirá un cambio drástico en el equilibrio de poder, no sólo en la región sino en el mundo entero.
Por consiguiente, el fortalecimiento de Arabia Saudita -gobernado por sunnitas conservadores - tiene mucho sentido desde el punto de vista norteamericano. Sin embargo, la venta de armas es casi irrelevante para esto.
Los sauditas no necesitan las armas. Ellos tienen un instrumento mucho más eficaz que cualquier número de aviones y tanques: el suministro inagotable de dólares. Ellos lo usan para financiar a los amigos, comprar influencias y sobornar líderes.
Por otro lado, Arabia Saudita es incapaz de mantener las armas que le están llegando. No tiene suficiente cantidad de pilotos para los aviones que está comprando, ni tripulaciones para los tanques. El nuevo armamento juntará arena en el desierto, como todas las armas caras que ha comprado en el pasado.
Entonces, ¿cuál es el sentido de comprar más armas por nada menos que 20.000 millones?
Bien, los sauditas están vendiendo el petróleo a los norteamericanos en dólares. Mucho petróleo, muchos dólares. Los Estados Unidos, con una gran brecha en su equilibrio comercial, no pueden permitirse el lujo de perder estos millones. Así que para que Estados Unidos pueda afrontar esta carga, los sauditas deben devolver al menos una parte del dinero. ¿Cómo? Bastante simple: compran armas norteamericanas que no necesitan.
Éste es un tiovivo que beneficia a todos. Sobre todo a los príncipes sauditas. Arabia Saudita está bendecida con una gran abundancia de estos -unos 9.000 (nueve mil) príncipes, todos pertenecientes a la Casa de Saud. Un príncipe tiene muchas esposas, una esposa tiene mucha descendencia. Algunos de ellos son distribuidores de armas que automáticamente reciben importantes comisiones de los millones de las armas. (Es fácil trabajar así: un mísero uno por ciento de 20.000 millones son 200 millones. Y ellos se reirían de una comisión del uno por ciento.)
Los príncipes tienen, por consiguiente, intereses establecidos en este conveniente arreglo. Aquí es donde Israel entra en escena.
Cada venta de armas de la Casa Blanca necesita el asentimiento del Congreso. En el Congreso, los "amigos de Israel" -los lobbies judío y evangélico- juegan un papel supremo. Cualquier senador o diputado puede olvidarse de ser reelegido si ofende a alguno de estos lobbies.
Cuando Israel levanta su voz contra un acuerdo de venta de armas con Arabia Saudita, la Casa Blanca tiene un problema. Más aun desde que hay una cierta lógica en la objeción israelí: la base aérea saudita de Tabuk está a pocos minutos de vuelo del puerto israelí de Eilat.
¿Qué hacer? Fácil: dénnos un regalo de armas para mantener "el equilibrio de poder" y nuestra superioridad "cualitativa sobre todos los ejércitos árabes juntos."
Así que, junto con los 20 mil millones acordados con los sauditas, el presidente Bush dispuso que la ayuda militar anual norteamericana para Israel debe aumentar de 2.400 a 3.000 millones. Eso significa que en los próximos diez años Israel recibirá armas por 30.000 millones de dólares.
Además de una pequeña parte del préstamo que Israel puede gastar en otros mercados, la mayor parte de la suma debe gastarse en los Estados Unidos. Desde el punto de vista económico, el regalo a Israel es realmente un enorme impulso a la industria de armamentos norteamericana. Enriquecerá a los fabricantes de armas que están cercanos al corazón de Bush. También mostrará al público norteamericano cómo su sabio presidente crea muchos nuevos y buenos trabajos para ellos.
Éste, claro, no es el fin de la historia.
Sería inaceptable "fortalecer" a los gobernantes de Arabia Saudita de tal impresionante manera, sin dar algo a los otros reyes, presidentes y emires que cooperan con los norteamericanos. Egipto, Jordania y los emires del Golfo también esperan su porción.
Por consiguiente, los nuevos tratados de armas sumarán 40, 50 y Dios sabe cuántos miles de millones de dólares más.
Eso no está nada mal para los fabricantes de armas que ayudaron a Bush a llegar a la presidencia y continúan apoyándolo. No es malo para los vendedores de armas, los príncipes y todos aquellos que sacan partido, ni para los régimenes corruptos que gobiernan Medio Oriente (y en este sentido, Israel finalmente ha tenido éxito volviéndose parte de la región.)
Todo esto podría ser divertido si no fuera por el lado oscuro de estos acuerdos.

