Por Osvaldo Bayer
De “aquí tenés el sobre” ahora hemos pasado al “ojo, que te pueden pontaquartar”, sinónimo de “te pueden ‘buchonear’” después de que el negocio esté listo. El léxico muy argentino en torno de la “coimisión” ha ganado otro vocablo. Ahora existe la advertencia redonda. Sí, en estos días, el juicio al ex presidente De la Rúa, mandatario catapultado en helicóptero nuevamente al llano, nos hace recordar a que en todo tiempo argentino se practicó aquello de la “coimisión”. Desde los tiempos de Roca, con el nuevo verbo “atalivar”, pasando por la década infame de las tierras de El Palomar, después a enfermeros que se convirtieron en multimillonarios, y las épocas de la pizza con champán y ahora lo de la complicación del pontaquartismo. Estas tierras ubérrimas dan para todo, pero no para todos. Pero no vamos a hablar ahora del nivel de pobreza y de la desnutrición de niños argentinos.
El punto más estridente de la historia de las coimisiones argentinas fue sin duda alguna la venta de las tierras de El Palomar, que manchan tanto al poder militar como al mundo político de la Década Infame. La cosa fue simple. Dos empresarios compraron para el ejército 222 hectáreas de El Palomar, a 0,65 centavos el metro cuadrado, y en la misma acción se la vendieron al Estado a 1,10 peso. En ese negociado estaban involucrados legisladores de la Comisión de Defensa del Congreso y el mismo ministro de Guerra, general Márquez, que pasó a llamarse para la picardía popular como “general Palomárquez”. Pero la estafa quedó en descubierto y terminó con el suicidio del legislador radical Guillot y la prisión de otros implicados. El escándalo provocó la renuncia del propio presidente de la Nación, doctor Ortiz, la que finalmente no fue aceptada.
La llamada Década Infame dejó tras de sí el “affaire” de la Chade, el de los colectivos, el de la lotería nacional llamado “de los niños cantores”, donde a los menores que sacaban las bolillas premiadas les hacían leer otras cifras.
La doble moral fue invadiendo todos los sectores y llegó también al fútbol, con varios casos de soborno, “coimisiones” en la compraventa de jugadores, y, en la vida diaria, aquello de “conversar” las multas y “ponerse”.
Pero digamos que fue la picardía de Sarmiento la que dejó al descubierto este método argentino de resolver los problemas. Fue cuando desde sus páginas de El Censor empleó por primera vez el verbo “atalivar”. Decía el sanjuanino que el presidente Julio Argentino Roca “hace los negocios y su hermano ‘ataliva’”. Y ahí ponía punto. Hasta que los lectores adivinaron de por sí lo que quería decir. Sí, Roca, el presidente tenía un hermano llamado Ataliva Roca. Y “atalivar” era usado por Sarmiento como verbo para significar que cobraba la coimisión. Pero de allí, Sarmiento pasa a la acusación directa en el artículo del periódico El Censor, del 18 de diciembre de 1885. Dice sin pelos en la lengua acerca del gran negociado de las tierras del “desierto” conquistadas por Roca: “El general Roca, educado en el Colegio del Uruguay, no ha traído a su gobierno otra idea sobre el reparto de la tierra pública que en la práctica en aquellos tiempos (de Urquiza) –la voluntad sin límites de aquel que ejerce el poder– adoptándolo como sistema”. Y luego Sarmiento se ríe de la llamada “conquista del desierto de Roca diciendo que sólo fue un paseo en carruaje”. Dice textual: “El pensamiento de un paseo en carruaje a través de La Pampa cuando no había en ella un solo indio fue un pretexto para levantar un empréstito enajenando la tierra fiscal a razón de 400 nacionales la legua, en cuya operación la Nación ha perdido 250 millones de pesos oro, ganados por los Atalivas, Goyos y otras estrellas del cielo del presidente Roca. Pero si se puede explicar, aun cuando no se justifique, esta medida antieconómica