28 abril 2008

LA OPCIÓN MILITAR


Uri Avnery

Rebelión
Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

¿Guerra con Siria? ¿Paz con Siria?
¿Una gran operación militar contra Hamás en la Franja de Gaza? ¿Un alto el fuego con Hamás?
Nuestros medios de comunicación discuten estas cuestiones desapasionadamente, como si fueran opciones equivalentes. Como un comprador en un muestrario que eligiera entre dos automóviles. Éste es bueno y éste también. Así, ¿cuál comprar?
Y nadie clama: ¡La guerra es el colmo de la estupidez!
Carl Von Clausewitz, el famoso y renombrado teórico militar, dijo la conocida frase de que la guerra no es nada más que la continuación de la política a través de otros medios. Lo que significa que la guerra está para servir a la política y es inútil cuando no lo hace.
¿A qué políticas sirvieron las guerras en los últimos cien años?
Hace noventa y cuatro años estalló la Primera Guerra Mundial. La causa inmediata fue el asesinato del heredero austriaco, aparentemente a manos de un estudiante serbio. En Sarajevo me mostraron cómo pasó: después un primer intento fallido en la calle principal, los asesinos ya habían perdido la esperanza cuando uno de ellos se encontró de nuevo con la víctima, por pura casualidad, y la mató. Después de este asesinato casi accidental, muchos millones de seres humanos perdieron sus vidas en los cuatro años siguientes.
El asesinato sirvió, por supuesto, sólo como pretexto. Cada una de las naciones beligerantes tenía intereses políticos y económicos que les empujaban a la guerra. Pero, ¿realmente sirvió la guerra a esos intereses? Los resultados sugieren lo contrario: tres poderosos imperios -el ruso, el alemán y el austriaco- se derrumbaron; Francia perdió su lugar como potencia mundial más allá de toda esperanza de recuperación y el Imperio británico resultó herido de muerte.
Los expertos militares apuntan a la chocante estupidez de casi todos los generales que lanzaron una y otra vez a sus pobres soldados a batallas desesperadas que lo único que consiguieron fueron masacres.
¿Hubo algún estadista sabio? Ninguno de los políticos que empezaron la guerra imaginó que duraría tanto y sería tan horrible. A principios de agosto de 1914, cuando los soldados de todos los países marchaban a la guerra con alegre entusiasmo, les prometieron que estarían en casa «antes de Navidad».
No se logró ningún objetivo político con aquella guerra. Los acuerdos de paz que se impusieron a los vencidos fueron monumentos a la imbecilidad desenfrenada. Se puede argumentar que el principal resultado de la Primera Guerra Mundial fue la Segunda Guerra Mundial.
La Segunda Guerra Mundial fue, aparentemente, más racional. El hombre que la lanzó prácticamente solo, Adolf Hitler, sabía exactamente lo que quería. Sus antagonistas fueron a la guerra porque no tenían otra opción si no querían que los invadiera un dictador monstruoso. La mayoría de los generales de ambos lados eran más inteligentes que sus predecesores.
Y a pesar de esto, fue una guerra estúpida.
Hitler era, básicamente, una persona primitiva que vivía en el pasado y no entendió el Zeitgeist. Quiso convertir Alemania en la primera potencia mundial, un objetivo insensato que estaba más allá de sus capacidades. Pensó conquistar grandes partes de Europa oriental y vaciarlas de sus habitantes para establecer alemanes allí. Tenía un concepto desesperadamente obsoleto del poder. Como todas las ideas de establecer colonias como instrumento nacional, la suya pertenecía a siglos pasados. Hitler no entendió el significado de la revolución tecnológica que estaba a punto de cambiar la faz del mundo. Podemos decir que Hitler no sólo era un horrible tirano y un monumental criminal de guerra, sino que, finalmente, también era una persona completamente imbécil.
El único objetivo que casi logró fue la aniquilación del pueblo judío. Pero incluso este loco intento falló al final: actualmente los judíos tienen una fuerte influencia en el país más poderoso del mundo y el Holocausto jugó un papel fundamental en el establecimiento del Estado de Israel.
Hitler quiso destruir la Unión Soviética y alcanzar un compromiso con el imperio británico. No dio importancia a Estados Unidos y casi lo ignoró. El resultado de la guerra fue que la Unión Soviética tomó una gran parte de Europa, Estados Unidos se convirtió en la principal potencia mundial y el imperio británico se desintegró para siempre.