Cuando yo era niño, me enseñaron que uno de los tipos humanos más despreciables era el comerciante de armas. Él es bastante diferente de todos los otros tipos de comerciante, porque su mercancía es la muerte. Sus riquezas están manchadas de sangre. El título "comerciante de armas" era, en ese momento, un insulto, uno de los peores. Una persona no se presentaría como a tal a menos que admitiera ser un mercenario.
Los tiempos han cambiado. El vendedor de armas es ahora una persona respetable. Puede ser una celebridad, un objeto de adulación para la prensa, un amigo de políticos, un generoso patrocinador de miembros de gobiernos.
Las armas tienen su propia vida. Ellas se esfuerzan por cumplir su misión. Su tarea es matar. Un general cuyos arsenales están llenos tiende a fantasear sobre la guerra de este verano o la guerra de este invierno.
El mortífero potencial de las armas está mejorando todo el tiempo, y sus fabricantes necesitan dónde probarlas. Hace algunos días, uno de nuestros generales reveló por televisión que bajo un acuerdo norteamericano-israelí, el ejército israelí estaba obligado a informar al establishment militar norteamericano sobre la efectividad de todos los tipos de armas. Por ejemplo: la exactitud de las bombas inteligentes y el rendimiento de los aviones, los proyectiles, los tanques y todos los otros instrumentos de destrucción en nuestras guerras.
Cada "asesinato selectivo" en Gaza o el uso de bombas de fragmentación en el Líbano sirven como test. La destrucción de un barrio en Beirut, la muerte de mujeres y niños como "daños colaterales", la continuada amputación de extremidades por las bombas de fragmentación en el sur del Líbano son, todos, datos estadísticos muy importantes para que los fabricantes de armas norteamericanos puedan mejorar sus productos.
Un trato es un trato, y los bienes son bienes.
En la misma semana que se anunciaron estos importantes acuerdos de armas, Ehud Olmert habló sobre un diálogo (ilimitado en el tiempo) sobre el acuerdo (siempre postergado) de un Estado palestino. Condoleezza estaba nuevamente revoloteando por las capitales de la región, sonriendo y hablando, dando abrazos y discursos.
Arabia Saudita está diciendo que quizá pueda estar lista para sentarse con Israel en la mesa de negociaciones, que podría concretarse en el próximo otoño. Esto se entiende también como algo que puede facilitar que el Congreso (léase el lobby pro israelí) confirme el acuerdo de armas.
La gente de Bush ha anunciado por enésimo vez que una "ventana de oportunidades" nuevamente se ha abierto. (No un "portón de oportunidades", no una "puerta de oportunidades", sino una ventana. Como si por las ventanas se pudiera pasar en lugar de mirar a través de ellas)
Toda esto me recuerda otra historia acerca del elefante blanco: Un millonario norteamericano estaba obsesionado por adquirir un elefante blanco para impresionar a sus pares. Pero estaba estrictamente prohibido exportarlos desde Tailandia, porque estaban en extinción.
Un hábil comerciante le prometió el elefante blanco, e inclusive le anticipó cómo haría para enviárselo: lo pintaría de gris para poder contrabandearlo.
Y así fue. Cuando el envío llegó, era un elefante gris. Al cepillarlo bien, apareció el elefante blanco. Pero al seguir cepillándolo, la pintura blanca también desapareció y debajo de ella emergió el elefante, que era gris.

La fuente: El autor es periodista, ex legislador y pacifista israelí. La traducción del inglés pertenece a Sam More para elcorresponsal.com.

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