y ruinosa para el Estado, por la famosa Expedición al Desierto, después de que ésta se realizó sin batallas ni pérdidas de ningún género para el gobierno, no hay razón, no hay motivo alguno para que tal empréstito continúe hoy abierto... para los amigos del general Roca, máxime cuando la suscripción se cerró hace ya mucho tiempo. Es necesario llamar a cuentas al presidente y a sus cómplices en estos fraudes inauditos. ¿En virtud de qué ley, el general Roca, clandestinamente, sigue enajenando la tierra pública a razón de 400 nacionales la legua que vale 3000? El presidente Roca, haciendo caso omiso de la ley, cada tantos días remite por camadas a las oficinas del Crédito Público órdenes directas, sin expedientes, ni tramitaciones ‘inútiles’ (sistema Urquiza), para que suscriba a los agraciados, que son siempre los mismos, centenares de leguas. Allí están los libros del Crédito Público que cantan y en alta voz para todo el que quiera hacer la denuncia al fiscal... Al paso que vamos, dentro de poco no nos quedará un palmo de tierra en condiciones de dar al inmigrante y nos vemos obligados a expropiar lo que necesitamos, por el doble de su valor, a los Atalivas”.
Así se repartió la tierra de las enormes pampas sureñas. Al presidente de la Sociedad Rural de aquellos tiempos se le entregaron dos millones y medio de hectáreas. Un apellido –Martínez de Hoz, nada menos– conocido en todas las épocas argentinas. El bisnieto, en 1976 estará sentado al lado del dictador Videla, en la Casa Rosada. Todo en carroza. Aunque en el billete de cien pesos nos muestren al general Roca, a caballo, para hacerlo más marcial y heroico.
El investigador René Orsi, en su libro Alem y Roca señala que “Julio A. Roca integraba una sociedad de hecho con su hermano mayor, Ataliva, a quien endilgaban el neologismo de ‘atalivar’ y era ‘il padrone’ mientras que Julio Argentino oficiaba como ‘gerente de la casa de comercio’”. Y añade: “Ataliva Roca, habiendo iniciado su vida carente de bienes como sus hermanos, al morir dejó una cuantiosa fortuna compuesta por importantes fracciones de campo en la provincia de Buenos Aires y La Pampa, de más de diez propiedades urbanas en Capital Federal, acciones de capital de diversas sociedades comerciales, varias chacras y loteos en Morón, La Matanza, Bahía Blanca, Junín y La Plata”. Al morir dejó tres estancias de enorme extensión.
Por eso, nosotros los argentinos hemos bautizado una ciudad en La Pampa como Ataliva Roca y también una calle en Morón.
Su hermano, Julio Argentino, el “conquistador del desierto”, fue su socio comercial permanente.
La campaña del desierto costó muy caro a pesar de haber sido solo un paseo –como lo calificó en esa época Leandro N. Alem–, quien señaló “fue un paseo del ejército argentino por el desierto mientras su general iba cómodamente entre los almohadones de su carruaje”. El mismo Roca lo atestigua en una carta a su hermano Ataliva: a quien escribe que han llegado ya al Río Negro “sin que nos haya costado más sacrificios que comer carne de yegua. Si no hubiera sido por el pequeño contratiempo de los proveedores esta campaña hubiera tenido los aires de un paseo”.
Un paseo que le salió muy caro el Estado argentino –se puede ver en el presupuesto de la época– y enriqueció a los poderosos de siempre (basta ver la lista oficial de los que recibieron las tierras). Por eso al monumento más grande de Buenos Aires, el bronce a Roca, no lo mueve nadie. Valió la pena “atalivar”.
En cambio sí, al colegio secundario de la ciudad bonaerense de Moreno se le ha quitado el nombre de Roca y llevará en el futuro el de un docente desaparecido. Y la plaza Julio Argentino Roca, de Rosario, se llama ya Pueblos Originarios. La Etica avanza a veces muy lenta, pero triunfa finalmente.
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