De hecho, el dictador nazi demostró, más que nadie, la inutilidad absoluta de la guerra como instrumento político a estas alturas de los tiempos. Después de la destrucción del Reich de Hitler, Alemania logró su meta. Actualmente Alemania es el poder económico y político dominante en una Europa unida, pero esto no se logró con tanques y armas pesadas, ni con guerra y poderío militar, sino únicamente por la diplomacia y las exportaciones. Una generación después de la aventura nazi que convirtió en ruinas todas las ciudades alemanas, Alemania ya estaba floreciendo como nunca anteriormente.
Lo mismo puede decirse de Japón, que era todavía más militarista que Alemania. Ha logrado por medios pacíficos lo que los generales y almirantes no lograron por la guerra.
De vez en cuando leo entusiastas informaciones de turistas estadounidenses sobre Vietnam. ¡Vaya país maravilloso! ¡Que pueblo más afable! ¡Qué buenos negocios se pueden hacer allí!
Hace sólo una generación, una guerra brutal se estaba librando allí furiosamente. Murieron personas en masa, cientos de pueblos quemados, bosques y cosechas destruidos por armas químicas, los soldados cayeron como moscas. ¿Por qué? Por el efecto dominó.
La teoría era así: si los comunistas lograsen tomar Vietnam entero, todos los demás países del sudeste asiático caerían. Cada uno derrumbaría a su vecino, como una ficha de dominó. La realidad ha demostrado que eso no tenía ningún sentido: los comunistas tomaron todo Vietnam sin tocar la estabilidad de Tailandia, Malasia y Singapur. Cuando los recuerdos de la guerra se marchitaron, Vietnam siguió el camino de su vecino del norte, la China Roja, pero entre tanto China tiene una floreciente economía capitalista.
En la guerra de Vietnam la estupidez de los generales compitió con la de los políticos. El campeón fue Henry Kissinger, un criminal de guerra cuyo sobresaliente ego enmascaró su estupidez básica. En plena guerra invadió la pacífica vecina Camboya y la rompió en pedazos. El resultado fue un repugnante autogenocidio, cuando los comunistas asesinaron a su propio pueblo. Todavía muchos consideran a Kissinger un genio político.
Hay quien mantiene que, por su absoluta inutilidad, la invasión de Iraq se lleva el premio a la estupidez, a pesar de que la competencia es feroz en este campo.
Parece que la dirección política de Washington preveía el dramático aumento de la demanda mundial de petróleo y, por consiguiente, decidió fortalecer su suministro del crudo del Golfo Pérsico y de la ribera del Mar Caspio. Pensaba que la guerra convertiría a Iraq en un satélite de EEUU y podría estacionar allí, bajo un régimen amistoso, una guarnición estadounidense permanente que tendría bajo control a toda la zona.
Los resultados, hasta ahora, han sido los contrarios. En lugar de consolidar Iraq como un país unido bajo un régimen estable pro estadounidense, ha surgido una rabiosa guerra civil, el estado se tambalea al borde de desintegración, la población odia a los estadounidenses y los considera un ocupante extranjero. La producción de petróleo es menor de lo que era antes de la invasión, los inmensos costes de la guerra minan la economía estadounidense, el precio del crudo aumenta continuamente y la elevada posición que Estados Unidos tuvo una vez en la opinión pública ha caído a ras de suelo y el público estadounidense exige que los soldados vuelvan a casa.
No hay ninguna duda de que los intereses estadounidenses se podrían salvaguardar mucho mejor por medios diplomáticos utilizando el impacto económico de EEUU. Eso habría salvado a miles de soldados estadounidenses y a diez veces más de civiles iraquíes, además de ahorrar miles de millones de dólares. Pero el problemático ego de George Bush, que esconde su vacuidad e inseguridad detrás de una ventolera de arrogancia ruidosa, le llevó a optar por la guerra. En cuanto a su gran capacidad cerebral, se ha logrado un consenso mundial generalizado incluso antes del final de su mandato.
En sus 60 años de existencia, el Estado de Israel ha luchado en seis grandes guerras y varias «más pequeñas» (la Guerra de Desgaste, las Uvas de Ira, las dos Intifadas, y más.)
En 1948, el enfrentamiento era una guerra «sin alternativa», si uno justifica la intrusión judía en Palestina, por el hecho de que no había ninguna otra solución para el problema de su existencia. Pero la segunda vez, la guerra de 1956, fue el ejemplo de una increíble cortedad de miras.
