Editorial de La Jornada
En su segundo viaje fuera de Estados Unidos como candidato presidencial republicano –el primero fue a Canadá–, John McCain no ha emitido mensajes ambiguos. De entre los 21 países que conforman Latinoamérica escogió como destino dos, Colombia y México, que ostentan los gobiernos más militaristas, autoritarios y proestadunidenses en la región, así como los que ocupan los lugares segundo y tercero –el primero corresponde a Estados Unidos– en violaciones a los derechos humanos en el hemisferio.
En cuanto al discurso del aspirante presidencial en nuestro país, McCain no dejó margen para la duda: su prioridad en la relación bilateral es fortificar la frontera común para cerrar el paso a los trabajadores mexicanos; es hostil a toda posibilidad de corregir las asimetrías e inequidades contenidas en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y, en consecuencia, a cualquier revisión de ese instrumento trilateral; el único tema común que le produce algún entusiasmo declarativo es la llamada “guerra contra las drogas” y, en particular, la Iniciativa Mérida, pacto de cooperación policiaco-militar que ha sido severamente cuestionado en ambos países porque hace más probables las violaciones a los derechos humanos y porque significa una cesión de soberanía por parte de México. Por lo demás, en las escasas horas que permaneció en territorio nacional, el senador por Arizona visitó la Cámara Americana de Comercio, la Basílica de Guadalupe y un centro de mando de la Policía Federal Preventiva, y con ello dejó asentado, así fuera de manera simbólica, su interés por los intercambios de mercancías y su desdén por puntos sensibles de la circunstancia política de nuestro país, en la que se desarrollan enconados debates por las infracciones que el grupo en el poder comete al carácter laico del Estado y por el abuso de la fuerza pública como recurso de gobierno.
Ciertamente, los mensajes referidos no se dirigen a la opinión pública mexicana –la cual conoce de sobra el perfil de McCain como halcón de la política–, sino a los sectores conservadores y chovinistas de la sociedad estadunidense: da la impresión de que el candidato republicano quiere reiterar ante ellos su disposición a expandir mercados externos, especialmente los de armamentos, y a consolidar la relación con los más estrechos aliados regionales de la administración de George W. Bush; parece que, al visitar a dos gobernantes inequívocamente derechistas del subcontinente –Álvaro Uribe y Felipe Calderón–, McCain busca asegurarse el respaldo de la porción más conservadora del voto latino, conformada por las comunidades del exilio cubano en Miami; en cuanto a los anglosajones, les garantiza que no habrá acuerdo migratorio con México sino, por el contrario, frontera blindada para impedir la llegada de nuevos migrantes. La rígida defensa del visitante de la “guerra contra las drogas” va dirigida a ese mismo sector, consternado por la proliferación de críticas a las estrategias antinarcóticos en curso: significativamente, un editorial de The New York Times señaló hace unos días que esa guerra, al menos en su modalidad actual, “no se está ganando”, por lo que es necesario reducir los presupuestos previstos en la Iniciativa Mérida para equipar a las fuerzas de seguridad y priorizar el desarrollo económico y el mejoramiento del sistema judicial mexicanos.
En suma, la visita de McCain a México, aunque breve, permite hacerse una idea precisa de lo que podrían esperar nuestro país y América Latina en caso de que el republicano llegue a la Casa Blanca: más ofensivas y presiones político-diplomáticas para la apertura de los mercados, más militarismo, más protagonismo de la seguridad nacional como eje central de las relaciones regionales, más fobia antimigrante, más arrogancia imperial y más insensibilidad ante los problemas internos de las naciones del continente, es decir, algo así como un tercer periodo de Bush.
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