Los franceses, que comenzaron la guerra, estaban en una actitud negativa: no podían admitir que estaba teniendo lugar en Argelia una auténtica guerra de liberación. Por consiguiente, estaban convencidos de que el líder egipcio, Gamal Nasser, era la raíz del problema. David Ben Gurion y sus adláteres (particularmente Simon Peres) querían eliminar al «tirano egipcio» (como lo llamaban entonces todos en Israel), porque había izado el estandarte de la unidad árabe que ellos consideraron una amenaza existencial para Israel. Gran Bretaña, el tercer socio, anhelaba las pasadas glorias del imperio.
Todos estos objetivos fueron totalmente destruidos por la guerra: Francia fue expulsada de Argelia, junto con más de un millón de colonos; Gran Bretaña fue empujada a los márgenes de Oriente Próximo y el «peligro» de la unidad árabe demostró que era un espantapájaros. El precio: una generación árabe entera se convenció de que Israel era el aliado de los regímenes coloniales más sucios, y las oportunidades de paz retrocedieron para muchos años.
Se pensaba, al principio, que la guerra de 1967 rompía el asedio a Israel. Pero en el transcurso de la lucha, la guerra de defensa se convirtió en una guerra de conquista que condujo a Israel a una vertiginosa borrachera de la que realmente no ha recuperado todavía. Desde entonces estamos cautivos en un círculo vicioso de ocupación, resistencia, asentamientos y guerra permanente.
Uno de los resultados directos fue la guerra de 1973, que destruyó el mito de la invencibilidad de nuestro ejército. Aunque no es lo que pretendía nuestro gobierno, esa guerra tuvo un resultado positivo: tres personajes peculiares -Anwar Sadat, Menajem Begin y Jimmy Carter- lograron un gran éxito al respetar el orgullo egipcio y convertir el asunto del cruce del Canal de Suez en un acuerdo de paz. Pero la misma paz se podía haber logrado un año antes, sin guerra y sin los miles de muertos, si Golda Meir no hubiera rechazado arrogantemente la propuesta de Sadat.
La Primera Guerra de Líbano fue, quizá, la más desesperado y confusa de las guerras de Israel, una combinación de arrogancia, ignorancia y total falta de comprensión del oponente. Ariel Sharon trató, cómo me dijo de antemano, de (a) destruir la OLP, (b) la causa de los refugiados palestinos a los que haría huir de Líbano a Jordania, (c) expulsar a los sirios fuera de Líbano, y (d) convertir Líbano en un protectorado israelí. Los resultados: (a) Arafat se fue a Túnez y después, como resultado de la primera Intifada, volvió a Palestina triunfante, (b) los refugiados palestinos permanecieron en Líbano, a pesar de las matanzas de Sabra y Shatila que se planificaron para que cundiera el pánico en ellos y huyeran, (c) los sirios permanecieron en Líbano durante veinte años más, y (d) los chiíes que habían sido pisoteados y estaban agradecidos a Israel, se convirtieron en una fuerza poderosa en Líbano y en el enemigo más determinado de Israel.
Cuanto menos se diga de la Segunda Guerra de Líbano, mejor; su verdadero carácter era obvio desde el propio comienzo. Sus objetivos no se frustraron, sencillamente porque no había en absoluto ningún objetivo claro. Hoy Hezbolá está donde estaba, más fuerte y mejor armado y protegido de los ataques israelíes por la presencia de una fuerza internacional.
Después de la Primera Intifada, Israel reconoció a la Organización para la Liberación de Palestina y Arafat regresó al país. Después de la Segunda Intifada, Hamás ganó las elecciones palestinas y posteriormente tomó el control directo de una parte del país.
Albert Einstein consideraba un síntoma de locura repetir una y otra vez algo que ya ha fallado y esperar un resultado diferente cada vez.
La mayoría de los políticos y generales se adhieren a esta fórmula. Una y otra vez intentan lograr sus objetivos por medios militares y obtienen los resultados contrarios. Los nuestros, los israelíes, ocupan un lugar de honor entre esos dementes.
La guerra es el infierno, como dijo un general estadounidense. Y además raramente logra sus objetivos.

Original en inglés:
http://www.amin.org/look/amin/en.tpl?IdLanguage=1&IdPublication=7&NrArticle=45676&NrIssue=1&NrSection=3

Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.

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